El diario de Anna Frank, sin emoción ni conflicto
El diario de Anna Frank / Autores: Frances Goodrich y Albert Hackett / Versión: Fernando Masllorens y Federico González del Pino / Dirección: Helena Tritek / Intérpretes: Ángela Torres, Marcos Montes, