El lobisón de Traslasierra
Una original reformulación de la mitología vernácula sobre el séptimo hijo varón
Autores: Gilda Bona y Alfredo A. Ramos / Dirección: Gilda Bona / Intérpretes: Celeste Campos, Pablo Bocanera, Damián Andrés / Vestuario: Marta Albertinazzi / Escenografía: Magalí Acha / Iluminación: Luis Orchessi / Música: Amín Pires Frades y Matías Verde / Efecto sonoro: Aníbal Tonianez / Producción: Hugo A. Ramos / Funciones: sábados, a las 20 / Sala: No Avestruz, Humboldt 1857 / Duración: 45 minutos.
Nuestra opinión: muy buena.
De repente, en este verano porteño por momentos abrasador irrumpe lo fantástico, lo insólito, en uno de los incontables escenarios de la ciudad. En una obra de tratamiento realista, se produce esa rasgadura de la que hablaba Roger Caillois para referirse a un género donde el mundo real deja de ser un lugar más o menos seguro cuando comienza a propagarse la incertidumbre porque se quiebran misteriosamente las leyes de la normalidad. En El lobisón..., Gilda Bona y Alfredo A. Ramos, como autores -la primera, además, como directora-, incursionan con buen pie en ese territorio intranquilizador donde lo sobrenatural deja huellas en la realidad. Siempre que esa realidad no sea una pesadilla dentro de otra pesadilla? Porque esta obra transcurre en una zona fronteriza que oscila entre datos y situaciones de la vida común y corriente, y la sospecha -que va tomando cuerpo, en distintos cuerpos- de que un lobisón anda suelto cometiendo tropelías, la última precisamente en un micro que está llegando a la localidad cordobesa de Salsipuedes. Es decir que aquel habitante típico del Litoral, según la leyenda, se ha desplazado a una provincia lindante.
Por cierto, el tema de la licantropía no es una exclusividad autóctona, ya que la sombra del hombre que se metamorfosea en lobo recorre el mundo, probablemente desde que en la mitología griega un rey de Arcadia, Licaón, por pasarse de vivo e intentar engañar a Zeus, fue convertido en lobo errante por el resto de sus días. Según el folklore local (que está intentando vanamente reflotar la tira Lobo, que emite El Trece), la maldición del lobisón recae sobre el séptimo hijo varón, y una forma de protegerlo de la mutación en las noches de plenilunio es que lo apadrine el presidente de la república.
En esta transposición teatral, Bona y Ramos dan por incorporados al inconsciente colectivo los detalles de la superstición vernácula: cuando la periodista viajera, especializada en investigaciones criminales, dice que la atacó un lobisón en la alta noche, basta para que la leyenda empiece a cobrar vida propia. Ayudan, sin duda, algunos detalles sugestivos: en la primera escena, el conductor encuentra en el suelo la bombacha de la chica, única persona que no se bajó del vehículo y que permanece dormida hasta que el hombre hace chasquear los dedos, de la misma manera que se despierta a los hipnotizados; ella lleva un tapado de piel que se presta a lecturas varias (la primera: que se quedó con algo del lobisón, además de los rasguños, que sólo verá el conductor); como pincelada de color local -sabido es que en Córdoba abundan las hierbas para infusiones y tisanas-, la periodista insinúa que el lobisón anduvo mordisqueando hojas de menta, y con ese perfume la narcotizó para abusar de ella, que justamente le está siguiendo la pista al agresor serial...
El texto evita dar explicaciones y hace crecer el suspenso en progresión geométrica, provocando nuevas sospechas y dudas en vez de despejarlas, apuntalado por una escenografía que da cabida ideal a este relato claustrofóbico: desde un único asiento de colectivo al fondo, a la izquierda, parten dos líneas blancas que atraviesan en diagonal el piso del escenario, abriéndose hacia el extremo derecho, donde hay un caño que podría servir para subir al segundo piso. Un decorado casi conceptual, perfecto para esta visión de soslayo del mito criollo. Al enfoque general de lacónica depuración se suman las actuaciones, el vestuario y la matizada luz que se mimetiza con la luna llena, el diseño sonoro ambiental, los saxos y el roncoco que aportan al enrarecimiento de la atmósfera, y particularmente la flauta traversa en vivo, que interviene certeramente comentando o subrayando con intencionado humor.