La mujer oculta detrás del poder
"La señora Macbeth", de Griselda Gambaro. Intérpretes: Cristina Banegas, Fernanda Pérez Bodria, Corina Romero, Silvia Hilaro, Damián Morini. Música: Claudio Peña. Diseño de iluminación: Leandra Rodríguez e Ignacio Riveros. Diseño de vestuario: Magdalena Banach. Dirección: Pompeyo Audivert. Duración: 60 minutos. En el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543 (5077-8077). Estreno 23 de abril. Funciones: viernes y sábados, a las 22.
Nuestra opinión: muy bueno
¡Qué tema el de la mujer detrás del poder! Y, a la luz de los hechos judiciales que son noticia y que afectan a funcionarias actuales y del pasado, deja de ser oportunista porque simplemente se trata de un personaje que ya había sido diseñado por William Shakespeare.
Lady Macbeth es uno de los personajes femeninos más famosos de la galería shakespeariana y probablemente el más complejo. Es la autora intelectual del crimen del rey Duncan, porque resulta ser más fuerte, más despiadada y políticamente más ambiciosa que su marido, un aguerrido militar. Ella lo sabe y por eso recurre a la intriga para impulsar a su esposo al regicidio, lamentando no ser hombre para ejecutarlo ella misma. Aquí, ya en el texto de Shakespeare, se establece la limitación del género femenino, sobre todo en un temperamento como el de Lady Macbeth, sin definir si se trata de un alma masculina que habita un cuerpo femenino, o porque la ambición y la violencia, según la visión del dramaturgo inglés, son características propias de la masculinidad.
Lady Macbeth manipula a su marido con una eficacia notable, eliminando todas sus objeciones; neutraliza sus temores después de cometido el asesinato. Sin embargo, este grado de audacia ella lo va a pagar con la locura y empieza a agobiarla su conciencia, castigo que se reproduce en una mancha de sangre indeleble en sus manos, que resulta invisible para los demás. El sentido de la culpabilidad se convierte en una debilidad, y ella no puede hacerle frente. Ella se mata, señalando su incapacidad para soportar el peso de sus actos.
Hasta aquí las características originales de esta mujer ambiciosa de poder que sucumbe ante su conciencia.
¿Cuál es el aporte de Griselda Gambaro sobre el tema? Enorme. Por empezar, en "La señora Macbeth", ella es la protagonista absoluta de la versión, una mujer con mayor carnadura y mejor definición del perfil psicológico. Pasa de ser una coprotagonista a la narradora omnisciente de todas las secuencias y consecuencias que rodean a la muerte de Duncan. Actúa con demagogia para demostrar su grandeza y su dominio de las situaciones, al mismo tiempo que se acerca como personaje a una realidad nacional vigente y tangible. Aunque se queja de que Macbeth pone en boca de ella las palabras, al mismo tiempo, como portadora de apellido, no vacila en apropiarse de esas palabras para defenderlo y exaltarlo, en una constante lucha entre sus deseos de poder y la pasión.
Además, en esta versión de Gambaro, es ella la que se encuentra con las tres brujas (actuaciones bien resueltas), maquiavélicas e inmorales, que escapan de su función de vaticinadoras del futuro para influir en el ánimo de la señora Macbeth. De esta manera, toda la complejidad psicológica del personaje queda expuesta por sus propias palabras. Algo similar a lo que sucede cuando se enfrenta al fantasma de Banquo, otra de sus víctimas.
Memorable actuación
Aunque el texto es tan denso como insoslayable, el magistral talento de la autora para elaborar los diálogos no tiene parangón. Las palabras tienen un conciso valor semántico, pero en boca del personaje transmiten un sentido contrario, expuesto con contundencia y efectividad.
Y en esto tiene que ver el magistral trabajo que desarrolla Cristina Banegas, que, a pesar de su físico menudo, se agiganta en escena cuando vuelca visceralmente todas sus emociones. En una imperceptible metamorfosis se transforma corporalmente en un hombre para luego retomar naturalmente la debilidad física femenina.
Pompeyo Audivert, desde la dirección, aprovechó la amplitud del escenario para realizar una puesta con climas muy sugerentes. En la inmensidad y oscuridad del ambiente señala el campo de acción con sólo un pasillo oblicuo de luz y tres sillas. En este espacio muy acotado se juegan las pasiones, subrayadas por la iluminación contrastante y por la música de un chelo en escena que va marcando, y algunas veces anticipa, el crecimiento dramático.
El vestuario, más que elocuente y sintético, se convierte en una segunda piel que ilustra y al mismo tiempo revela los cambios subjetivos del personaje. No hace falta nada más.
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