Mundo Gombrowicz: el poder de la manipulación a través de la vanguardia teatral
"Rechazo todo orden e idea/ Y desconfío de doctrinas./ ¡No creo en la razón! ¡En Dios tampoco!/ Quién creerá en Dios, si solo existe/ El hombre como yo, turbio, inmaduro, /Indefinible, verde y oscuro". La frase pertenece al personaje de Enrique, protagonista de El casamiento, de Witold Gombrowicz. Y resulta una síntesis casi perfecta para definir el pensamiento de este narrador y dramaturgo polaco que tuvo una historia apasionante y vivió en Buenos Aires entre 1939 y 1963, donde creó, además, algunos de sus textos más destacados, como Ferdydurke, Trans-Atlántico, Pornografía, Opereta y Cosmos.
Gombrowicz llegó como parte de un grupo de intelectuales polacos que venían con la intención de divulgar su arte. Pero ocurrió un imprevisto aterrador: aquellos días estalló la Segunda Guerra Mundial y él decidió quedarse en la Argentina. Un polaco que hablaba mal el español, al que le costaba relacionarse con intelectuales como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, las hermanas Ocampo. Despreciaba que ellos miraran tanto a Europa. Un ser casi oscuro al que le costó mucho adaptarse a la realidad local, donde, además, no la pasó bien: en sus primero tiempos vivió en pensiones inhóspitas, la comida escaseaba. Pero la literatura parecía salvarlo de toda posibilidad de sufrimiento. Él conocía muy bien ese refugio.
El casamiento, una de sus mejores piezas, se repuso en la sala Casacuberta, del Teatro San Martín, donde se estrenó en 1981 bajo la dirección de Laura Yusem, con adaptación de Néstor Tirri y protagonizada por Ulises Dumont.
Gombrowicz resulta una rara avis en el panorama literario argentino. Produjo mucho en este país, pero su literatura poco se relaciona con los acontecimientos sociales y políticos argentinos. Nunca pudo escapar del mundo cultural polaco y, en lo teatral estrictamente, se observan unas influencias muy ligadas al teatro de Stanislaw Witkiewicz (La gallina acuática, Ellos, El loco y la monja, Madre), autor surrealista al que revalorizó Tadeusz Kantor en los años 70 al volver a ponerlo en el centro de una escena que parecía necesitar su estilo transgresor, absurdista.
Decidido a sostenerse en la Argentina, a poco de su llegada Gombrowicz comenzó a traducir su novela Ferdydurke, y lo hizo de una manera muy poco natural. Solía frecuentar el bar Rex, ubicado en la calle Corrientes. Allí se reunía con un grupo de intelectuales a los que apreciaba, entre otros, el dramaturgo cubano Virgilio Piñeira (La niñita perdida, Dos viejos pánicos). También integraba ese círculo de amigos el filósofo y luego discípulo de Gombrowicz Alejandro Rússovich. El autor leía sus textos escritos en polaco, tiraba una idea posible de traducción al español y los amigos completaban el procedimiento. Así fueron traducidos Ferdydurke (escrita en Polonia) y El casamiento (obra creada en Córdoba).
Ambos textos fueron publicados en 1946 y 1948, respectivamente. Las ediciones estuvieron a cargo de Cecilia Benedit de Debenedetti, una amiga y mecenas del autor que manejaba una editorial que difundía partituras musicales, EAM. Posteriormente, en 1963, Gombrowicz regresó a Europa, pero se instaló en Francia, donde murió en 1969.
Una pieza muy actual
La dirección de esta nueva puesta de El casamiento fue encomendada al director y régisseur polaco Michal Znaniecki, un hombre de reconocida trayectoria a nivel internacional, tanto en el mundo del teatro como de la ópera. Un amante de la Argentina y también de Gombrowicz. Tanto que posee un departamento en San Telmo, muy cerca de la casa donde vivió el dramaturgo, en la calle Venezuela al 600. Esta es la primera vez que el creador monta una pieza de Gombrowicz. Ha utilizado y utiliza muchos de sus textos cuando dicta talleres de actuación, tanto en el Piccolo Teatro de Milán como en Varsovia, pero nunca se animó a llevarlo a escena.
El casamiento muestra la historia de Enrique, un hombre que regresa de la guerra y encuentra que su mundo familiar se ha deformado notablemente. Algo similar sucede con la conducta de su novia. En ese marco el protagonista ingresa en un campo de desesperación y locura que lo lleva a reinventarse. Se autoproclama rey y termina siendo un muy peligroso dictador.
