Clásica. Shakespeare en la música del siglo XX
No podía el siglo XX, herido por dos guerras mundiales, dejar de imponer su huella en el acceso de Shakespeare a la música. Cambios notables no sólo en la textura sino en los elementos fundamentales o secundarios que envuelven en toda su extensión a este lenguaje artístico, han traído novedades que, naturalmente, han modificado la sensibilidad del compositor al enfocar su interés en torno del poeta de cuyo nacimiento, como todos saben, se cumplen 450 años.
Es probable que tanto Sergei Prokofiev como Benjamin Britten deban ser ubicados entre los más relevantes de ese acercamiento. Pero son muchos más los que, desde diferentes concepciones y lenguajes han puesto música a sus obras.
Fue en 1935 cuando Prokofiev creó su ballet Romeo y Julieta, estrenado en 1938 en Brno, y dos años más tarde en el Teatro Kirov de la por entonces Leningrado. De esa rica y extensa partitura se han extraído tres suites, parte de las cuales nos fascinan con su refinamiento y espiritualidad.
Por su parte, Britten deslumbra por el milagro de imaginación en su ópera basada en El sueño de una noche de verano, que Buenos Aires conoció, en el Colón, en la temporada de 1962. Acude aquí a todos sus recursos para caracterizar los elementos de la intriga: el mundo de la fantasía de los elfos, el carácter buffo de los actores cómicos y el mundo "real", humano, de las dos parejas de enamorados. Un especialista en la obra del poeta, en una obra colectiva titulada Early Shakespeare (Londres, 1961) asegura que "es una de las ironías de la historia del teatro que sea en esta ópera donde se encuentre la más rica y la más fiel interpretación de las intenciones de Shakespeare que la escena haya conocido jamás en nuestro tiempo".
* * *
Pero citemos algo más de lo que este siglo dejó sobre la relación del poeta con la música. De 1913 es el estudio sinfónico Falstaff del inglés Edward Elgar; en 1919, Richard Strauss nos entrega tres canciones sobre textos de Hamlet y en 1926 Jean Sibelius extrae tres suites de su música para la escena de La tempestad. El ruso Dimitri Shostakovic compone su música para la escena de Hamlet en 1932 para una producción de Akimov. La suite resulta fiel al espíritu de búsqueda de los trabajos teatrales de la época, llena de aclaraciones a veces inesperadas y grotescas. Ocho años después, en 1940, Shostakovic escribe otra música para Rey Lear.
En 1937, Ottorino Respighi entrega su Lucrezia, ópera basada en The Rapt de Lucrèce. Al año siguiente, 1938, el inglés Vaughan Williams da a luz su obra coral Serenade to Music, basado en Marchand de Venice. De 1940 es el Romeo und Julia del suizo Heinrich Sutermeister y de 1942, del mismo autor, Die Zauberinsel, según The Tempest, ambas estrenadas en Dresden. De 1954 son los Three Songs, según Shakespeare, de Stravinsky, y de 1956 la ópera del suizo Frank Martin Der Sturm (La tempestad).
Citemos aún a Boris Blacher, que en 1943 trata de reducir a su estructura de base a Romeo y Julieta, con el fin de retener su sustancia lírica, además de componer dos ballets inspirados en Hamlet y El mercader de Venecia. Por su parte el alemán Aribert Reimann, nacido en 1936, despliega su arsenal de recursos expresivos (cuartos de tono, clusters, coloratura forzada hasta lo histérico y todo lo que quieran) en Lear, de 1978, que le valió un éxito decisivo. Luciano Berio para Un re in ascolto, con texto de Italo Calvino, alude a personajes de La tempestad mientras Werner Enze, en 1993, acude para su Octava sinfonía a la motivación de Sueño de una noche de verano.
Y por último ¡no quiero abrumarlos más! La música inspirada en Shakespeare da para un buen libro enterito. Hasta la próxima, con otro tema por ahora.
lanacionar