Ultima página / Una moda que incomoda. Sal, pimienta, aceto y... mensajes de texto
Opinan usuarios y terapeutas familiares: los límites de la buena educación
NUEVA YORK ( The New York Times ).- Cuando Anne Fishel y su familia hablan sobre comportamientos desubicados durante las comidas familiares siempre vuelven al incidente de Iom Kipur.
Hace dos años, 14 personas se habían reunido en torno de su mesa en Newton, Massachusetts, para romper el ayuno en la más solemne de las fiestas judías. Mientras la doctora Fishel miraba a su alrededor, parecía que todo el mundo, su marido; sus dos hijos en edad universitaria, Gabe y Joe, y sus amigos, disfrutaba de su comida y compartía el sentido de un importante encuentro familiar.
Excepto el compañero de universidad de Gabe, que con una furtiva mirada hacia abajo mandaba mensajes de texto subrepticiamente. Y no sólo una o dos veces, sino casi continuamente, desde el jugo de manzanas hasta el pavo asado.
La doctora Fishel, que dirige un programa terapéutico para familias y parejas en el Hospital General de Massachusetts, no iba a avergonzar al joven. Pero otro de los amigos de Gabe, sentado al lado de quien enviaba mensajes de texto sigilosamente, dijo en voz alta: "No deberías estar haciendo eso aquí".
El mensajeador respondió: "¿Por qué no? Esto no es una comida formal o algo por el estilo".
Anarquía de mensajes de texto, así denomina esta costumbre Cindy Post Senning, bisnieta de Emily Post. "La gente manda mensajes en todos lados", dice.
Maridos, mujeres, hijos e invitados que nunca serían tan maleducados para hablar por teléfono en la mesa familiar creen que está perfectamente bien mandar mensajes o e-mails, o dedicarse al Twitter, mientras comen.
La doctora Post Senning está aquí para decir que esto no está bien. Para nada. Tan nuevo es el problema que en su último libro, Modales en la mesa de Emily Post para chicos (HarperCollins, 2009), escrito con Peggy Post, sentencia: "No uses tu teléfono celular ni ningún otro aparato electrónico en la mesa".
Por teléfono, para desarrollar mejor el tema, explica: "La comida familiar es un evento social, no un evento de ingestión de alimentos".
Y sigue: "Tengan en cuenta que otros pueden ver sus pulgares trabajando aunque estén en el regazo. Si uno está en una situación en la que la atención debería estar enfocada en otros, no debería mandar mensajes".
Eso es algo para George d´Arbeloff. Su mujer, P. A. d´Arbeloff, lo descubrió mientras husmeando en su iPhone en su regazo durante una comida por el Día de Acción de Gracias en su casa de Jamaica Plain, un barrio de Boston. "Traté de mirarlo a los ojos, pero él miraba para abajo", cuenta la señora d´Arbeloff, directora del Festival de Ciencia de Cambridge, Massachusetts.
George d´Arbeloff es el gerente de una compañía de láser dental con base en Los Angeles. "Nunca mandé mensajes de texto en la mesa. Pero admito que sí leo e-mails", declara en una entrevista telefónica. Pero en una reunión familiar, hace unos meses, ante el comentario de sus mellizas, el hombre prometió que dejaría de usar su iPhone en la mesa. "Ya estoy reformado en un 95%", asegura.
No se puede todo a la vez
"Tal vez la gente crea que puede hacer varias cosas a la vez: mandar mensajes y mantener una conversación, por ejemplo", dice Harry Lewis, profesor de Ciencias de la Computación de Harvard y uno de los autores de Blown to Bits: Your Life, Liberty and Happiness After the Digital Explosion , o Blown to Bits: su vida, libertad y felicidad después de la explosión digital (Addison-Wesley, 2008). Previene que no se puede engañar: "Nadie piensa que alguien en el teléfono puede estar realmente prestando atención a otra persona".
"Mandar mensajes de texto cuando se está comiendo se convirtió en un tema mayor en las terapias de pareja", cuenta Evan Imber-Black, una prominente terapeuta familiar. Y agrega que todo indica que son los hombres los que no pueden sentarse a la mesa durante media hora sin teclear en el teléfono. Entre los adolescentes, en cambio, son las chicas las que mandan mensajes sin parar.
"Creo que todo esto tiene que ver con una erosión en la frontera entre el trabajo y la familia, particularmente en los hombres, que están en cualquier clase de actividad y temen si dejan de trabajar prácticamente las 24 horas", analiza el doctor Imber-Black, uno de los autores del libro Rituals in Families and Family Therapy , Rituales en las familias y terapia familiar.
Otro terapeuta familiar, Peter Fraenkel, del Instituto Ackerman para la Familia, en Manhattan, cuenta que hace poco aconsejó a un agente inmobiliario y a su mujer. La pareja tiene dos chicos, de 6 y 4 años. Ella pedía dos horas sin BlackBerry todas las noches, incluyendo la comida. Finalmente, lo consiguió.
Para Danah Boyd, una investigadora de Microsoft que estudia las formas en que los jóvenes usan la tecnología, los adolescentes están haciendo lo que siempre hicieron, estar con sus amigos.
Boyd tiene 31 años. Algunas veces levanta la mirada de la pantalla iluminada de su iPhone para observar a su marido, Gilad Lotan, diseñador de Microsoft, que la mira del otro lado de la mesa.
Ellos llevan sus iPhone a la mesa, pero para usarlos como herramientas de conversación. Si están debatiendo sobre algún tema, por ejemplo, pueden usar sus teléfonos para buscar la respuesta.
Y tratan de no mandar mensajes de texto. Boyd explica: "Siempre y cuando se trate de una comida en la que busquemos estar juntos". Todo lo contrario sucede en una comida en la que "los dos necesitamos alimento en nuestros sistemas como para poder volver al trabajo".
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