"Este texto hace mucho que está dentro de mí y necesito que salga. Es el momento justo - explica Znaniecki-. Me siento un emigrado como en su momento fue Gombrowicz, y así como él compartía su trabajo en el bar Rex, yo quiero hacerlo en el Teatro San Martín. Quiero compartir mi mundo kantoriano, grotowskiano, polaco. Leyendo El casamiento encuentro que políticamente es el momento adecuado para llevarlo a escena, tanto en la Argentina como en Polonia. Para mí, él es un autor de culto. Cuando era chico estaba prohibido en mi país, no podía comprar sus libros. Conseguí unas ediciones francesas y lo leía a escondidas, por la noche. El desafío de esta producción es decir hoy que Gombrowicz es muy actual y no solo es un teatro de forma, el teatro de un vanguardista. Él en este momento puede herir al público, puede provocarle dolor".
-Al leer la obra en este presente el juego aparenta ser el de un absurdo que ha estallado.
-Ese es el juego más formal. El imaginario de este autor es muy amplio. No sabemos si esta historia es un sueño, algo onírico, o es realista. No sabemos si es algo serio o una farsa, o si es una manifestación de teatro político. ¿Hablamos del hombre o actuamos ser hombres? Esto nos ha permitido abrirnos a la historia del teatro. La cuestión más importante, más difícil en la dramaturgia de Gombrowicz, es la manipulación de la forma. Actuar un silencio, actuar mi humanidad, actuar a ser rey. En nuestra sociedad, observando a las nuevas generaciones, todo es manipulado, todo es imagen. Es suficiente decir en Facebook que querés pasar un tiempo en Nueva York y la gente se congratula y te dice: "Qué bien que la pasaste en Nueva York". Y a lo mejor no viajaste. La manipulación de Gombrowicz se daba a través de la palabra. Es suficiente decir tres veces "soy un rey", arrodillarme, hacer un gesto ceremonioso y la gente empieza a decir: "Es un rey". Igual que en Facebook o en la televisión. A veces pasan imágenes falsas y luego piden disculpas y explican que no eran reales. Hemos creado un monstruo.
-¿Por qué esta pieza encuentra muchas resonancias dentro del mundo polaco?
-En la Polonia actual el nuevo gobierno está cambiando leyes y nos lleva a un totalitarismo que parecía imposible. Y la gente no reacciona. Es impresionante la manipulación mediática que están realizando. Están sacando la televisión privada y dejando solo la oficial, como en los años del comunismo. He trabajado mucho en Hungría y observo cómo en el centro de Europa hay una avanzada del pensamiento que lleva a la dictadura. Suceden cuestiones antidemocráticas, hay censura artística. En el texto de Gombrowicz hay muchas figuras reconocibles.
-Algo llama la atención en la producción de Gombrowicz y es que nunca expresa valores de este país, aunque mucha de su obra fue producida aquí.
-Siempre mantuvo cierta distancia y es lo que lo salvaba. Utilizaba una ironía que lo corría de ciertos lugares. Hoy hablo con un actor y me dice: "Qué buena farsa estamos haciendo"; hablo con un actriz y expresa: "Qué buen drama", y eso se debe a esa distancia que tomaba. A él no le interesaba involucrarse con las cuestiones argentinas. A mí me pasa lo mismo. A Gombrowicz y a mí algo nos une y tiene que ver con cierta locura general de nuestra historia, la argentina y la polaca. Cuando el protagonista dice: "Estoy en una región maldita", eso se aplaude tanto en Polonia como en la Argentina, porque tenemos la sensación de estar siempre dentro de un quilombo. No sucedería en Italia; después de escuchar ese parlamento la gente diría: "Qué buen texto".
-¿Cómo se materializa en escena aquella idea del dramaturgo respecto de la condición del hombre al que analiza desde diferentes ópticas?
-Esa es la idea de proyección que tenemos. Un Enrique que se multiplica y es muy importante como experiencia. Hay una foto de Witkiewicz que es muy interesante. Donde su imagen aparece frente a una serie de espejos y en cada uno parecería un ser distinto. Este autor decía que no sos un hombre hasta que no matás a alguien. Que no llegás a tu humanidad hasta que no pasás por la experiencia de las drogas, el sexo, el alcohol o la violencia. Y acá Gombrowicz expresa lo mismo. Tenemos a un protagonista aburrido que llega diciendo: "He hecho de todo, he matado gente, he violado, eliminé los tribunales, a la policía. No soy humano, actúo mi humanidad y no llego a estar satisfecho". Ha llegado al poder absoluto. Es como un Macbeth que termina en el vacío. Logra el poder absoluto, pero ha matado el sueño, no puede dormir más. Sucede lo mismo cuando se alcanza hoy el poder. En nuestra puesta, en el tercer acto, el hombre está en su sillón mirando la televisión y cree que desde ahí puede dominar el mundo, con el control remoto. O cree que puede modificarlo solo con Facebook, sin salir de su casa.
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