Maldito diario: cinco series sobre confesiones en primera persona
El diario íntimo siempre ha sido una estrategia confesional. Lo ha sido en la literatura y en el cine, y ahora ha permeado también la narrativa serial del streaming y la TV. La primera persona como una forma de descargo, de confesión angustiada; la construcción de un interlocutor imaginado, una especie de confesor a quien dejar testimonio de la soledad y el encierro. Algo de ello nacía de los diarios de Ana Frank en su reclusión convertida en testimonio del horror, o en los cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci, pilar de la reflexión política de posguerra. El encierro dio nacimiento a obras incandescentes como la poesía de Emily Dickinson o las fábulas románticas de las hermanas Brönte, y allí, en ese pulso confesional, en la firmeza diaria de la escritura en primera persona, está también la expiación de esos inasibles tormentos.
El cine ha sabido recoger en imágenes esas experiencias que parecían exclusivas de la letra. La versión de George Stevens de El diario de Anne Frank, estrenada en 1959, se convirtió en su propia evocación de la guerra, esa experiencia de los campos y los bombardeos que lo habían marcado como documentalista improvisado. Su periplo por la guerra, que cambió su obra para siempre y la tiñó de las oscuridades de los recuerdos y de la madurez de una postrera reflexión, encontró en la historia de Ana el mejor vehículo. Algo similar pasó con Robert Bresson y el descubrimiento del texto de Georges Bernanos que convirtió en su Diario de un cura rural en 1951 y también cambió su cine para siempre. Un joven párroco llegaba a su primer destino en una comarca francesa al mismo tiempo que transitaba el calvario de una dolencia. El gesto material de la escritura, la cadencia de la voz atormentada y el rostro doliente del cura se convertían en la estrategia de Bresson para alcanzar en la plástica del cine un encierro inexpresable.
El diario de un encierro contradice las coordenadas de exploración y descubrimiento que definieron al diario de viaje, a la bitácora de una excursión a lo desconocido. Sin embargo, esa travesía que los viajeros registran día a día y año a año en su escritura no deja de ser el espejo íntimo del narrador del encierro. Confinado a las paredes de su interior, a la búsqueda de un interlocutor posible en la soledad del confinamiento, el que escribe desde el encierro ensaya una forma privada de catarsis, una única liberación de su ansiedad, un testimonio de esa experiencia imposible de compartir, un registro de ese desasosiego. A veces los escritores de esos diarios son apenas testigos en lugar de protagonistas, como le ocurría al Billy Kwan de El año que vivimos en peligro cuando recordaba la crisis de Indonesia desde los ojos del joven reportero australiano Guy Hamilton. Su encierro en esa revuelta se expiaba en las acciones de otro, en el registro de sus extrañas premoniciones como oráculo y observador, en la vocación de dejar escrito aquello que solo podía ser vivido.
La cuarentena ha abierto un tiempo fecundo para la escritura de diarios. Algunos de actos banales y cotidianos convertidos en extraordinarios por el encierro, otros apenas desafíos de encontrar algo que decir y que pensar sobre un tiempo tan cercano, tan inmediato. La película colectiva Homemade, estrenada en Netflix hace poco más de un mes, fue un claro ejercicio de esa búsqueda: qué tenían para decir una serie de reconocidos cineastas sobre su propia experiencia de encierro y tal vez con ella la del mundo. Algunos optaron por el humor y la parodia, otros por historias de horror como sublimación de ese miedo a lo desconocido, otros por miradas esperanzadas o relajadas sobre ese tiempo angustiante. Pero de alguna manera la película se propuso como el ejercicio de concebir, desde las imágenes, un diario de esos días, un posible relato de ese encierro que quedara como recuerdo para la posteridad.
Lo cierto es que la narrativa del encierro ha dado relatos interesantes previos a estos días de cuarentena, ha conseguido plasmar en distintas historias la experiencia de esa expiación narrada en primera persona, de esa búsqueda de paliar la soledad y el desamparo a través de una escritura consciente y a veces irónica, quizás con la expectativa del perdón o con la búsqueda de secreta trascendencia. Las series que han ensayado ese recorrido, ya sea con la variante de la escritura de un diario personal, el uso de la voz confesional o la simple perspectiva interior funcionan como imprevistas deconstrucciones de ese confinamiento, estudios minuciosos de esa experiencia que el tiempo presente ha revelado como la más extraña forma de nuestra normalidad.
