Opinión. Biografía de un viejo teatro
La historia de un edificio, ¿podría llamarse una biografía? En principio, el vocablo parecería sólo adecuado para aplicarlo a la trayectoria de personas, ya que literalmente significa "vida escrita", y limitando el concepto de lo viviente a la existencia biológica. El criterio podría ampliarse, sin embargo, e incluir también animales (Virginia Woolf escribió una admirable biografía de Flush, el perro de la poeta inglesa Elizabeth Barrett) y -¿por qué no?- plantas notables por alguna razón. Ampliemos un poco más: los lugares significativos para las comunidades humanas, aquéllos donde la gente, por diversos motivos, se ha congregado y compartido momentos trascendentales (o simplemente gratos), a través del tiempo y de las generaciones, adquieren una suerte de humanidad, evocan sentimientos y emociones íntimamente ligados a muchas vidas. Un monumento, un estadio, una plaza o un parque, un recinto, también merecerían entonces que sus fastos fueran consignados para la posteridad.
Cuanto más si ese edificio es un teatro, caja de resonancia del intercambio entre el artista y el público, acaso el trueque más generoso que el hombre haya concebido. Así lo entiende el historiador santafecino Gerardo Alvarez, que a comienzos de este año nos hizo llegar un libro encantador, colmado de información. Se titula El Verdi y es la biografía de la sala homónima, que funciona hasta hoy en la ciudad de Cañada de Gómez. Se alzó por iniciativa de la comunidad italiana radicada en el lugar desde fines del siglo XIX, la Società Unione e Benevolenza, e inaugurado el 14 de febrero de 1925 con la ópera Il Trovatore.
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El Verdi fue diseñado por el ingeniero Dante Arnaldo Ardigó, nativo del lugar, hijo de inmigrantes italianos, y costó 200 mil pesos. Alvarez refiere que en la noche inaugural, cuando un encumbrado funcionario preguntó al presidente de Unione e Benevolenza a qué presupuesto se habían ajustado, recibió esta respuesta: "Si hubiéramos hecho un presupuesto, no se habría edificado el teatro". El libro de Alvarez abunda en anécdotas, consigna minuciosamente los artistas famosos que por allí pasaron, desde Carlos Gardel hasta Margarita Xirgu, desde Libertad Lamarque hasta los Niños Cantores de Viena, y cataloga todos los films, mudos y sonoros, que se proyectaron, y las compañías de radioteatro que conmovieron o hicieron reír a tantos. Es el homenaje entrañable a un edificio que representa la historia viva de una comunidad en el tiempo.
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