Del absurdo a la reflexión
Ficha técnica: Víctor o los niños del poder / Autor: Roger Vitrac / Versión y dirección: Lorenzo Quinteros / Intérpretes: Eduardo Calvo, Julia Tapía, Daniela Catz, Alejo García Pintos, Carolina Adamovsky, Romina Moretto, Hilario Quinteros, Jorge Paccini, Gabriel Lima / Diseño de iluminación: Claudio Del Bianco / Música original: Eduardo Felenbok / Maquillaje: Silvina Roccisano / Asistentes de dirección: Charly Di Gerónimo, Julieta Biagioni / Sala: Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) / Funciones: sábados, a las 22:45; y domingos, a las 20 / Duración: 80 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Creado en 1928, Víctor o los niños al poder resulta hoy un extraño experimento surrealista. En su momento, le posibilitó a Roger Vitrac lanzarse a un juego escénico en el que pocas cosas tienen una lógica real aunque, también, alcanza una virtud: las piezas que pone en funcionamiento van encajando poco a poco y aportando desatino a su historia, que se divulgó como una dura crítica a la burguesía de la época.
Víctor cumple nueve años. Es un niño prodigio: inteligente, inquieto, pedante, mide un metro ochenta y todas esas cualidades lo ubican en un lugar de privilegio. Tiene una amiguita, Esther, de características muy similares. Durante la reunión en la que se celebra su cumpleaños, ambos descubren una serie de intrigas que esconden sus respectivas familias y las divulgan de viva voz ante la desesperación de sus progenitores. El mundo de los mayores se ve descolocado y esos pequeños, a quienes se crió en territorios del deber, las buenas costumbres y los privilegios, recibirán su castigo.
La puesta de Lorenzo Quinteros encuentra en el absurdo el mecanismo ideal para que la acción fluya segura y hasta adquiera una coherencia que la pieza, en muchos momentos, parecería no tener. La construcción de cada personaje responde a un diseño previo muy sólido, donde han sido estudiadas cada una de las singularidades de esas criaturas. Puestos en funcionamiento, interactuando, esos personajes crecen y se potencian y el disparate que construyen, con muy buen ritmo, adquiere una muy destacada teatralidad.
Si bien es cierto que el elenco proviene de experiencias muy diversas, Quinteros logra construir un material muy sólido en que la tontería, la sorpresa, la locura y la muerte terminan adquiriendo un valor intenso. No sólo propone reflexionar acerca de ese mundo social, sino también sobre cuestiones inherentes a la representación.
El elenco es sumamente homogéneo y cada uno de los actores se lanza al juego con mucho compromiso y entonces este Víctor , cuya reposición puede provocar cierta extrañeza, encuentra una resonancia inesperada y a la vez entrañable.
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