En su cuarta temporada, Black Mirror volvió más experimental y polémica que nunca
La serie de Charlie Brooker jugó con nuevos formatos y apuntó a la autorreferencialidad y a los guiños a su audiencia, con resultados desparejos; ¡atención, esta nota tiene spoilers!
Desde sus inicios en 2011, Black Mirror , la antología de ciencia ficción (anclada de manera alarmante en la realidad) creada por Charlie Brooker, ha dejado imágenes indelebles . Un primer ministro que se ve obligado a tener sexo con un cerdo para salvar a una monarca; una mujer que compra una réplica de su novio muerto para sentirlo cerca; una joven que se obsesiona con cómo es percibida en una red social al punto de la locura... los episodios autoconclusivos concebidos por Brooker, si bien con desniveles, siempre partieron de premisas prometedoras sobre el miedo, la paranoia, las realidades virtuales y el uso indiscriminado de las nuevas tecnologías. Paradójicamente, en su tercera temporada, el británico empleó los mismos conceptos, pero revirtió la mirada, entregándonos así a "San Junipero", uno de los más memorables episodios de la serie (ganador de dos premios Emmy), donde Black Mirror no sólo no nos privaba de un final feliz sino que lo hacía encapsulándonos en un irresistible soundtrack ochentoso.
En su cuarta temporada, estrenada el 29 de diciembre en Netflix , la serie de Brooker regresó con traspiés más notables que en el resto de sus entregas, con el factor sorpresa como herramienta que parece estar al borde del deceso, y con su autor apoyándose en el reciclaje de ideas que fueron mejor ejecutadas en otras oportunidades. Sin embargo, cuando su creador decide que es momento de coquetear con los formatos, Black Mirror adquiere otra tesitura, y la experimentación le termina jugando a su favor.
"USS Callister" y "Metalhead": las mujeres (y la innovación) al poder
El primer capítulo de la cuarta temporada es el más largo y el más sólido. Se trata de "USS Callister", co-escrito por Brooker y William Bridges, que comienza con un desconcertante segmento que remite a la serie Star Trek, para luego abandonar la parodia y poner los pies en el presente más ineludible y menos escapista. Robert Daly (Jesse Plemons), un genio de la programación y creador de un videojuego de realidad simulada (Infinity, basado en Space Fleet), utiliza su propia idea revolucionaria para sumergirse él mismo en ese escenario y utilizar como títeres a sus compañeros de trabajo, quienes en el mundo real pasan de ignorarlo a subvalorarlo. Cuando llega una nueva empleada a su empresa que le manifiesta admiración por su trabajo (Nanette, perfectamente interpretada por Cristin Milioti), Brooker astutamente nos ubica del lado de Robert, del nerd, de la supuesta víctima de bullying, y quiebra la fantasía cuando Nanette asegura que lo único que siente por ese hombre es respeto profesional.
Como consecuencia, el supuesto héroe tapado se nos revela como un villano que roba el ADN de esa mujer para poder ubicarla en esa realidad virtual como un clon (aquí hay ecos del episodio "White Christmas"), como una simulación que se ve forzada a habitar esa nave y responder con obediencia a las demandas de un Daly autoritario y misógino. El ida y vuelta entre el espacio del juego y la realidad en la que Nanette no es consciente de lo que sucede con su copia es ágil y preciso, y Brooker triunfa cuando se arriesga a confluir géneros, a deconstruir estereotipos y a emplear simbolismos en su episodio más feminista hasta la fecha.
En el caso de "Metalhead", el quinto episodio dirigido por David Slade, nos encontramos con la otra cara de la moneda de ese curso experimental que toma la nueva temporada. En blanco y negro, breve y narrativamente depurado, acá no hay espacio para diatribas sobre la desigualdad de género o la maquinaria del poder, dado que prevalece la acción por la acción misma. En un mundo post-apocalíptico, Bella (Maxine Peak) debe huir de la persecución de un perro robótico que es, esencialmente, una máquina de matar. En ese sentido, el valor agregado del capítulo es su fuerte conexión con "White Bear" y "Shut Up and Dance", donde la importancia de mantenerse en movimiento también se presentaba como condición sine qua non para la supervivencia.
