Íntimo y perturbador
Ficha técnica: SONATA DE OTOÑO / Autor: Ingmar Bergman / Traducción: Martín Morgenfeld / Versión y dirección: Daniel Veronese / Elenco: Cristina Banegas, María Onetto, Luis Ziembrowski y Natacha Córdoba / Escenografía: Diego Siliano / Luces: Marcelo Cuervo / Vestuario: Laura Singh / Asistente de dirección: Gonzalo Martínez / Producción general: Sebastián Blutrach / Funciones: miércoles y sábados, a las 20; jueves y viernes, a las 22, y domingos, a las 19 / Sala: El Picadero, Pasaje Discépolo 1857 / Duración: 70 min
Nuestra opinión: muy buena.
Como beber un suave coñac, como dejar que una brisa constante nos pegue en el rostro, como un beso en la frente, como ser abrazado durante una hora y media. Como una charla silenciosa, extensa y profunda, con una madre o un padre. Así es este montaje de Sonata de otoño . Tan íntimo y perturbador como un secreto que sale a la luz.
Con ese conocimiento del silencio chejoviano, de las relaciones familiares, del amor y los reproches, Daniel Veronese condujo este duelo actoral de criaturas antagónicas.
El texto de Ingmar Bergman, concebido para su película de 1978, pone el foco en una relación familiar, en la que el amor y el rencor se cruzan. Charlotte es una famosa y exitosa concertista que poco se ocupó de sus hijas. Llega a la casa de Eva, su hija mayor, luego de la muerte de su amigo Leonardo. Allí vive ella con su marido y su hermana discapacitada. Hacía muchos años que no se veían. Primero asomará la ternura ante el reencuentro, luego el resentimiento comenzará a gotear. Las criaturas se dejan descubrir a partir de gestos y de actitudes, luego de palabras. Esas palabras abrirán puertas, cerrarán otras, podrán lastimar, podrán acariciar. La relación entre madre e hija es un contrato eterno. Lo saben. A pesar del rencor o de la culpa. No se rompe. Por eso son capaces de ir al límite, primero en puntas de pie, luego a paso firme. La obra habla de quiénes somos realmente y de cuáles fueron las causas para que cada uno sea quien es.
Cristina Banegas encarna a una Charlotte medida. Es al extremo ególatra. Se admira, pero a su vez está aterrada... de sí misma. Acude para el reencuentro, pero también para envejecer, para ensayar una posible evolución o quedarse con su propia obra para siempre. María Onetto encara acá uno de los mejores trabajos de su carrera, tal vez siempre digamos eso porque es una espléndida actriz que siempre se supera a sí misma. Su estado emocional tiene un trayecto contundente, conduce la acción, la induce y tiene una forma de trabajo que la vuelve la mejor socia de sus compañeros (por lo menos eso se ve desde afuera). A Luis Ziembrowski le toca el papel de Viktor, ese marido que se mantiene fuerte, silencioso y se sostiene por amor. Un muy buen trabajo de apoyo, nada fácil. Asimismo, hay que destacar las breves aunque efectivas intervenciones de Natacha Córdoba, como la hermana discapacitada. Le tocó jugar con una tarea complicada que es lidiar con el mundo interno de esa mujer detrás de la discapacidad: un trabajo excelente.
No es una obra apta para espectadores ansiosos o impacientes. Hay que acomodarse, entregar la máxima atención y permitirse espiar este mundo íntimo con sigilo, por el ojo de una cerradura que dejó sin llave Veronese.
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