Clásica. Sonido y tradición alemanes
Orquesta Filarmónica de Dresde / Director: Michael Sanderling / Solista: Carolin Widmann, violín / Obras: Pequeña Suite (Witold Lutoslawski), Concierto para violín y orquesta en re mayor op 61 (Beethoven), Sinfonía n° 1 en do menor op 68 (Johannes Brahms) / Organiza: Mozarteum Argentino / Sala: Teatro Colón / Nuestra opinión: excelente.
De existir un plus en la calificación de la excelencia, un caso perfecto para aplicarlo con justicia sería el de la Orquesta Filarmónica de Dresde en su concierto para el Mozarteum Argentino, con la batuta de su director estable, Michael Sanderling, y la brillante participación de Carolin Widmann como solista del Concierto para violín op. 61 de Ludwig van Beethoven.El programa abrió con la Pequeña Suite del compositor polaco Witold Lutoslawski, una obra atractiva en cuatro movimientos, basada en elementos folklóricos estilizados y dramatizados desde la textura orquestal, alternando temas rítmicos y enérgicos con otros temas líricos de reminiscencia popular que crearon un clima sugerente en la apertura de la noche.
El concierto de Beethoven a continuación encontró en la excepcional violinista Carolin Widmann una intérprete profunda, consistente, de sonido voluminoso y expresivo, en perfecta consonancia con el color de la orquesta. La ejecución transcurrió con ejemplar serenidad, sin aristas ni alardes de virtuosismo, dedicada toda la atención exclusivamente a las ideas de la obra, por ejemplo en el inspirado tema principal -una melodía dulce que se oye infinidad de veces a lo largo del primer movimiento, Allegro ma non troppo-, vertido con riqueza de matices, alejado por completo de toda inercia en la repetición. Una Widmann vibrante en el desarrollo de la cadencia alcanzó su punto de arte más conmovedor. En la suave romanza del Larghetto, solista y ensamble profundizaron la homogeneidad en el canto, y desembocaron en un Rondó Allegro brillante, en el que cada pasaje, cada pequeño trino, cobró belleza y sentido musical. Como encore, Widmann ofreció una bella Sarabande de Johann Sebastian Bach: dicción impecable, sonido denso y tan inconfundible para las elaboradas líneas bachianas. En conjunto, una selección de repertorio que nunca fue en busca del efecto sino de las alturas del alma humana.
En la segunda parte, la soberbia Filarmónica de Dresde se mostró en la monumental Sinfonía n° 1 de Johannes Brahms, como la quintaesencia del sonido alemán y de la tradición de Europa Central: un sonido espeso, oscuro, amplio, contundente. O como explicaba Günther Naumann, violinista con el título de virtuoso de cámara, en diálogo con esta periodista en Berlín: "Nuestra orquesta se caracteriza por un sonido blando y redondo pero preciso a la vez, cálido en las cuerdas como en los vientos, tanto en las maderas como en los metales". Fue gloriosa la interpretación de Brahms en esa compenetración con las sonoridades aterciopeladas del compositor hamburgués, inquietante y majestuosa desde el comienzo, sin el más mínimo atisbo de superficialidad en los momentos más imponentes de su música. Muy por el contrario, primaron el control, la concentración y el pathos de un organismo que sabe conducirse con eficiencia unánime al puro beneficio de su arte. Una aventura acústica impactante en manos de la Filarmónica de Dresde fue el atravesar esta obra plena de tensiones dramáticas y pensamientos musicales de una envergadura colosal. En la misma frecuencia de sobriedad y templanza, Michael Sanderling expresó su talento en una dirección mesurada, elegante, sin gestualidades inútiles ni concesiones al show de cara al auditorio. Demostró en cambio que el trabajo verdadero del director de una orquesta con 120 conciertos al año es aquel que transcurre en la disciplina del ensayo y la preparación de un conjunto de músicos que sin grandilocuencias vanas logran edificar tan magnífico potencial sonoro. Como cierre fuera de programa: el final de la Obertura de la ópera Guillermo Tell de Gioachino Rossini.
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