El Palacio de los Deportes recibió por segunda vez en menos de un año a la banda de Scott Weiland; crónica y fotos
Será por nuestra ubicación geográfica desfavorable, será por ese complejo de tercer mundo que yace latente en uno. Por la razón que sea, el fan argentino medio difícilmente espera disfrutar dos veces en menos de un año de su banda internacional favorita. Afortunados sean los groupies de Scott Weiland y compañía: sólo 346 noches separaron ambas presentaciones en Buenos Aires. El mismo estadio que los recibió esa vez estaba allí, tal vez algo más repleto que en aquella oportunidad, como si la seguidilla de golpes bajos al bolsillo rocker (Pearl Jam y Chris Cornell, los más cercanos por fecha y público) no hubieran hecho mella en esta relación idílica. Relación que, como se aseguraron de demostrar, es absolutamente correspondida.
21.45. La hora de inicio también es un déjá vu. La lista de temas también lo será: "Crackerman" será la forma en la que Weiland, ese DILF que no podemos dejar de querer, nos dará la bienvenida. Un Weiland reinventado, ni el basket case del Pepsi Music 2008 ni el hiperglamoroso del Luna 2010: la de este año es una versión ecléctica, con su innegable histrionismo y marcas de rehab sólo para entendidos. Y está perfecto: sin disco nuevo que presentar, el valor agregado de esta vuelta está ahí, en ellos. Scott con electroshocks de la sirena de su megáfono, los hermanos DeLeo tirando magia en solos sincronizados, Eric Kretz dándole bombo al "Olé, olé olé olé olé, / páilots, páilots" de rigor. En donde no hubo bis fue en el sonido del Luna, que había tenido un oasis de claridad en 2010. El clásico efecto caja del templo del box hizo estragos con la batería y el bajo, que lograron destacarse sólo en situaciones muy particulares como "Plush", tal vez el momento más glorioso de toda la velada.
Molestias de lado, la potencia del escenario se transmite al campo sin mayores problemas. No fue sólo una batería de hits noventosos, no fue otra presentación de su última producción –aunque no hubo más que "Hickory Dickotomy" y "Between the Lines" del disco de 2010-. Aquí hubo un golpe premeditado, sin prisa pero sin pausa, de temas para rockear a pesar del pogo controlado. Una fan subió al escenario para gritar con el dichoso megáfono la intro de "Dead & Bloated". Antes de arrancar, y por los nervios, tomó aire. Scott y sus amigos casi nunca se detuvieron: por eso los queremos.
Por Ignacio Guebara
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