Pequeño mundo de dolor y poesía
Luisa. Autor: Daniel Veronese. Intérprete: Denise Cotton. Piano: Andrea Piterman. Dirección y puesta escenográfica: Lala Mendia y Marcelo Albamonte. Sala: El Método Kairós, El Salvador 4530. Funciones: sábados, a las 18.30. Duración: 45 minutos. Nuestra opinión: muy buena
Ancestral angustia de la mujer que espera. Frente al teléfono, en la estación, junto a la puerta. La odisea de una promesa incumplida que elige el rencor mil veces antes que la resignación. Aquella noche, la vida de esa novia enamorada quedó atrapada en la valija que, como la Penélope de Serrat, nunca desarmó. Doce años tardó el hombre en regresar, sin demasiados argumentos pero con la prueba definitiva de que no hay vigilia que desteja la esperanza.
Luisa es un monólogo escrito por Daniel Veronese a principios de los noventa, que fue llevado muchas veces a escena por diferentes directores. Es la palabra de una mujer sola que le cuenta a su madre, entre otros recuerdos cotidianos, la sorpresiva llegada de Agustín justo cuando había decidido convertir en ovillos el saquito verde que al esfumado pretendiente tanto le gustaba. "Lúisa" -acentuado en la "u" como él le decía- narra con detalles obsesivos el hecho para que la mamá no se pierda nada. A pesar del sufrido mandato matriarcal, ella iba a ser una mujer feliz. Realidad o ilusión, se aferra a ese regreso para refundar su vida.
Sin tocarle una letra, los directores Lala Mendia y Marcelo Albamonte (un equipo formado con Hugo Midón) incluyeron canciones del repertorio popular, fragmentos de "Mantelito blanco", "La sonrisa de mamá", "Vuelve", "Soy un pálido fantasma", "Te abracé en la noche" y otros temas que se enhebran en el texto, de manera inesperada pero con total soltura. De pronto, Luisa, como si tomara café, se pone a cantar lo que no sabe o no puede decir con sus propias palabras.
Denise Cotton tiene los colores precisos para darle a su personaje el matiz que va de la apatía forzada al entusiasmo que genera un asomo de cambio. Cumple su tarea de hormiguita y tiembla ante la ilusión que abre la puerta, en un living pueblerino poblado de maniquíes de modista. Acompañada por el piano de Ana Piterman a un costado de la escena, cuando canta regala una sorpresa a los espectadores porque convierte esas letras más o menos reconocibles en algo propio: es la voz de Luisa mostrando, con candor y melancolía, su corazón. La mirada de Mendia, Albamonte y Cotton consiguió entrar al pequeño mundo de Luisa para encontrar que también ahí, bajo los viejos dolores de un texto, podía surgir una tibia alegría.
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