Oscurísima hilaridad en un grotesco rural
"Un amor de Chajarí" . Texto y dirección: Alfredo Ramos. Con Analía Sánchez, Eugenio Soto, Karina Frau y Gabriela Moyano. Escenografía: Félix Padrón. Iluminación: Jorge Pastorino. Vestuario: Alejandra Montenegro. Diseño de sonido: Carla Balboa. Música: Gabriela Moyano, Fernando Tur y Pablo Bronzini. Asistente: Sol Alba. Funciones: Viernes, a las 22; sábados, a las 21. Teatro del Abasto, Humahuaca 3549 (4865-0014). Entrada: $ 12.
Nuestra opinión: bueno
El clima de tensión que se vive en "Un amor de Chajarí" desde el mismo momento en que el personaje de Etel (encarnado por Analía Sánchez) entra a escena, crece y muta a otros climas igual o más intensos. Quizá no ya de tensión, sino de sorpresa, de desconcierto o de una oscurísima hilaridad. Nada está hecho a medias en este grotesco rural en el que el dramaturgo y director Alfredo Ramos eligió, desde el vamos, los extremos.
Un matrimonio entrerriano vive en una estación de servicio de un cruce de rutas perdido en algún lugar más que solitario del Sur. El sueño de encontrar en esas tierras la riqueza salvadora que su suegro le aseguró que existía, lo mantiene a Faustino, el marido de Etel, inmerso en un supuesto pozo de petróleo que lo acerca a su fantasía y lo aleja de una mujer lisiada a la que culpa por no poder tener un hijo.
Etel también espera su milagro y no es precisamente el de tener un bebé con ese hombre, ni que de la tierra brote petróleo. Ella está decidida a volver a caminar sólo para poder escapar de una realidad alienante, asfixiante y deshumanizada a la que ni sabe bien cómo llegó. Además del matrimonio en cuestión, está Zulma, hermana de Etel, obligada tercera en discordia, que más que nada quiere tener sexo con su cuñado para ser ella la del vientre fértil y así ganar un mejor lugar en ese hogar que difícilmente podría ser codiciado por cualquier otro hombre u otra mujer.
El trabajo de Ramos en la acción dramática de su obra es de una minuciosidad y unos relieves sorprendentes que dotan a la obra de gran vitalidad y la nutren de recovecos que no hacen más que sorprender al espectador con la ayuda de giros inesperados que hacen crecer la tensión del un conflicto de varios perfiles. Y esto se alimenta, además, con la llegada de una tercera mujer venida de lejos, y de muchos años atrás, que de alguna manera le viene a cumplir a Faustino uno de sus deseos.
Además del detallado y bien resuelto trabajo dramatúrgico, la labor del director Alfredo Ramos se apoyó en un muy buen desempeño de sus actores, sobre todo el de la pareja protagónica (Analía Sánchez y Eugenio Soto) que logra transmitir con verdad esa sequedad de alma que los corroe.
Quizá por momentos se aletarga la acción y todo suena un poco discursivo, pero gracias a giros y contragiros se sale de esos pequeños pantanos con facilidad. Hay que destacar el trabajo de Félix Padrón en el diseño y la realización de la escenografía que instala en la mente del espectador las cualidades y características de este lugar perdido en apenas unos minutos. El trabajo se complementa muy bien con la justa y precisa iluminación de Jorge Pastorino y el vestuario de Alejandra Montenegro.
En definitiva, se trata de una experiencia intensa que sorprende a los espectadores cuando estos menos lo esperan.