Sin embargo, a diferencia de esas apabullantes historias con vueltas de tuerca memorables, "Metalhead" (abiertamente inspirado en el film de J.C. Chandor, Todo está perdido) resulta más una prueba piloto que algo acabado, un episodio con el que Brooker responde a las creaciones de la compañía Boston Dynamics, pero explorando en el demasiado familiar terreno de los robots asesinos, de la rebelión de las máquinas, sin aportar nada nuevo al respecto. Es decir, todo un pecado al tratarse de Black Mirror, serie original por antonomasia.
"Arkangel" y "Crocodile", entre el cine indie norteamericano y el cine noir nórdico
Tras dirigir para Netflix "Thirsty Bird", uno de los mejores capítulos de Orange Is the New Black, y "Chapter 22" de House of Cards, la actriz y realizadora Jodie Foster se puso detrás de cámara para "Arkangel", el episodio más representativo de la esencia de Black Mirror. Luego de perder momentáneamente de vista a su hija Sara en una plaza, Marie (Rosemarie DeWitt) decide utilizar la tecnología que ofrece la empresa Arkangel, mediante la cual se le instala un chip a su pequeña para que ella, a través de una tablet, pueda monitorear donde se encuentra, recibir notificaciones respecto a anomalías físicas, e incluso observar lo que su niña está observando. Como estamos hablando de Black Mirror, el costado positivo de esa aplicación se nos muestra tan sólo en un par de escenas (la prevención de la muerte del abuelo, la seguridad de que su hija llegó bien al colegio), dado que lo predominante es el abuso que se hace de la herramienta.
En "Arkangel" no hay comunicación real entre madre e hija, no hay conversaciones sobre el sexo, los peligros, las tentaciones, el (des)amor. Por el contrario, Marie se apoya exclusivamente en la aplicación para prevenir que Sara se exponga al mundo con sus claroscuros (aplicándole un filtro, también á la "White Christmas") y, cuando su método resulta contraproducente, pierde el control al querer ganarlo obsesivamente. Así, filmado como una estética de película indie (no es casual la elección de DeWitt como protagonista, una de las reinas de ese circuito), el segundo episodio de Black Mirror es el más prototípico de la antología, el que menos alejado de la realidad se encuentra, y el más reconocible en términos de relaciones humanas. De todas formas, cuando peca de ciertas literalidades y construye secuencias previsibles, "Arkangel" pierde impacto.
En cuanto a "Crocodile", estamos ante uno de los capítulos más frustrantes de la serie,con huecos narrativos alarmantes para lo que estamos acostumbrados a recibir de Brooker. En una atmósfera que remite a policiales escandinavos con un toque de Sé lo que hicieron el verano pasado, el director John Hillcoat nos muestra cómo se altera la vida de Mia (la siempre extraordinaria Andrea Riseborough) cuando, tras una noche de alcohol y drogas, su novio atropella a un ciclista en una carretera. Si bien ella sugiere llamar a la policía, su pareja la disuade y finalmente ambos terminan arrojando el cuerpo por un acantilado. Años más tarde, la pareja se reencuentra y las motivaciones son contrapuestas. Él se obsesiona con el hecho y quiere acercarse a la viuda del hombre al que mató, pero su expareja - ahora una exitosa arquitecta, casada y con un hijo - no está interesada en que su presente se caiga a pedazos (la arquitectura como símbolo de estructura y orden responde a ésto). Luego de una discusión en un hotel, Mia lo asesina, sentando así las bases de un capítulo que busca convencernos de que esa mujer que sentía culpa inicialmente, ahora va en camino a convertirse (de modo inverosímil) en una asesina serial indetenible.
