La evocación del gran circo criollo
La propuesta de Mario Camarano es una entretenida fábula, con un gran pericón incluido, a la vieja usanza
El herrero y la Muerte, leyenda criolla de Mercedes Rein y Jorge Curi. Dirección y puesta en escena: Mario Camarano. Elenco: Graciela Tenenbaum, Enrique Cabaud, Agustín Pruzzo, Sebastián Giuliani, Miguel Trotta, Horacio Ingrassia, Carlos Ledrag y Pablo Goldberg. Escenografía: Claudia Botazzini y Enrique Dartiguepeirou. Realización de vestuario: Olga Policella. Peinados: Ricardo Fasán. Luces: Miguel Morales. Maquillaje y máscaras: Viviana Aronno/Lelia Bamondi. Asesoramiento coreográfico: Hebe Valla. Música original: Horacio Corral. British Art Centre, Suipacha 1333, viernes y sábados, a las 20.30. Duración: 80 minutos.
Nuestra opinión: buena
Tiene el encanto ingenuo y también la tierna ironía de las estampas de Molina Campos. Trata, con ligeras variantes, el mismo tema de El herrero y el Diablo , de Juan Carlos Gené, con remotos antecedentes en farsas y misterios medievales: la historia del pobrecito de aldea que logra poner en apuros y vencer al mismísimo Satanás, o, como en este caso, a la Muerte.
El gaucho Miseria, digno de este apodo (su apellido es Peralta) -más vago profesional que herrero-, comparte el desvencijado rancho con su hermana, Pobreza, o la Peraltona, que no cesa de reprocharle la afición a la siesta perpetua. Pero Miseria siempre está dispuesto a ayudar como puede a sus vecinos, aún más pobres que él, y a ofrecer la tradicional hospitalidad criolla a los forasteros. Sucede que por ahí andan, de a pie, Jesús y San Pedro: cansados y sedientos, piden sombra y agua fresca al herrero, quien se los brinda de corazón. Jesús le otorga entonces tres deseos: ganar siempre en el juego, tener un tiempo de descuento antes de morir y que todo aquel que se encarame a la horqueta del ombú vecino al rancho no pueda bajarse hasta que él, Miseria, lo decida.
Los deseos se cumplen. Miseria gana fortunas a la taba y las pierde ayudando al prójimo -pero el recurso es inagotable-, y el codicioso Gobernador, más interesado en la dote que en los dudosos encantos de la Peraltona, se casa con ella, que se convierte en una esnob ridícula. Así las cosas, viene la Muerte a reclamar al ex herrero y éste se las arregla, con típica picardía criolla, para dejarla trepada en la horqueta, sin modo de ejercer su tarea. Ni siquiera las astucias del Diablo pueden torcer la decisión de Miseria. El consiguiente trastorno, ya que nadie se muere y hay quejas corporativas de los abogados, los médicos y los sepultureros, tiene (aunque resulte raro) un final feliz y a toda orquesta.
Destreza y entrega
La puesta de Mario Camarano opta por la evocación del viejo circo criollo, sus personajes característicos y su posterior derivación en formas de teatro popular que perduraron hasta los primeros decenios del siglo XX, con gran pericón final por toda la compañía. El propósito se logra con recursos ingeniosos, algunos muy divertidos. Y si no todos los intérpretes muestran idoneidad vocal y expresiva, ostentan, sí, destreza corporal y una simpática entrega a papeles que en realidad son muñecos de retablo.
Puesto que en el programa de mano no se discriminan los personajes individuales, conviene destacar la auténtica comicidad de la única mujer del grupo, la eficacia de un Diablo sofisticado y mundano, la campechanía de San Pedro, la gracia de Miseria y la escalofriante caracterización de la Muerte. La escueta escenografía, las luces y la música se adecuan a las intenciones de la puesta.
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