Fotos, música y satén
Dirección: Laura Garaglia y Juliana Cosentino / Espectáculo compuesto por los obras: Ir y venir, de Laura Garaglia, y El permiso maravilloso de Dorothy Parker / Elenco: Ana Fouroulis, Graciela Martinelli, Ana Padilla, Karina Antonelli y Paul Mauch / Escenografía: Magalí Acha, Melanie Klas y Paula Tortorella / Iluminación: Luchas Orchesi / Sala: Elkafka, Lambaré 866 / Funciones: domingos, a las 20.30. Nuestra opinión: Buena.
Cierta estética del despojamiento (un espacio iluminado y tres sillas que se van colocando de distintas posiciones para sugerir el cambio de ámbito) parecen indicar desde el inicio de Ir y venir que el conflicto esperable, como impulsor del desarrollo de la obra, transcurrirá más en el campo de las acciones de los cuerpos y las palabras que en el de las interrelaciones con el mundo físico. El avance de las situaciones confirma casi de inmediato esta sospecha.
La primera imagen es la de tres mujeres: una esposa, una hija y una hermana de un hombre, que es velado, charlan entre sí. Todo lo que sigue, en otras situaciones, seguirá siendo la expansión de ese núcleo inicial, que expresa la puja de esas mujeres por fijar una verdad acerca del hombre que ha muerto. Hay, como elemento central, una confrontación simbólica, una pulseada por imponer quién era esa persona, a quién quería más, qué cosas hacía o no hacía.
Como siempre, y como ocurre con frecuencia, el develamiento es arduo, porque detrás de la existencia de cualquier hombre y mujer hay siempre una cuota de misterio difícil de descubrir, algo del orden del secreto o enigmático que nunca trascenderá. Con un texto bien escrito y tensiones estructuradas con acierto, Laura Garaglia consigue interesar con esta escueta pintura sobre cierta insondabilidad del alma humana. Tiene como excelente apoyo el trabajo de tres actrices que juegan sus roles con exactas caracterizaciones (Ana Fouroulis, Ana Padilla y Graciela Martinelli).
El permiso maravilloso relata las expectativas de una mujer que espera volver a ver a su marido. Es tiempo de guerra, y él le ha anunciado que la visitará en breve gracias a un permiso que ha logrado. Y el encuentro se produce, pero la licencia es tan breve (una hora) que se transforma en una suerte de parodia frustrante de un sueño romántico. Da la impresión de que el esfuerzo por acentuar la ironía de ese desacomodamiento -¿por qué ese hombre que ha pasado seis meses sin ver a su mujer casi ni la besa ni la toca?- resquebraja un poco la verosimilitud de la historia, como si ese foco exclusivo eclipsara cualquier otro detalle necesario.
En este caso, la escenografía es más tradicional (sillones, mesitas, veladores) y tiene una atmósfera cálida. La pareja que se reencuentra cumple con su tarea sin desentonar -mejor ella que él- y se luce como una suerte de álter ego de la mujer, que le sugiere distintas conductas, Graciela Martinelli, que en la anterior obra hizo una hermana muy invasora y aquí compone un personaje chispeante.