Spanglish, latinx y argentino: la creadora de Vida habla de la última temporada de la serie
"Ya no sé ni como huele un humano", dice Tanya Saracho desde Los Ángeles hablando sobre la cuarentena, que la tiene confinada desde el 13 de marzo con sus gatos como única compañía. Del otro lado de la línea, entre risas, se lamenta por el distanciamiento social y por la imposibilidad de despedir con una fiesta, como se debe, a Vida, la serie que creó, centrada en la experiencia de ser latino en los Estados Unidos, cuya tercera y última temporada estará disponible a partir de hoy, en Starzplay.
La biografía de Tanya Saracho, como muchos otros showrunners que apenas comienzan a lograr mostrar sus historias en pantalla, ofrece muchos datos iluminadores para entender su obsesión casi sociológica por el realismo y la autenticidad en sus ficciones. En su adolescencia, el divorcio de sus padres hizo que viviera con cada uno de ellos en ciudades fronterizas, separadas por el río Bravo, en Reynosa (México) y McAllen (Estados Unidos). Cuando comenzó el secundario, juró aprender a "hablar como norteamericana" cuando se burlaron de su acento al leer en voz alta en clase. "Empecé a devorar series adolescentes horribles como Saved By The Bell, para hablar como ellos –explica–. Como efecto colateral, me volví muy buena con todo tipo de acentos. Cuando comencé a actuar hice locución comercial, personajes en dibujos animados, de todo. Y empecé a animarme a reescribir los diálogos de los papeles que conseguía cuando me daba cuenta que sonaban horrible, que no hablaban como la gente. Así que me sirvió".
Luego de estudiar en Boston, Saracho fundó una compañía de teatro en castellano en Chicago, para luego entrar en la TV como parte del equipo de guionistas del ciclo Devious Maids, centrada en cuatro empleadas domésticas latinas en Beverly Hills, un nuevo intento de recapturar el fenómeno que resultó en los Estados Unidos Desperate Housewives. La ilusión de Saracho acerca de su lugar en la industria fue breve: un compañero le explicó que, como latina y queer, sólo estaba allí por ser una "contratación diversa": su trabajo no le costaba dinero a la productora (su sueldo salía de los incentivos creados para fomentar la inclusión en Hollywood) y redundaba en buena prensa para sus empleadores.
Esos temas, y esas experiencias de vida eventualmente formaron el eje sobre el que transcurre Vida: en el inicio de la serie, las hermanas Emma (Michel Prada) y Lyn (Melissa Barrera) regresan a Boyle Heights, corazón latino en el este de Los Angeles. Su madre, quien da nombre a la ficción, ha muerto y les ha dejado un edificio y un bar, que deben aprender a administrar junto a la viuda de su madre, Eddy (Ser Anzoátegui), cuya existencia desconocían. Y si las hermanas tenían en claro que eran demasiado latinas para las Chicago y California que dejaron atrás, se sorprenden al descubrir que no son lo suficientemente "auténticas" para su barrio natal, en conflicto permannete debido a la gentrificación, que atrae la especulación inmobiliaria y a los hipsters, movidos por el "colorido" multicultural latinx, excluyendo económicamente a los vecinos.
Es precisamente este último concepto, el latinx –que une a la cultura latina con la diversidad sexual– es lo que ha convertido a Vida en punta de lanza de un pequeño fenómeno cultural en franco crecimiento. Largamente olvidados a la hora de la representación en pantalla, pero parte sustancial de la audiencia desde hace tiempo, Hollywood comienza a descubrir cómo el streaming ha abierto un nicho para que los latinos puedan contar sus propias historias sin recaer en la telenovela. En ese panorama Saracho –junto a Gloria Calderón-Kellett, de One Day at a Time– es una de las escasísimas latinas con voz propia.
–Es muy interesante el trabajo con el idioma en la serie. No hay dos personajes que hablen igual, y su forma de combinar el español y el inglés dice mucho acerca de su historia personal y su distancia generacional con la inmigración a los EE.UU. ¿Qué impresión recibiste del público norteamericano "monolingüe" sobre Vida?
–Hay como cuatro idiomas, en realidad: inglés, español, espanglish y espanglés, según el personaje que esté hablando en Vida, qué edad tenga y de dónde provenga. Eddy es mayor que las hermanas, es lo que aquí llamamos pocha, así que su espanglish es más antiguo. El espanglish de Emma y de Lyn es el de unas americanitas que nacieron aquí y viven aquí. Estoy orgullosa de cómo suenan las tres, porque suenan como Boyle Heights. Y el público norteamericano no tiene problema al seguir los diálogos. No usamos subtítulos en la serie para ayudarlos. Sabía que se iba a entender todo. Para mi sorpresa, porque se quejaban muchísimo en mis obras de teatro en Chicago, pero ahora no. O será que ahora en la TV, no tienen manera de decírmelo en la cara.
–El realismo de los acentos y hasta de los insultos se extiende al argentino…
–¡Qué bueno que te haya parecido apropiado! Lo voy a comentar. Mi mejor amiga, Ilana, es de Buenos Aires. Cuando supe que iba a contratar a Roberta Colíndrez, con quien trabajé en teatro en 2011, para el rol de Nico, que como ella misma es hondureña y argentina, le pedí consejo. Hay que poner su identidad en pantalla: ¿cómo le hablaría a la chica que le gusta? Además Nico es lo máximo, la más cool, la dream girl. Nunca podría dar un paso en falso y hablar como alguien que no es.
–Vida fue una punta de lanza para la popularización del fenómeno latinx en pantalla ¿Podrías explicar en qué consiste?
–El término latinx es no sólo define al colectivo latino, sino que es además inclusivo de género. La idea, aquí en los Estados Unidos, de usar este término es básicamente acabar con lo binario. Tengo muchas personas transgénero trabajando en la producción de Vida. Es una serie queer, incluyéndome a mí, que me identifico como tal.
–¿Dónde encontramos a las hermanas cuando comienza esta tercera temporada?
–Empezamos todo superbién. Lyn y Emma son felices, están estables y en armonía: sus amores, su relación como hermanas, el trabajo que comparten manejando el bar, pero siendo Vida, todo pronto se desmadra, como decimos nosotros. En este caso, el disparador del desmadre es la reaparición del padre de las hermanas, a quienes ellas creían deportado y muerto en México, pero está vivito y coleando y quiere ser parte de sus vidas. En esta tercera temporada son nada más seis episodios, pero son mucho más largos que los anteriores y sustanciosos también. Está gordita la temporada.
–¿Sabías que sería la última temporada de la serie cuando empezaste a escribirla?
–Sí, en el momento en que me dieron el green light, que aprobaron desde el canal una nueva temporada, me dijeron "pero prepárate, porque es la última". Debo reconocer que lloré, hice berrinche, consulté a mis brujas, fue horrible: Vida es como mi hija. Además me dijeron "no le cuentes a nadie que es la última". Eso fue lo peor. Además, es muy difícil empezar a crear algo cuando sabes que tienes que enterrarlo. Empezamos con las guionistas, que son todas latinas, con mucha pena, pero después de dos semanas de hablar y lamentarnos, se escribió muy fácil la temporada. Nos terminó propulsando la urgencia de decir "no nos podemos despedir sin contar esto y esto otro". Y así llegamos.
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