La Runfla hoy celebra sus 30 años, con teatro al aire libre
Héctor Alvarellos, su director, quiere transformar en espectador al transeúnte
A mediados de la década del 80 varios grupos teatrales optaron por desarrollar sus trabajos en la calle. Uno de ellos fue Teatro de la libertad que solía hacer funciones los fines de semana en la esquina de Defensa y Humberto I. Entre sus integrantes estaba Héctor Alvarellos, actor, director, dramaturgo, quien optó por seguir esa línea de trabajo y una década más tarde creó el grupo La Runfla que en esta temporada está conmemorando sus 30 años de actividad.
La celebración se realizará hoy, a las 21, en Parque Avellaneda, con el estreno de un nuevo proyecto, Fragmentos de oscuridad, los caprichosos objetos del destino. El elenco está conformado por Lorena Mazzeo, Javier Giménez, Ran Dy, Maxi Silva, Natalia Bagden, Mauro Cantisano, Gabriela Alonso.
La agrupación que, a lo largo de los años, ha creado cerca de 30 espectáculos y se ha presentado en diferentes escenarios al aire libre de la ciudad, continúa manteniendo su espíritu original. “Estamos convencidos que el grupo puede llevar adelante más cosas que cualquier elenco concertado. Hay cuestiones que un grupo puede hacer por el esfuerzo y el convencimiento ideológico”, asegura Alvarellos.
Hace algo más de un año los integrantes de La Runfla comenzaron a diseñar un nuevo espectáculo. Entonces comenzaron a plantearse qué iban a hacer, qué tema desarrollarían. Acostumbrado a trabajar con temáticas ligadas al poder, en esta oportunidad sentían que debía cambiar el eje. Según destaca el creador, “hoy vivimos en un estado de ceguera particular. No sabemos como vamos aseguir, vivimos en un estado de gran incertidumbre”.
Después de leer algunos materiales de Jorge Luis Borges y José Saramago, decidieron reparar en Los ciegos, de Maurice Maeterlinck. Esa fuente de inspiración les permitió dar forma a tres personajes. “Tenemos al ciego viejo que es quien algo vio y tiene miedo de seguir andando –explica Héctor Alvarellos–, el ciego de nacimiento que se niega a todo y el ciego joven que es el que busca un poco la salida. En el medio asoman algunos objetos que transportan al público a tres lugares diferentes donde se producen tres monólogos con un tono totalmente nihilista y realista. Sacándolos del simbolismo. Finalmente se vuelve al espacio original y se produce el final. Siempre está rondando la muerte como símbolo”.
–¿Al cabo de los años han logrado mantener los objetivos que se impusieron cuando comenzaron a trabajar con el grupo?
–Cuando le pusimos nombre ya definimos que se trataba de gente de la misma especie, con un objetivo común. Salimos a la calle para rescatar al transeúnte, formarlo como espectador y de espectador en voluntario, partícipe. Decíamos, ‘queremos hacer un teatro de arte en el espacio público y desarrollar una poética en ese espacio público’. Después lógicamente el espectáculo de calle fue variando como sucedió con las experiencias circenses. Pero mantuvimos todos estos años esta necesidad de contar historias, de hacer teatro, de sacar el teatro de texto, de autor, a la calle. Tuvimos un primer período de comprobación, de prueba y en ese tiempo logramos insertarnos en una comunidad que es Parque Avellaneda, donde formamos un verdadero polo cultural. Allí funciona una escuela de formación y tenemos la sala Carlos Trillo.
–¿Qué dificultades encuentran hoy a la hora de trabajar en un espacio público?
–El espacio público es una permanente disputa más allá de que el teatro callejero te genera una inseguridad permanente. Hoy tenemos un generador que anda más o menos. Antes teníamos la posibilidad de colgarnos de la luz del Parque. Y aparte hoy hay una gran convulsión en la calle. Los parques públicos están invadidos por gente que hace deporte, antes iba al gimnasio y hoy usa el espacio público. Y muchos lo utilizan en forma inconsciente, entonces se produce una especie de fragmentación. Durante el ensayo de un monólogo, por ejemplo, una de las chicas sale y al costado había gente con un aparato de fuerte volumen y no registraron que había una luz, alguien actuando. Ellos seguían con su gimnasia y no lo hicieron con maldad, sino que estamos así de fragmentados.
–Al cabo de los años La runfla ha desarrollado proyectos ligados a autores muy destacados de la dramaturgia nacional e internacional logrando que funcionen en un escenario natural. Todo un desafío.
–Como lo hicimos con el Macbet de Ionesco o la versión de Rey Lear de Shakespeare siempre hemos propuesto una estética que aborde algo no tan realista y no tan formal porque creemos firmemente que la teatralidad está dada por una poética elegida y una reflexión y buscamos que el público se lleve algo una vez que la cosa terminó. El actor se desmaquilla y por el espacio que acabamos de usar pasa un chico en bicicleta y rompe con todo lo que hasta entonces fue algo mágico. Todo vuelve a la normalidad. Creo que haciendo teatro en estos espacios uno sigue peleándola pero es verdad que no es el espacio en el que empezamos, es mucho más duro, cuesta más. A los integrantes nuevos les cuesta, además, entendernos a nosotros los viejos con nuestros códigos y esta tozudez del compromiso.
–¿Cómo manejarán el protocolo correspondiente durante las funciones?
–Es la primera vez que aparece un aforo en el espacio abierto. A través de las redes (grupolarunfla.com.ar) hemos convocado a la gente que debe anotarse previamente para asistir. Estamos viendo como distribuimos los asientos que vamos a poner y tendremos que lograr que el público mantenga la distancia correspondiente y que cada uno se haga responsable de esa distancia y no sacarse el barbijo. Ya llamó público más joven par venir pero también contamos con viejos espectadores de La Runfla. Hay gente que viene porque somos nosotros, porque nos conoce de hace tantos años.
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