En memoria de Paul Claudel
El pasado 25 de febrero se cumplió medio siglo de la muerte de Paul Claudel, cuyo aporte al teatro moderno fue considerable, sobre todo a partir del renovado interés por su obra que provocó Jean-Louis Barrault al representar, después de la Segunda Guerra, "Partage de midi" -que trajo a Buenos Aires en su primera visita, en 1950-, fechada en 1906, pero difundida tan sólo en 1947. El título de esta pieza notable suele traducirse al español como "Partición de mediodía", pero suena mejor "Crisis de mediodía", reflejo de una situación personal vivida por el poeta y dramaturgo durante su segunda estada en China (1901-1909) como diplomático. Una historia de adulterio, donde aparece el personaje femenino característico de Claudel: la mujer fatal que preferiría no serlo y que se redime por el sacrificio, hasta de la vida.
La carrera diplomática de Claudel lo llevó por el mundo, hasta alcanzar el rango de embajador en Japón (1921-26) y retirarse en 1935. Desde 1889 había publicado poesía y teatro ("Tête d´or", de ese año, y "La ville", 1890) sin más repercusión que en un reducido grupo de lectores, entre ellos, André Gide, que mucho admiraba a Claudel aunque polemizaba a menudo con él, por cuestiones religiosas.
Es que Claudel fue el gran poeta católico de Francia. Nacido en el Aisne, el 6 de agosto de 1868, estudió en París, en el prestigioso Liceo Louis-le-Grand, y procuró seguir las huellas de Rimbaud, al que definió para siempre como "un místico en estado salvaje". Escéptico en materia religiosa y hasta opositor declarado del cristianismo, se convirtió de pronto al catolicismo más ferviente durante la misa de Navidad de 1886, en Notre-Dame. Ingresado por concurso en el servicio exterior de Francia y casado en 1905 con una rica heredera, la luminosa trayectoria de Claudel presenta un punto oscuro: la conducta con su hermana, Camille, la talentosa escultora, discípula y amante de Rodin, que, abandonada por éste, perdió la razón y fue internada por Paul en un hospicio, donde nunca fue a visitarla, aunque le dedicó un magnífico poema.
Magnífica, espléndida, son los adjetivos que merece la muy alta poesía de Claudel, patente en sus mayores contribuciones al teatro. Entre 1909 y 1916, la trilogía histórica, centrada en el maltrato recibido de Napoleón por el papa Pío VII: "El rehén, "El pan duro" y "El padre humillado". En 1912, su obra más citada, "La anunciación a María" . En 1929, "El zapato de raso", inmensa obra que exige un despliegue material y un elenco casi imposibles de costear en estos tiempos, salvo por un teatro oficial. También en aquella primera temporada porteña, en 1950, Barrault dirigió y protagonizó, en el Colón, "El libro de Cristóbal Colón", una suerte de oratorio, con música de Darius Milhaud, donde Madeleine Renaud dejó el recuerdo imborrable de su voz, apenas un susurro al final del espectáculo, pero un susurro capaz de colmar el entero ámbito del inmenso teatro.
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Sin duda, el público argentino recuerda a Claudel sobre todo por su "Juana de Arco en la hoguera", otra incursión en un género híbrido entre el recitado y el canto -la música es de Arthur Honneguer-, varias veces representada en el Colón a partir de su estreno con puesta de Margarita Wallmann, en 1948. Es quizá la muestra más evidente que hemos tenido aquí del genio teatral del poeta francés; el resto de su producción no ha sido frecuentada, tal vez por el tono de elocución que exige, y el despliegue de producción. En los años 70, si la memoria de este cronista le es moderadamente fiel, el gran director Antoine Vitez (prematuramente fallecido poco después) trajo a Buenos Aires, en fugaz temporada en el Odeón, con actores de la Comédie, una admirable versión de "Partage de midi", con una protagonista excepcional: Ludmila Mikaël.
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