Cúmulo de seres amorales sin contradicciones
El inspector / Autor: Nikolái Gógol / Dirección: Daniel Veronese / Elenco: Carlos Belloso, Jorge Suárez, María Figueras, Lautaro Delgado, Gabo Correa, Gonzalo Urtizberea, Marcelo Xicarts, Mauricio Minetti, Maida Andrenacci, Pablo Finamore, Paula Ituriza, Daniel Kargieman, Ximena Banús, Agustín Vásquez, Guillermo Aragonés y Sebastián Mogordoy / Iluminación: Eli Sirlin / Escenografía: Jorge Ferrari / Vestuario: Laura Singh / Asistente de dirección: Gonzalo Martínez / Sala: Teatro San Martín / Funciones: miércoles a domingos, a las 20.30 / Duración: 110 minutos / Nuestra opinión: buena
Cuando todo estalla y ese alcalde caricaturesco -que pretendía que su burocracia e impunidad siguieran intactas- debe enfrentarse a la ley, les hace una pregunta a sus funcionarios y, claro, también al público: "¿De qué se ríen? Se ríen de ustedes mismos". Hay una dificultad con la risa en El inspector, la obra que Gógol estrenó en Rusia, en 1836, y que ahora dirige Daniel Veronese en el Teatro San Martín. El humor que plantea esta sátira es el del espanto, la imagen de la degradación del hombre, según la perspectiva de un moralista que había perdido la fe.
La obra de Gógol -que dialoga de manera directa con El avaro, de Molière, otra pieza actualmente en cartel en el Teatro Regio, del Complejo Teatral de Buenos Aires- es una sátira de cinco actos, de una profunda innovación para su época, ya que mantiene el tono popular, pero incorpora la caricatura y el humor ácido, referencias literarias del entorno del escritor ruso como el poeta Pushkin y hasta una vanguardista autorreferencialidad del autor, cerca del final, cuando dice: "Algún dramaturgo mediocre, barato y resentido va a escribir sobre esto".
Desde el argumento, El inspector refleja la corrupción y los abusos de los funcionarios rusos del siglo XIX, a partir de la equivocación del alcalde al confundir a un funcionario insignificante de San Petersburgo como un inspector que puede poner en jaque su poder. Para detenerlo, lo adulan y lo llenan de coimas. Fue tal el escándalo que generó en la sociedad rusa de aquella época el estreno de esta pieza que Gógol tuvo que irse de su ciudad. Pero, a más de un siglo y medio de aquella gesta, ¿cómo dialoga esta obra en la vida posmoderna? Para ser más directos: ¿nos dice algo sobre el poder, la codicia y la falta de ética que aún no sepamos?
Frente a este planteo, la dirección es la que debe potenciar nuevas miradas de El inspector. Veronese optó por una puesta tradicional, que pone el foco en la teatralidad del espectáculo, pero no ahonda en particularidades: una escenografía que deslumbra, con profundidad de campo y que da cuenta de una sociedad a punto de quebrarse, por las paredes manchadas y los techos agujereados en la casa del propio alcalde; vestuarios brillosos y de terciopelo y actuaciones que oscilan entre el tono discursivo de personajes arquetípicos y algunos gestos payasescos, como la reiteración de un saludo militar y otras exageraciones que parten del cuerpo. Jorge Suárez, como el alcalde, y Carlos Belloso, como el inspector, interpretan con habilidad el tono que propone la obra, en la que predomina ese estilo lúdico de actuación.
Todos los elementos de la propuesta dialogan entre sí con armonía y sin fisuras; sin embargo, El inspector se vuelve redundante y previsible. Una explicación podría ser que no termina de afianzarse en ninguno de los lenguajes estéticos que propone, sin profundizar en estos personajes amorales y sin contradicciones, ya demasiado conocidos para estos tiempos.
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