Una vez que uno deduce el mecanismo del episodio, "Crocodile" se vuelve anodino y gratuitamente violento, y comete el error de incluir el componente tecnológico a la fuerza, sin la cohesión habitual de otros episodios. En este caso, Shazia, una agente de seguros interpretada por Kiran Sonia Sawar, intenta reconstruir un accidente a través de un aparato que lee las memorias de sus testigos y las reproduce en un pequeño monitor. Eventualmente, los caminos de Mia y Shazia se entrecruzan, y eso motiva otro asesinato de la protagonista. El primer giro del final, innecesariamente cruel y arbitrario, provoca que la segunda vuelta de tuerca no sólo resulte insatisfactoria sino también disonante con el tono oscuro de un capítulo cansino que Brooker parece haber escrito desde el aburrimiento.
"Hang the DJ" y "Black Museum", la rebeldía optimista y el colmo de la autorreferencialidad
No resulta descabellado que después de la excelente recepción que tuvo "San Junipero", Brooker haya apostado por otro episodio que intenta emular la candidez de aquel protagonizado por Mackenzie Davis y Gugu Mbatha-Raw, con un desenlace feliz y absolutamente necesario luego de "Crocodile". La premisa de "Hang the DJ" es interesante y agobiante, independientemente de su resolución. Amy (Georgina Campbell) y Frank (Joe Cole) son dos individuos que viven dentro de un sistema gobernado por una compañía digital que dictamina la compatibilidad romántica, por cuánto tiempo uno debe salir con una determinada persona, y quién es tu pareja definitiva. Es decir, los involucrados no tienen ni voz ni voto en ese contexto y deben obedecer las órdenes de una suerte de coach emocional reminiscente a Siri que los acompaña en el proceso. Sin embargo, desde el momento en el que hay reglas sabemos que las mismas serán subvertidas, y éso es precisamente lo que hacen Amy y Frank cuando se hastían de que sus citas tengan fecha de vencimiento.
Aunque la idea central se debilita al recordar cómo el cineasta griego Yorgos Lanthimos la abordó con mayor ingenio en su largometraje The Lobster, "Hang the DJ" tiene algunos de los momentos más satisfactorios de la serie (y se relaciona con "USS Callister" en cómo logra que el espectador sienta empatía por los rebeldes que buscan romper esquemas y salir de un círculo vicioso) y un final maravilloso que, como "San Junipero", adquiere fuerza gracias a las canciones. En este caso, la imbatible "Panic" de The Smiths, que Brooker reveló que iba a emplear en su episodio ganador del Emmy, pero que decidió dejar afuera a último momento.
"Black Museum", por el contrario, es otra de las entregas olvidables de esta temporada, y por lejos la más onanista. Nish (Letitia Wright, en otro rol femenino fuerte concebido por Brooker) visita el Black Museum del título, cuyo dueño es el ominoso Rolo Haynes (Douglas Hodge), quien comparte con la joven diferentes historias relacionadas con el desarrollo de una de sus tecnologías que, claro, termina siendo contraproducente para quienes la toman como verdad revelada. Sin embargo, esas viñetas - una de ellas inspirada en el cuento "Pain Addict" de Penn Jillette - no son más que una excusa para que Nish vaya encontrándose en ese museo con objetos que remiten a capítulos anteriores y que se emplean como exponentes del "cuidado con lo que deseás" que se va a resignificar en el final, con la venganza como leitmotiv.
De esta forma, vemos el escáner con el que Robert Daly tomaba el ADN en "USS Callister", la malograda tablet que usa Marie en "Arkangel", el cuerpo del hombre que se suicidó en "The National Anthem", un cómic de "Fifteen Million Merits" y sendas menciones a "San Junipero". La acumulación de referencias es consecuencia natural de los guiños al espectador que ya se venían percibiendo en episodios anteriores, ya sea en "Arkangel" donde se reproduce una escena de "Men Against Fire" como en "USS Callister" donde se utiliza la misma aplicación de citas que en "Playtest".
Esa excesiva autorreferencialidad termina siendo sintomática de otros traspiés de la cuarta temporada de la serie, como el regodeo en ciertos hilos narrativos sin rumbo, y la falta de foco y homogeneidad. Sin embargo, es innegable que en esta vuelta Brooker apostó y arriesgó sin tibiezas, perdiendo y ganando con el mismo grado de notoriedad.
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