El cuento de la criada
La voz de Ofred (Elisabeth Moss) relata el día a día de su vida en la República de Gilead. Su encierro en la casa del comandante Waterford es el nuevo mundo al que debe habituarse, pese a los recuerdos de su hija y su marido, a los tiempos felices y la libertad perdida. La historia modelada por Margaret Atwood encuentra en el relato de su protagonista no solo un testimonio en primera persona de esa opresión sino también un persistente ejercicio de entendimiento. Mientras Ofred repasa en su mente y expone en sus palabras la dinámica de esa vida de encierro, las ceremonias de fertilidad y los paseos de compras de naranjas, busca encontrar un sentido posible a ese entorno para desactivarlo. La ironía en la narración es una forma de catarsis para su interior y de liberación para la experiencia del espectador. Su mediación se torna punzante en tanto no solo vive su confinamiento sino que lo analiza, lo desgrana en su operatoria, busca los resquicios en los que puede afirmar su irrenunciable resistencia. Disponible en Paramount Channel, Cablevisión Flow, DirecTV Go.
Mr Robot
El encierro del joven Elliot (Rami Malek) es también una tabla de salvación. El mundo exterior se ha tornado tan hostil que la insistente reflexión consigo mismo le permite sostener su aparente cordura y penetrar sin ser visto en ese caótico exterior. En el primer episodio de Mr. Robot, Sam Esmail nos sumerge en los pensamientos de su personaje, su desprecio por ese mundo corporativo al que se ve obligado a servir, su amor por Angela, que lo ve solo como un amigo, su desesperada soledad. Sus confesiones tienen los mismos ribetes inquietantes que las de Travis Bickle en Taxi Driver, testimonios airados de una soledad existencial que terminaba estallando en furia y sangre. Pero Elliot descubre un imprevisto destinatario de su voz, una extraña cofradía de hackers dispuestos a derribar el sistema a partir de la manipulación de la información. Ese artilugio del que Elliot se hace dueño y le permite sobrevivir es también el que comparte con el espectador, al que hace cómplice de sus dudas y rencores, pero también contagia de su libertaria exploración. Disponible en Amazon Prime Video.
Recursos inhumanos
La serie francesa, basada en la novela de Pierre Lemaitre, puede pensarse como un diario carcelario. Un registro paciente de la vida de un hombre desesperado que evoca en su encierro el camino que lo llevó hasta allí. El origen literario le permite al creador y director libanés Ziad Doueiri modelar en la voz de su protagonista un conflicto que tiene origen en la desigualdad social. Lo interesante de la idea del encierro que plantea Recursos inhumanos radica en cómo la experiencia de Alain Delambre (Éric Cantona), ejecutivo de 57 años, desocupado hace seis, en el epicentro de una crisis personal y familiar, deriva en el retrato de una experiencia colectiva, cuyo encierro es tan material como simbólico. La mirada a cámara de Cantona cuando relata los recovecos de su derrotero, la tensión de su cuerpo, las contradicciones de su personalidad, nos llevan a descubrir en esa errática empatía el verdadero rostro del drama social. Disponible en Netflix.
Dickinson
La extática apuesta de la creadora Alena Smith consiste en convertir la poesía de Emily Dickinson en el diario de su confinamiento creativo, no como el espejo de una angustia sino como el singular don de la revelación. Bajo la apariencia de un coming of age contemporáneo, con sus guiños pop y su puesta en escena colorida, Smith utiliza la voz de la poetisa como narradora de su experiencia creativa, de sus exploraciones afectivas y sexuales como detonantes de su condición disruptiva para la época. Aquí, la noción de diario se desplaza a la escritura poética y si bien el encierro de su etapa madura no ha llegado, se anticipa en su figura adolescente la paciente concentración en su escritura, la escapatoria a los destinos previstos de las mujeres, la resistencia a los moldes establecidos. Desde esa habitación que Virginia Woolf había reclamado como propia para la autonomía intelectual, la Dickinson efervescente de Hailee Steinfeld encuentra en esa voz única a contramano de su tiempo el legado perfecto de su obra. Disponible en Apple TV +.
Alias Grace
Otra de las célebres novelas de Margaret Atwood se ha convertido en el ejemplo perfecto de un diario teñido de misterio. La voz de Grace (Sarah Gadon), juvenil condenada en la Canadá decimonónica por un crimen atroz, está siempre preñada de ambigüedad. ¿Dice la verdad o la disfraza con la conciencia de su inevitable culpabilidad? La noción del narrador poco confiable encuentra aquí un exponente atractivo debido a su triste historia de vida, a su pasado turbulento y los terribles crímenes en los que se vio envuelta. Pero su palabra, la que le regala al circunspecto doctor Simon Jordan, envuelto en la confianza que le otorga la nueva ciencia psiquiátrica pero también en un creciente enamoramiento, se revela aguda y perspicaz, filoso testimonio del lugar de la mujer en su época. Grace recuerda el ejercicio confesional del narrador de El horla, de Guy de Maupassant, fabulador feroz y testigo de su propia imaginería, en la frontera entre la verdad y la locura. Desafiante de esas mismas categorías, la voz de Grace subvierte con su estrategia toda seguridad y nos sumerge en los vericuetos de esa fascinante revelación. Disponible en Netflix.
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