Sabato y Falú pintan la historia
"El Romance de la muerte de Juan Lavalle", de Sabato-Falú, por Ernesto Sabato (relatos), Eduardo Falú (canto y guitarra). En el teatro Coliseo.
No es este el mismo público formado por una abrumadora mayoría de jóvenes que a, mediados de 1994, -a casi treinta años de su presentación-, se puso de pie para hacer estallar una ovación enorme, compacta, estremecedora, que sacudió por largos minutos el ancho recinto del teatro Gran Rex, dedicada a estos dos próceres nuestros de hoy (próceres en cuanto eminentes, como escritor y músico): Ernesto Sabato y Eduardo Falú.
Este público de un Coliseo casi lleno, formado por una mayoría de jóvenes, es más cauto, menos eufórico.
Sin embargo el cerrado aplauso ratifica que en Sabato -pequeñito al lado de la imponente figura de Falú- los jóvenes ven todavía a un símbolo moral que, como otros pensadores, poetas y dramaturgos del mundo entero, han esgrimido "la palabra rectora del hombre justo y digno, contra el poder absoluto, la justicia corrompida, la podredumbre moral, la mentira de los dirigentes, la ambición desmedida, el progreso salvaje, la mediocridad de la vida".
Jóvenes que ven en Eduardo Falú al modelo consular del folklore argentino que ha pergeñado páginas memorables y queridas de nuestro cancionero popular.
Ellos dos están allí de pie, lejos de todo circo y de toda farándula, masculinamente serios y prestos a entregarnos de nuevo los mensajes de coraje, de ideales y de belleza contenidos en este "Romance de la muerte de Juan Lavalle".
La voz de Sabato estremece. Esa voz, nos habla en prosa con la dimensión del poeta, en esta reivindicación del héroe guerrero que luchó en ciento cinco combates por la libertad, y que murió en la derrota y en la pobreza envuelto en la lucha fratricida entre federales y unitarios.
Del poeta que es una antena de su tiempo, y de la poesía que "trata de que este mundo no sea habitable sólo para los imbéciles", de la poesía -hoy menospreciada- que se opone a ese camino hacia la nada que guía a las multitudes domesticadas.
Relato, versos y canto nos pintan ese trozo de vida de Lavalle en diecisiete cuadros que arrancan y terminan con "Elegía por la muerte de un guerrero".
Y la voz de Eduardo Falú nos devuelve toda la vibración del drama de este Cid Campeador de ojos azules, en su registro bien timbrado y espléndido de barítono-bajo.
La música de Falú prestó sus alas para empinar el vuelo de este fascinante y terrible relato en el que se muestra el perfil humano de un desdichado guerrero, general de nuestros ejércitos, en los ritmos nuestros identificatorios del suelo argentino: cielito, gato, chacarera, zamba, estilo, vidalita, tonada y canción.
El texto de Sabato nos guía hacia esa libertad que implica la afirmación del hombre auténtico, con ese "látigo liberador" de Dante, Villon, Rimbaud, Artaud. Sobre todo en un mundo artificial y falsificado, que es donde viven muchos seres humanos idiotizados por las leyes del mercado.
Este es el mensaje de "El Romance de la muerte de Juan Lavalle" y de aquellos caballeros de la triste legión que lo siguieron hasta su último suspiro. La potencia del verbo poético nos sacude. Porque lo poético no reside solo en la palabra sino que es un modo de vivir, de convivir con otros seres humanos y cosas.
La versión del Coral Santa Cruz y de la solista Perla Aguirre es digna y emotiva. En ellas se ha destacado la hermosa voz del tenor Florencio Morales por su intensa vibración interior. El buen manejo de las luces contribuyó para que el drama -la tragedia- cobrara esta dimensión de mensaje.