Westworld, un mundo fantástico y peligroso
HBO estrenó ayer la serie basada en la película de los años 70 de Michael Crichton sobre el inquietante parque temático del Oeste
Westworld, la serie que HBO estrenó ayer, fue creada por Jonathan Nolan (hermano de Christopher y coguionista de casi todas sus películas) y está basada en el film del mismo título de 1973 (que aquí se conoció como Oestelandia), escrito y dirigido por el novelista Michael Crichton, quien 20 años más tarde usaría el mismo concepto en su mayor éxito, la novela (y el guión de la película) Jurassic Park.
Como la historia filmada por Spielberg, el "mundo del Oeste" de Crichton es un parque temático poblado por seres artificiales que desafían su programación y se vuelven contra los inocentes visitantes del lugar. Curiosamente, ésta es una programación que los robots del cine y la tv nunca consiguen alterar: siempre se vuelven autoconcientes y siempre contra los humanos.
En el film, Crichton presenta un futuro inmediato en el que una corporación llamada Delos pone en funcionamiento tres aventuras interactivas, el "mundo romano", el "mundo medieval" y el "mundo del oeste", poblados por autómatas idénticos a los humanos. Estos "mundos" no son una reproducción de esas diferentes eras según fueron reconstruidas por la historia sino tal como las reimaginó el cine, al punto de que en el "mundo del oeste" los visitantes pueden ingresar a un salón, pedir un whisky y batir a duelo a un pistolero. Yul Brinner encarna a un autómata fuera de control que reenvía al personaje que interpretara años antes en la exitosa Los siete magníficos (1960). Antes de que existiera el concepto de realidad virtual, Crichton hizo una película sobre cómo sería para un espectador ingresar a una película. Hay que reconocer que, contada de este modo, suena más interesante de lo que es. En realidad, se trata de un film difícil de sobrellevar por su ritmo pantanoso y por escenas de acción que debieron resultar involuntariamente cómicas incluso en 1973.
Tras ver el primer episodio de esta nueva serie, no es evidente por qué Nolan decidió reformular este film que descansaba apaciblemente en el olvido. Si bien para 1973 la era dorada de western ya había terminado, era un género mucho más popular y relevante que en 2016. Un relato que lo mirara con alguna distancia como para hacer un tema de la exposición de sus tropos tenía más sentido entonces que ahora. Además, hay algo anacrónico y forzado (considerando que lo que se puede proyectar del mundo de 2016 es muy distinto de lo que se podía proyectar desde 1973) en la idea de que en nuestro futuro una reconstrucción del Lejano Oeste se haría con robots y no en un escenario de realidad virtual generado por una computadora.
Westworld, la serie, toma la idea central del film pero la engorda de las maneras más interesantes. no trata acerca de un parque temático que se rompe sino sobre la naturaleza de la conciencia y la moralidad. Este "mundo de Oeste" es un lugar que parece inspirado en el célebre aforismo planteado en Los hermanos Karamazov: "Si no hay Dios, todo está permitido". Para los visitantes, no hay consecuencias de sus actos porque todos son ejercidos sobre autómatas, objetos, productos de consumo. Al suspender el juicio moral, aflora lo que estaba prohibido: para algunos será la inmersión en una orgía interminable, para otros una excursión de violencia homicida y para otros más, una combinación de las dos cosas. En cuanto a los autómatas, cuyos algoritmos impiden que dañen siquiera a una mosca, las cosas se complican, tanto desde el aspecto narrativo como el moral, cuando empiezan a revelar rasgos humanos.
El demiurgo de este sitio es un científico misántropo llamado Robert Ford (Anthony Hopkins), encargado de la programación y el responsable de haber incluido, acaso adrede, una línea de código que hace que los robots tengan conductas anómalas como recordar experiencias pasadas aún tras el borrado de memoria obligatorio de cada día. Los científicos viven en un inmenso complejo futurista como centro del control del pueblo donde se vive la aventura.
En el pueblo fronterizo de 1880 al que llegan los visitantes vive Dolores (Evan Rachel Wood), cuya narrativa indica que en cada jornada su familia será asesinada y ella violada por los asesinos. Maeve Millay (Thandie Newton) es la dueña del bar que empieza a tener recuerdos del lugar donde borran su memoria. El personaje más enigmático es El Hombre de Negro (Ed Harris), un visitante despiadado que, tras 30 años en el lugar, está convencido de que hay un nivel oculto del juego. El hallazgo del mapa de un laberinto bajo el cuero cabelludo de un pueblerino parece darle la razón.
Como la película en la que se basa, este relato puede ser visto como una exploración de su rubro, sólo que en este caso no sería solo el western sino uno que se ubica por encima: la serie de HBO. Este programa que tiene a un grupo de personajes creando una ficción para otros personajes nos habla de ese mismo proceso. "¿Sabes por qué este lugar es mejor que el mundo real?", pregunta el Hombre de Negro, "El mundo real es caos. Pero aquí cada detalle está puesto por alguna razón". El diálogo es una variación de la célebre lección de narrativa de Chejov ("si aparece un rifle en un relato, alguien tiene que usarlo"). Los técnicos que manejan el "mundo del oeste" suelen debatir sobre cuáles son las mejores historias para atraer visitantes e invariablemente concluyen que deben incorporar más sexo y violencia (HBO se impuso como el primer canal norteamericano sin restricciones de censura, esto es, con enormes dosis de violencia gratuita y desnudos femeninos).
Es suma, se puede decir que ésta es una serie de HBO cuyo tema es cómo se hace una serie de HBO. Considerando que, según trascendió, la compañía espera que este programa pueda tomar la posta de Game of Thrones como nave insignia del canal (y por eso fue sometida a un interminable proceso de reescritura) al menos esta estrategia le permite recurrir a todo su arsenal para lograrlo. En principio, Westworld parece más pequeño que Westeros, porque más que un mundo a descubrir nos trae una idea. Su límite será imaginación: la de los técnicos para manejar a los autómatas y la de Nolan para manejarnos a nosotros.
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