Teatro. Retrato de una época difícil para la mujer
Gigoló / Libro: Enrique García Velloso / Versión y dirección: Susana Toscano / Intérpretes: Andrea Bonelli, Martín Slipak, Pablo Cedrón, Víctor Hugo Vieyra, Pepe Novoa, María Ibarreta, Esteban Prol, Luna Pérez Lening, Susana Varela, Lisandro Zárate Giménez y Matías Poloni / Música: José Antonio Páez Toledo / Iluminación: Chango Monti / Vestuario: Pepe Uría / Escenografía: Gabriel Caputo / Duración: 100 minutos / Funciones: jueves a sábado, a las 20.30, y domingo, a las 19.30 / Teatro: Regio, Córdoba 6056.
Nuestra opinión: Muy buena
No puede decirse que Enrique García Velloso sea un nombre olvidado en el medio teatral, ya que tuvo intensa participación en la gestación de instituciones que beneficiaron tanto a los autores como a los actores. Impulsó la creación de Argentores, la sociedad general de autores de la Argentina, de la que fue su primer presidente, y la famosa ley de derecho de autor (propiedad intelectual) 11723. Además participó en la fundación de la Casa del Teatro.
Sin embargo, cuando se habla de su labor como dramaturgo, una sombra parece cubrir su obra, instalándola en un ingrato letargo. Por eso, cuando Susana Toscano decidió sacudir el polvo de unas páginas amarillentas, el público porteño, después de décadas, se pudo gratificar con la palabra y el pensamiento de un autor que supo reflejar como pocos la sociedad porteña de principios del siglo XX.
García Velloso miró a su entorno y decidió volcar en Gigoló una mirada crítica sobre la alta burguesía de los años 20, aferrada a esquemas morales rígidos, donde no hay espacio para la compasión ni para la comprensión. El papel de la mujer estaba muy limitado a una vida doméstica rutinaria y ajustada a pautas morales, frente al hombre que disfrutaba de su libre albedrío sin tener que enfrentar el juicio de los demás.
Clara, la protagonista, está casada con un hombre alcohólico, más dedicado al despilfarro que al bienestar de su esposa y su hija. Qué salida le ofrece la sociedad a esa mujer que no fue preparada para encarar profesionalmente su propio sostén económico y el de su hija, tal como fue criada. La solución se le presenta cuando se convierte en la amante de un acaudalado terrateniente que sólo demanda discreción. La rutina de Clara se ve perturbada cuando es seducida por un joven vividor y oportunista, que le moviliza los sentimientos más ocultos. A partir de aquí el problema cuando se involucran el marido, la hija, el amante, a un ritmo tan vertiginoso que parece sugerir el desenlace.
Andrea Bonelli realiza un trabajo notable para darle carnadura real a su personaje, utilizando matices contrastantes para conjugar la realidad y sus deseos, sumergida además en parlamentos verborrágicos de los que emerge muy airosa.
En esa línea trabaja la mayoría del elenco, a excepción de Martín Slipak que le imprime demasiada vulgaridad a ese gigoló que le gusta brillar en sociedad, y de Pablo Cedrón, que le niega toda emoción y sentimiento al papel de marido y padre, reparos que no alcanzan a empañar el resultado.
La hechura estética es el broche de oro de la propuesta, con una escenografía fiel al diseño arquitectónico que se instaló en Buenos Aires en las primeras décadas del siglo XX, y con un vestuario que recrea minuciosamente la moda de esa época, confiriéndole al mismo tiempo un aire renovado.
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