Alejandro Tantanian y su audaz versión de Eduardo II, el rey de Inglaterra que no escondió su homosexualidad
El texto de Christopher Marlowe escrito en el 1500 llega por primera vez a Buenos Aires luego una versión basada en la misma historia que encararon Alfredo Alcón y Antonio Banderas, y de la revolucionaria película de Derek Jarman
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En los 80, Alejandro Tatanian fue parte de esa generación de creadores escénicos que pateó el tablero de lo establecido. Asomó como actor, luego fue director y dramaturgo. También cantante y régisseur, gestor y escritor. Fue parte del grupo El Periférico de Objetos, colectivo clave de los 90. En su personal deriva, es uno de los pocos creadores que las salas públicas alemanas convocaron a trabajar mientras sus inicios siempre estuvieron ligados a la escena alternativa porteña. Es de aquellos (pocos) que pueden trabajar con alguien como el recordado compositor Gerardo Gandini en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), como reunir a un verdadero seleccionado de lujo para hacer una versión de un texto de Fedor Dostoievski que llamó Los mansos, en el que actuaba un joven (sigue siéndolo) Nahuel Pérez Bicayart, el actual protagonista de la película El jockey.
Quien debutó actoralmente en la obra El loco de Asís siendo casi un niño, a lo largo de su vida artística ha participado en más de 60 festivales internacionales, sus obras se tradujeron ya en cinco idiomas y acaba de editar el libro Tres clases, en el que recorre la obra de William Shakespeare, Tennesse Williams y Bertolt Brecht. Pero la música, desde las más refinada a la más popular, siempre lo puede (lo pudo desde chico cuando se encerraba en el baño a cantar temas de Nacha Guevara o Barbra Streisand).
En un recorte casi caprichoso de la temporada de 2006, mientras este talentoso creador estaba con la segunda temporada de Los mansos, estrenaba en el Rojas Bestiario Grimm al tiempo que ensayaba Cuchillos de gallina, de David Harrower, con Gaby Ferrero, Juan Minujín y Diego Velázquez; y preparaba Recital Ibsen, con Elena Tasisto y Alfredo Alcón en el San Martín. “Me gusta cruzarme de géneros. Me gusta forzarme a cierta adrenalina, creo que eso está bueno”, decía en un reportaje de aquel momento.
En el recorte actual de sus múltiples caprichos, este año del exdirector del Teatro Nacional Cervantes se inició con su puesta del oratorio Theodora, de Handel, en el Teatro Colón, con Mercedes Morán (puesta que despertó varias polémicas). Continuó con el estreno local de El corazón del daño, el texto de María Negroni que protagonizó su amada Marilú Marini y cuyo estreno mundial había sido en Madrid. En paralelo, hizo Como nunca...., ¡otra vez!, un café concert con libro de Liliana Viola, la actuación de Franco Torchia y Juampi Mirabelli como el primer vedette hombre de la Argentina, que repondrá en El Picadero.
En este mapa de la diversidad, falta un “detalle” no menor: su debut en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín. En esa sala que como espectador describió a Pina Bausch es donde acaba de estrenar una verdadero manifiesto sobre la diversidad. Se trata de El trágico reinado de Eduardo II, la triste muerte de su amado Gaveston, las intrigas de la Reina Isabel y el ascenso y caída del arrogante Mortimer, la versión de Carlos Gamerro, Oria Puppo y Tantanian basada en Eduardo II, de Christopher Marlowe, el gran segundón de la literatura isabelina opacado por Shakespeare, un dramaturgo, poeta, espía, ateo radical y homosexual. Marlowe murió en circunstancias oscuras. Lo apuñalaron en un ojo durante una pelea aparentemente causada por una cuenta impaga en una taberna de Deptford. Tenía 29 años.
En este texto que acaba de estrenarse, Marlowe repara en aquel corto y accidentado gobierno de Eduardo II (1307-1327) que muchos consideran como un fracaso. Pero el eje de Marlowe -y el de esta puesta que seguramente no pase inadvertida- no hace foco en ese aspecto tan distante. Pone el eje en cómo un sistema político y religiosos no admite al diferente, no permite que se haga público que el Rey de Inglaterra se pasee por el palacio con su amado. “La historia de Eduardo II y su favorito Gaveston pone en escena la utopía/distopía de un hipotético reinado queer: ¿Qué fuerzas ingobernables se ponen en marcha, qué formas de la felicidad emergen a la luz, qué catástrofes se desencadenan cuando lo hasta entonces marginal alcanza la centralidad del poder?”, se lee en el programa de mano.
La invisibilidad del texto de Marlowe en la cartelera porteña es llamativa, se presta a interpretaciones. En 1984, se estrenó en la sala principal del Cervantes La vida del Rey Eduardo II de Inglaterra. Aclaración, aquellas pocas funciones fue la versión firmada por Marlow y Bertolt Brecht. Alejandro Tantanian no llegó a verla, pero sabe de ella. “La tradición inglesa ponía a Eduardo II como el rey que desatiende al gobierno porque se la pasa mariposeando con su novio. Brecht tomó la obra de Marlowe, pero en ella la cuestión gay ocupa un lugar menor”, apunta Tantanian, un agudo observador de la realidad. Aquella producción española la protagonizaron Alfredo Alcón, como Eduardo II, y Antonio Banderas, como su novio. La dirigió el catalán Lluis Pasqual, el que en estos momentos está presentando La gran ilusión, en el Teatro San Martín. En aquella impactante puesta en la que los actores se desplazaban por el gran patio de butacas del Cervantes cubierto de arena, y que el público observaba la acción desde los palcos, se convirtió en una verdadera marca de la renovación teatral del momento.
El estreno mundial había sido en Madrid. En el libro Alfredo Alcón, biografía en primera persona, escrito por Jorge Vitti, el mismo Alcón recuerda aquella experiencia. “Mi personaje, el rey, se enamoraba de un chico, hijo del carnicero, que hacía Antonio Banderas. Teníamos una escena de carácter sexual en la que terminábamos con un beso en la boca”, recordaba. Y aunque en esa versión el vínculo homosexual no era el foco, cuando se produjo el beso desde el palco alguien gritó “maricón”. Alcón miró a Banderas e inmediatamente se fue hacia el palco en donde estaba el chico y le respondió: “¡Maricón, tu padre!”. Después, el rey indignado se marchó hacia al camarín. La función se suspendió. Para el joven Banderas, fue su primera salida de España por trabajo. Volvió al poco tiempo junto a Pedro Almodóvar para presentar La ley del deseo, 1987, en la que hacía pareja con Eusebio Poncela.
Pasaron los años y en 1991 ese relato basado en aquel rey inglés volvió a Buenos Aires. Fue gracias a la película del genial Derek Jarman (“inglés y homosexual”, como le gustaba que se lo reconociera). En aquella maravillosa película de una fuerza visual impactante las referencias al prejuicio respecto de la homosexualidad ocupaban un lugar central. Actuaban Steven Waddington, Andrey Tiernan y Tilda Swinton, quien muchos años después trabajó con Almodóvar, hacía de la Reina Isabel. La película de Jarman en la que Annie Lennox interpreta la canción Every time we say goodbye no solo escenificó el vínculo amoroso entre el rey británico y su joven amante, sino que también fue una forma de atacar el conservadurismo de Margaret Thatcher que intentaba restringir los discursos sobre la homosexualidad en escuelas e instituciones estatales. Alejandro Tantanian vio esa película. Es más, aclara a LA NACION, “fue el punto de partida de nuestra versión”.
Luego de aquel film que no pasó inadvertido, el gran director Alberto Ure, un verdadero agitador de la escena fallecido en 2017, tenía en sus planes estrenar el texto de Christopher Marlowe. Se iba a llamar, en tono decididamente provocativo, El rey puto. Se iba a estrenar en el Teatro Alvear.
Así es como llegamos a El trágico reinado de Eduardo II, la triste muerte de su amado Gaveston, las intrigas de la Reina Isabel y el ascenso y caída del arrogante Mortimer, la versión de Carlos Gamerro, la artista visual Oria Puppo y al director y dramaturgo Alejandro Tantanian, encargado de la dirección integral. Agustín Pardella, del elenco de la película La sociedad de la nieve, es Eduardo II. Eddy García, el amado Gaveston. Sofía Gala Castiglione, la reina. Patricio Aramburu, el arrogante Mortimer. Junto a ellos, un numero elenco compuesto también por Luciano Suardi, Santiago Pedrero, Gabo Correa y Lalo Rotaveria. Al gran andamiaje escénico hay que sumar la coreografía de Josefina Gorostiza como la música de Axel Krygier en medio una puesta de un gran despliegue visual a lo largo de dos horas.
“El problema de Eduardo II es que vive su homosexualidad de manera pública, no privada”, destaca Tantanian. Y trae a colación un diálogo que se produce casi al final de esta historia de traiciones, orgullos visibilizados, asesinatos, disputas. Es entre Lightborne (un personaje perturbador a cargo de Sergio Mayorquín) y el Eduardo que compone Pardella. El primero, le hace referencia a su amor por Gaveston: “No debió dejar que se asomara. Si hubieran sido más discretos, si hubieran reservado su amor a lo oscuro de un cuarto…”. El rey que decide vivir su historia amorosa con ese joven aún frente a su esposa, su hijo y el poder político/religioso, le responde: “No hay cuartos oscuros en un palacio. Y uno a veces se cansa de vivir bajo el agua”.
El precio por no querer vivir debajo del agua cae sobre el rey de la manera más bestial. Sucedió en un día de septiembre de 1327 y sucede, desde esta semana, en el gran escenario de la Martín Coronado. “Sus alaridos despertaron a las gentes del castillo y del pueblo de Berkley, y muchos, cuando entendieron lo que estaba pasando, rogaron a Dios que acogiera a su alma”, lee quien hace del hijo del rey, quien será Eduardo III (papel a cargo de Byron Barbieri). Toda esa escena sucede ante el silencio de los espectadores que presencian este especie de thriller histórico tan trágico, tan queer que interpela fuertemente a ciertos discursos que circulan en la actualidad.
Para agendar
El trágico reinado de Eduardo II, la triste muerte de su amado Gaveston, las intrigas de la reina Isabel y el ascenso y caída del arrogante Mortimer, versión de Carlos Gamerro, Oria Puppo y Alejandro Tantanian del texto de Christopher Marlowe. Sala: Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). Funciones: miércoles a sábados, a las 20; domingos, a las 19. Precio de entradas: desde los 6000 pesos.
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