¿Qué es esto de la teatralidad?
Escribir teatro no es imposible, pero casi. Buen teatro, se entiende: el que atornilla el espectador a su butaca, lo obliga a concentrarse y no lo suelta hasta el telón final. No depende de la calidad literaria (los buenos escritores se ilusionan con la fantasía de ser, simultáneamente, buenos dramaturgos, y no es así) sino, primordialmente, de algo difícil de definir:la teatralidad.
El imprescindible Diccionario de Patrice Pavis informa que "el concepto tiene algo de mítico, de demasiado general y hasta de idealista". Propone entonces, entre otras definiciones, la de Roland Barthes: "Es el teatro menos el texto, es un espesor de signos y de sensaciones que se construye en la escena a partir del argumento escrito, es esa especie de percepción ecuménica de artificios sensuales, gestos, tonos, distancias, sustancias, luces, que sumerge al texto en la plenitud de su lenguaje exterior". Y prosigue Pavis: "De la misma manera, en el sentido de Artaud, la teatralidad se opone a la literatura, al teatro de texto, a los medios escritos, a los diálogos e incluso a la narratividad de una fábula lógicamente construida".
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El ejemplo supremo de teatralidad, como síntesis de palabra y acción (mejor dicho, de palabra que también es acción, y viceversa), es Shakespeare. Aun así, algunas obras -"Ricardo III", para mencionar una experiencia reciente, o "Medida por medida" (suponiendo que sea realmente de su pluma)- sufren bruscos desequilibrios, aprovechados por sus escasos detractores (Voltaire, entre ellos) para abominar del Bardo, su tremendismo y su independencia de cualquier preceptiva. Pero esa independencia es privilegio del genio, como también lo es el sujetarse a la norma y extraer de ella el colmo de la expresividad: Racine.
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¿Qué decimos entonces cuando hablamos de la "teatralidad" de un texto? Esta oposición entre un "teatro puro" y un "teatro literario" no se fundaría, según Pavis, en criterios textuales sino "en la facultad de utilizar al máximo las técnicas escénicas que reemplazan al discurso de los personajes y tienden a bastarse por sí mismas". Nada más teatral que un vodevil o una tragedia (los dos géneros más difíciles), y en ambos casos se depende por completo del texto, cuya vigencia es imprescindible. Otro tanto ocurre con los autores que fueron vanguardia en el siglo: Ionesco, Beckett. Hasta llegar al muy actual Bernard-Marie Koltés.
Tampoco la modernidad es garantía de teatralidad. Venerables mamotretos del siglo pasado -"Tosca", "La dama de las camelias"- tal vez resultarían insoportables para un espectador de hoy sin la música de Puccini o de Verdi. Analizar su estructura, sin embargo, puede ser un valioso ejercicio para un dramaturgo en ciernes. Porque lo importante es (cualquiera que fuere la técnica aplicada, lineal o fragmentaria, naturalista o fantástica) crear situaciones, de modo de mantener y acrecentar el interés por lo que sucede en escena. Yo arriesgaría, inmodestamente, una definición más: la teatralidad es el arte de demorar una revelación.
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