En su segunda visita al país, la cantante desembarcó en GEBA con una muestra de talento y despliegue único; crónica y fotos
Cualquier disgusto puede lavarse a los pies de Regina Spektor. La impuntualidad, el frío o los resabios de uno de los mayores caos climáticos de la zona son capaces de disiparse por un rato cuando ella irrumpe en escena varios minutos después de lo acordado con cara de "eh, ¿ya llegaron?" y se presenta con una versión a capela de "Ain't No Cover". Sola, al frente, luciendo un vestido dorado de mangas cortas y lentejuelas, Regina dispara una paralizante interpretación, entre el alcance profundo de su voz y el juego percutivo de sus dedos golpeando sobre el micrófono, y el primer uppercut sobrevuela el micro-estadio de GEBA. "Qué bueno que hayan podido venir", saluda con su sonrisa contagiosa de encías prominentes. "Comí tanto esta noche que no puedo respirar, debería haberme puesto un vestido más grande".
Entre esa atractiva mezcla de simpleza, carisma y sofisticación ingenua, el trabajo de Spektor no necesita de solemnidad ni demasiada parafernalia. Con una puesta austera que distribuye sobre el escenario su banda acotada -batería, teclado y cello-, y un simple juego de pantallas que sólo se dedican a reproducir su peculiar belleza mientras expone tan sólo uno de sus perfiles al público, el centro de la escena es territorio de Spektor y su piano de cola. Sostenido sobre el listado de What We Saw From The Cheap Seats, su sexto álbum de estudio lanzado a mediados del año pasado, el recorrido de la noche se asegura sin embargo, como casi todo en la música de Regina, rumbos imprevistos. "The Calculation", "On the Radio" y "Ode to Divorce", son los primeros temas que surgen con la naturalidad de su intérprete, concentrada pero sonriente, siempre decidida a forzar un pop mucho más complejo de lo recomendado por la industria.
Entre nuevas canciones como "Small Town Moon" y "Patron Saint", y más viejas y con recorrido, lo más sorprendente de Spektor es esa mezcla de academia clásica e iniciativa lúdica. Sus brazos recorren las teclas como si flamearan sobre aguas peligrosas, mientras que su boca de labios rojos se somete a los registros más amplios: desde graves de tono docente, saltando a sus agudos brillosos y decantando en un sin fin de recursos rítmicos, emulando baterías, trompetas y hasta disparos de fuego. En cambio, cuando se queda sola al piano y decide homenajear a Bulat Okudzhava, su compositor ruso favorito, con una versión de "The Prayer of Francois Villon" (incluida en la edición extendida de "What We Saw..."), la voz de Regina desde su lengua materna parece cargarse de temperamento, de dolor, como si con esa canción torneada en el mismo lodo de sus raíces revolviera los más profundo de su pecho.
Un poco entumecida por el frío de la noche, a merced de la helada y con tan solo un caloventor a sus pies ("igual es más divertido cuando hace frío", intentó consolarse), fue Jack Dishel el hombre que la rescató de la intemperie. Sí, Regina tiene dueño y no parece preocupada en ocultarlo. El ex integrante de Moldy Peaches, con quien contrajo matrimonio en 2011, -que actuó de telonero minutos antes con su proyecto Only Son- trabajó a dúo con su chica una versión de "Call Them Brothers", compuesta por ambos -y también editada en la versión de lujo de su último disco-, en una interpretación despojada y sentida, mejorando la versión final de estudio.
Entre la calidez completa de "Dance Anthem of the 80s", "Better" y "Firewood", el bit tan Spektor "Don't Leave Me (Ne Me Quitte Pas)" y "Folding Chair" y el pulso teatral de "Oh Marcello", Regina resuelve la noche con oficio, de manera agradecida y con humildad, tornando imposible de emparentar esa actitud con la soberbia interpretación de un concierto sin fisuras. Aún cuando se distraiga, pida disculpas algo avergonzada y tenga que volver a empezar "Hotel Song", los bises con "Fidelity", su hit más tangible, y "Samson", ya sola al frente y sin su banda, le ofrece un cierre perfecto al show, depositándola a Regina en la misma posición del principio. Sólo que esta vez con todo GEBA cargado en su bolsillo trasero.
Por Juan Barberis
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