Paco de la Zaranda: los sueños y la vida
La Zaranda, Teatro Inestable de Andalucía la Baja, presentará esta noche en el Teatro de la Ribera "Ni sombra de lo que fuimos", espectáculo que marca los 25 años del grupo
"Yo no escribo para el público, sino para el alma del espectador", decía don Miguel de Unamuno, y este precepto que se hizo carne en el grupo La Zaranda, Teatro Inestable de Andalucía la Baja. Y lo viene a comprobar, una vez más, con el público porteño. Lo hace dentro del marco del Festival Internacional de Buenos Aires, pero como se enteraron de que las entradas se agotaron, ahí nomás, apenas descendieron del avión, decidieron ofrecer cinco funciones más en el Teatro de la Ribera.
Desde hace veinticinco años, La Zaranda mantiene una metodología de trabajo que lleva casi dos años de profunda investigación antes de armar un espectáculo. Esta característica hace que sus trabajos sean totalmente originales, donde hay un sutil remanente de sus raíces tradicionales y un fuerte compromiso humano en cada una de sus propuestas. Además, una dramática con fuerte presencia de simbolismos y una estética expresionista de potentes resonancias pictóricas.
Las obras conocidas para el público porteño son "Vinagre de jerez", "Perdonen la tristeza", "Obra póstuma", "Cuando la vida eterna se acabe" y "La puerta estrecha". Ahora presentarán "Ni una sombra de lo que fuimos".
Sobre esta última producción, Paco de la Zaranda, director del grupo, dialogó con LA NACION sobre su propia filosofía de teatro. "En mi cultura, allá abajo (refiriéndose al sur de España) está mezclado todo: romanos, griegos, fenicios, moros. Si yo supiera lo que soy... Por esto hago teatro, para saber quién soy."
-¿Y descubriste quién sos?
-Si lo hubiera conseguido, entonces, no estaría haciendo teatro. Buscar lo absoluto es querer saber quién uno es. Buscarla junto con otro es entrar en la ceremonia del teatro. El buscar ese silencio imposible que se tiene que dar cuando el tiempo deja de ser el tiempo. El tiempo se convierte en espíritu y eso es posible gracias al teatro. En el arte también se da. Cuando uno está delante de un cuadro es como si el tiempo se detuviera. En el teatro tiene que suceder igual. Que no sea el tiempo real. Lo más horrible que le puede pasar a un espectador en el teatro es mirar el reloj. Ahí el espectador se fue. El juego en el teatro es el tiempo que se fue. Acá andamos con "Ni sombra de lo que fui" y haciendo honor a lo que nosotros somos. Siempre hemos dicho que hacemos el teatro que somos y que sentimos. Es un recuento.
Frente a un nuevo proyecto, el grupo se encierra, literalmente hablando, en una casona de Jerez de la Frontera, a la que bautizaron "La capilla", se encierra para investigar y crear.
-¿Siguen empleando la misma metodología?
-Todo igual. Ahora el espacio es un antiguo carrusel, con un solo caballo. De niños todos queríamos montarnos sobre el caballo. El caballo es un símbolo muy importante en la mitología, es algo que te transporta, te hace soñar. Y eso es muy importante porque si se acaban los sueños se acaba la vida.
-¿El caballo como sinónimo de libertad?
-Depende en qué cultura es una cosa u otra. En la cultura germana puede ser la muerte. Nosotros empleamos al caballo del carrusel de distintas maneras. Ahí está la anécdota. No creo que miremos el pasado con nostalgia. Soñamos y el caballo me transporta a nuestra infancia. Es un símbolo con el que yo he querido trabajar desde hace mucho tiempo. Meterlo en el escenario es muy complicado, sobre todo haciendo de él un personaje. Creo que lo hemos conseguido porque es el personaje central.
-¿No estamos hablando de un caballo real?
-Nooo... (dice riéndose). Está vivo en la conciencia del espectador. En el teatro, lo único vivo son los espectadores. Esto lo tengo claro. Siempre dejamos unos huecos para que el espectador vea lo que se le da la gana. Cosas que yo no las había pensado.
-¿Hay un lectura social?
-Desde la metafísica caigo en lo social, pero no trabajo desde lo social. Lo social está implícito en la vida, no hace falta remarcarlo. Intentar hacer teatro desde lo social, por y para lo social, te aleja del espectador. No se lo cree nadie.
-El poder, ¿cómo juega?
-El caballo es un símbolo de poder. Pienso que el poder no es un valor absoluto, podemos hablar de los poderes. Pero lo absoluto, que no sé lo que es, está más allá del poder y los poderes. Los poderes están en una sociedad que aplaza más a las personas. Hay mucho engaño en todo eso. Yo ahora vivo en una sociedad que vive mucho más confortablemente que muchas otras sociedades. Pero eso no quiere decir que la gente viva mejor. Vivir, entre comillas, de oro, no; viven más confortables. Es un tema que si lo llevo a lo social, me pierdo porque a mí gusta llegar ahí de otra manera. Me gusta tocar el alma del ser humano. El teatro es una búsqueda imposible. Yo lo sé, pero lo intento y en ese intento está mi vida. Sueño, mientras estoy soñando estoy vivo. Sé que si despierto me van a matar.No quiero despertar de mi sueño.
-¿Es un poco como el Quijote?
-Pues sí. Es un poco el Quijote y en él está implícito el Sancho Panza, que se lo cree. Lo puramente social desligado de todo lo demás no me interesa. Me interesa lo social dentro de ese mundo de sueños imposibles que tiene todo ser humano en cualquier cultura. El 2 más 2 son cuatro, me lo dijeron de pequeño, pero yo todavía no me lo he terminado de creer. A veces, decía José Bergamín, que había que revindicar el analfabetismo. Si lo tomas por un sitio te parecerá una barbaridad, por otro, creo que no está tan equivocado.
-Un poco al estilo de Rousseau en el "Emilio".
-Claro. Es similar. El teatro nos ha permitido llegar a conocer a indios de México donde la gente se ríe tan de verdad que te toca el alma, donde los niños juegan con piedras y son tan felices. En cambio, en tu sociedad ves tanto desarrollo tecnológico que llega a los chavales (niños), que no hay quien lo entienda. Entonces hay puntos suspensivos que uno se plantea. Por eso, el teatro es un lugar fuera de todo. Es un sitio donde se tiene que crear el espacio, el tiempo, un mundo donde el espectador entre a mirarse a sí mismo. Siempre he huido del héroe y antihéroe, del protagonista y antagonista. Es lo que uno tiene adentro, que no es bueno ni malo, que tú sacas y mueve las entrañas del espectador y lo va a llevar por los laberintos de su conciencia. Ahí me muevo. Para hacer honor a lo que hemos venido diciendo durante 25 años, cuando me preguntan qué trabajo hemos montado, ni sombra de lo que fuimos, contesto. ¿Somos mejores, peores? No, no somos lo que fuimos. Vinimos por primera vez a Buenos Aires en 1987. Este fue uno de los primeros países que visitamos de América latina. Vinimos desde Uruguay y podemos decir que llegamos en barco. Ahora llegamos en avión.
-¿Hay elementos biográficos de La Zaranda en este proyecto?
-Siempre dijimos que hacemos lo que somos, lo que sentimos. Enséñame tu aldea y te mostraré el mundo. Si es muy fácil: lo que me está pasando a mí, le está pasando al otro. Somos un poquito de ese todo. Lo importante es saber qué mueve el eje.
-¿Qué o quién mueve el eje?
-Es lo mismo. Lo importante es el eje, porque es el que mantiene vivo al ser humano. Si no hay sueño, no hay vida. Si el hombre deja de soñar, deja de vivir. Cervantes, que es mucho más sabio que nosotros, lo decía, y de Calderón ya no te digo nada. Esos son los grandes maestros que hay que estudiar.
-¿El teatro es una máquina de fabricar sueños?
-No me gusta la palabra máquina ni la palabra fabricar, pero, bueno, es un lugar donde se hacen realidad los sueños. El teatro comienza siendo sagrado, como todas las cosas, no porque sea especial. El hombre tiene un concepto de todo muy sagrado. Hoy ocurre que es mucho más importante el que le pone la marca al trigo que el que siembra el trigo. A mí me sigue importando más el que siembra el trigo. El teatro no se puede fabricar; yo trabajo por inspiración y no puedo explicar lo que es porque me pierdo y, además, lo estropeo. De la misma manera que no puedo explicar lo que es la obra. La interpretación queda a cargo de los espectadores. No me propongo que vea lo que yo vea. Le propongo que sienta conmigo y nos sintamos en el cosmos comulgando de la misma manera.
-Todos los proyectos de La Zaranda tienen imágenes muy potentes. ¿Cómo se llega a esa imagen?
-No sé decirlo. Puedo decir que soy un pintor frustrado y que la pintura es lo más grande para mí. Como no puedo pintar en un lienzo, monto en un escenario. Si estando frente a una imagen de La Zaranda, a mí me toca, pienso que a otro le tocará. Si a mí no me toca, por más bonita que sea, no le tiene por qué tocar a otro. Si tengo que subir al escenario para actuar, me olvido de mi función de director. Estoy en otra historia. A la hora de crear, trato de ser muy libre, pero eso es muy difícil. Hay unas leyes que hay que respetar y no es válido esos delirios de la mente puestos sobre un escenario. Eres libre, pero te tienes que mover dentro de esas leyes y no puedes volver locos a los espectadores con las falsas vanguardias, que no me gustan nada. Me gusta el simbolismo: el ser humano debe entender con el alma, no con la cabeza. El ser libre sobre un escenario es tan complicado, pero ahora me puedo permitir durante medio minuto tener un cuadro sobre el escenario. Esas imágenes a veces te vienen dadas, inconscientemente. Después de ver pinturas algo se te queda.
-¿Entre esas pinturas está Goya o Brueghel?
-En este trabajo es evidente que está Brueghel, tan evidente que da asco. Creí que no lo iba a ver nadie.
-¿Tal vez su obra "El triunfo de la muerte"?
-Está en este trabajo. Es un cuadro que miré con lupa. No está el cuadro, se entiende. Goya es genial, pero ahora hay una exposición de Tiziano que me fascinó, es muy fuerte. Con Brueghel pensé que se podía sacar algo de ese cuadro y algo saqué. Es muy descarado. Pero lo que es importante es que hay una comunión del hombre con el hombre desde que el hombre es hombre. Es lo grande del arte. El arte es lo más grande de todo. Imagínate un mundo con sólo confort y materia, qué monstruos seríamos.
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