Opinión. El repentino auge de Yourcenar
La desbordante cartelera porteña depara sorpresas. Entre ellas, una me llama especialmente la atención. En este momento se presentan dos espectáculos sobre textos de Marguerite Yourcenar (1903-1987), la admirable autora de uno de los libros mayores del siglo XX, Memorias de Adriano , y primera mujer en ocupar un sitial en la Academia de Francia. Lo sorprendente está en que se trata, sin duda, de una gran escritora y una prosista refinada, pero no de una dramaturga propiamente dicha. Son textos para ser leídos, antes que representados, por la belleza y la densidad de la escritura, y su música interna. No obstante, ella escribió varias obras de teatro, rara vez (o nunca) representadas en su lengua original: Electra, o la caída de las máscaras (1954), El misterio de Alcestes (1963) y, en un solo volumen, tres piezas cortas: Dar al César, La sirenita y Diálogo en el pantano (1971).
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Confieso que no he visto ninguno de ambos espectáculos, y en todo caso no corresponde a esta columna reseñarlos. Me importa, sí, señalar la presencia de Yourcenar en sendos tablados porteños, entre otras razones porque permite encarar, una vez más, la compleja relación entre literatura y drama. Conocida es la debilidad de los escritores de ficción y los poetas por explorar el teatro, con resultados por lo general decepcionantes: la excepción sería La señorita de Tacna , de Vargas Llosa (pero no olvidemos la soberbia interpretación de Norma Aleandro). Es verdad que en el comienzo ambas formas de escritura fueron académicamente consideradas una sola, hasta que, desde fines del siglo XIX, el escenario reivindicó sus técnicas expresivas y sus procedimientos propios.
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Bienvenida, pues, la ilustre autora a la cartelera de Buenos Aires. Hubo un precursor, Alejandro Ullúa, quien en 1994 dirigió su versión de los bellísimos monólogos (de Miguel Angel, sus discípulos y modelos) de Sixtina , sobre la no menos bellísima traducción de Aurora Bernárdez. Y hay un antecedente más remoto, del que es parcialmente responsable quien firma estas líneas: cuarenta años antes, en 1954, Héctor Bianciotti (nuestro académico de Francia) dirigió una lectura, por un grupo de aspirantes a actores, de Electra, o la caída de las máscaras , traducida por mí, en el salón de actos no recuerdo bien si de Kraft o de Peuser, dos antiguas librerías con locales en la calle Florida. Por excepción, la agencia de Romiglio Giacompol, que entonces cuidaba los derechos de los autores franceses e italianos, nos autorizó esa única función, siempre que no se cobrase entrada.
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