Entre logros y preguntas urgentes
"El teatro está en crisis". Este es el latiguillo que durante años se aplicó a una actividad que siempre se distinguió por la férrea lucha que emprendió contra viento y marea en defensa de los valores teatrales del país y de la necesidad de su práctica activa y continua. En primera y en última instancia, el teatro, como todas las artes, es representativo de los pueblos y como tal debe valorizarse.
Hoy es el país el que está en una grave crisis, que se extiende a todas las áreas artísticas. Sin embargo, más allá de los tropezones que vivió el teatro, se anticipaba tibiamente un cierre de año positivo. Los logros de esta situación -aunque templada, también valiosa- se encuentran en las conquistas legales alcanzadas con la creación del Instituto Nacional del Teatro y de Proteatro, que vieron afianzarse sus objetivos, a pesar de los recortes presupuestarios, y este año, después de muchas discusiones, con la sanción de la ley de mecenazgo.
Lentamente, apuntalada por una energía creadora que se negó a dispersarse, la actividad teatral avanzó con mayor cantidad de salas abiertas, el incremento de producciones y jóvenes autores y realizadores que encontraron buena aceptación aquí y en el exterior.
Hasta que llegaron estos días previos a Navidad, jornadas que sumergieron a toda la población en un mar de incertidumbres sobre el futuro mediato e inmediato y destaparon antiguos temores por la alteración de un desarrollo normal de la democracia.
En estos momentos, la situación política y los disturbios sociales derivaron en la renuncia del presidente Fernando de la Rúa, un hecho que no se limitó a una iniciativa individual sino que se irradió hacia otras esferas con la velocidad de la luz.
Con su dimisión, el mandatario arrastró a todos los funcionarios, incluidos los de la Cultura de la Nación. Y siguiendo la pirámide hacia abajo, también afectó en estos momentos a distintos organismos que se enfrentan al riesgo de quedar acéfalos.
Un caso es el Instituto Nacional de Teatro, cuyo titular es designado por la Presidencia de la Nación. Rubens Correa, el director, anticipó a LA NACION: "Hay que esperar y ver qué pasa. En principio estoy obligado a quedarme. Una vez que se designen las autoridades pertinentes, entonces voy a decidir qué hacer. Desde ya, la persona que asuma tendrá mi renuncia a su disposición. Mientras tanto, voy a estar al frente del instituto".
El Cervantes, en problemas
El problema más serio lo enfrenta el Teatro Nacional Cervantes, que se encuentra en una situación muy particular. Raúl Brambilla, su actual director, está designado en su función hasta el 1° de enero de 2002, fecha en que vence su contrato. En su reemplazo fue convocado Daniel Larriqueta, que debería comenzar sus funciones a partir del 2 de enero.
Este traspaso podría no llegar a realizarse, ya que el decreto que designa a Larriqueta todavía no fue firmado por el Ministerio de Turismo, Cultura y Deportes ni por la Secretaría de Cultura de la Nación.
"Ahora es una responsabilidad del presidente interino -explicó Larriqueta a LA NACION-. Caben dos posibilidades: que se mantengan las autoridades que venían desempeñándose o que se renueven. Por otro lado, puede ser que designen a otro director al frente del Cervantes. De cualquier manera, hay urgencias administrativas que no pueden demorarse: una de ellas es la renovación de los nombramientos de la planta transitoria del teatro. Si no se realizan puede ser que esas vacantes se congelen".
Una preocupación similar afecta a Raúl Brambilla: "Hay que tomar decisiones urgentes y no tengo más remedio que irme porque mi designación vence el 1° de enero. No me puedo quedar, porque a partir de esa fecha no tengo firma ni poder de decisión. Yo estaría dispuesto, si las nuevas autoridades me lo solicitan, a cubrir el vacío durante los tres meses de la gestión presidencial interina. Pero si no hay una pronta resolución, el Cervantes quedaría acéfalo y con los contratos sin renovar."
Esta realidad opaca cualquier resultado positivo y prenuncia una situación que obligará nuevamente a levantar las banderas en busca de una política cultural que defienda, promueva y respalde, de aquí y para siempre, los valores artísticos que se merece el pueblo argentino.
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