Todo éxodo deriva, tarde o temprano, en cierta sensación de desarraigo. Tal vez por eso, el debut de Springlizard pueda verse como un ejercicio de memoria y evocación por parte del norteamericano Jonah Schwartz de la cultura y los lugares de su tierra natal. A lo largo de cuarenta minutos, Dreams of the Wolf entrega diez canciones en inglés que, ubicadas entre el folk, el country y el blues rural, citan aires, paisajes y sensaciones propias del sur estadounidense. Secundado por su compañero en Los Alamos Andrés Barlesi (en guitarra, mandolina y banjo), Schwartz apela a imágenes con letras que hablan sobre la vida de los pájaros, bosques de pinos y nidos en ramas de cedros. A veces acelerado ("Fluorescent Hues", "Docks of the Okinoh"), otras tantas más intimistas (el cuasi gospel de "The Brightest Night"), el álbum conjuga influencias de Robert Johnson y Calexico con el espíritu DIY del punk en la edición artesanal del disco, hecha con cartón, sellos y un sobre de papel madera.