Estrellas del pasado. Roca, el fantasma
La popularidad en tiempos de los próceres
En 1880 tuvimos una transmisión de mando tucumana: Nicolás Avellaneda (43 años, había nacido en el 37) le entregó el bastón presidencial a Julio Argentino Roca (37 años, nacido en el 43). Por otra parte, ya invadiendo la jurisdicción de Adrián Paenza, encontramos una simple coincidencia. Si Roca y Avellaneda se llevaban seis años de diferencia, y el mandato duraba seis años, Avellaneda también había asumido la presidencia a los 37. ¿Presidentes jóvenes? ¡Sé lo que está pensando! Mejor deje de hacerlo, a ver si de tanto pensarlo termina pasando.
La vida del ex presidente Avellaneda fue corta. Murió en el Congo en 1885. En el vapor Congo, en el Río de la Plata. Además de la viuda, Carmen Nóbrega (reconocida por su excelente mano para hacer las dulces empanadas tucumanas, a pesar de ser porteña), dejaba doce hijos: media docena de mujeres y media docena de varones, de entre 6 y 23 años. La pérdida no generó un vacío. Los Roca y los Avellaneda mantuvieron la relación.
Pasaron algunos años y los hijos del finado formaron sus propias familias. Nos interesa Nicolás Abraham, el quinto, quien se casó con María Santamarina (hija de don Ramón). Los Avellaneda-Santamarina tenían la envidiable costumbre de huir del invierno argentino y establecerse en Europa. ¿Que cómo conseguían los euros? ¡No puede preguntar eso! ¡No existían los euros! Tampoco los controles cambiarios, claro. Nicolás, María y sus hijos se instalaban unos cuatro o cinco meses en el hotel Mercedes, de París.
A mediados de mayo de 1913, Roca partió en viaje de descanso a Europa y en París se alojó en el hotel Mercedes. Por eso tuvo el gusto de encontrarse con Nicolás A. Avellaneda, hijo de su amigo, y María Santamarina. Conversaron un poco de todo y a las 10 de la noche se despidieron para ir a dormir. O casi. Porque el ex presidente tomó una sábana blanca y fue disfrazado de fantasma al cuarto de los hijos varones de la familia. Allí dormían bien dormidos Nicolás (12), Ramón (9) y Julio (7). Golpeó con fuerza. Los tres hermanos se despertaron con el ruido y en cuanto se abrió la puerta pudieron ver en el umbral la silueta de un ¡fantasma! Los más chicos quedaron petrificados y se taparon por completo para no mirar. Roca se quedó unos instantes junto a la cama de cada uno. Ramón y Julio transpiraban. Nicolás tampoco lo estaba pasando bien. Por fin el chistoso abandonó el cuarto.
A la mañana siguiente, temprano, a las 8, María Santamarina fue a despertarlos, acompañada del general Roca. Los chicos estaban despabilándose y la madre se dirigió al ex presidente: "Dígale a los niños que era usted, tamaño grandulón, quien se disfrazó de fantasma para asustarlos". Roca se deshizo en disculpas con María y sus hijos por la travesura. Les regaló alfajores para compensarlos. Los tres chicos seguían muertos de miedo. El trauma, según contó Julio Avellaneda en su libro de anécdotas, Hiel y miel , les duró años.
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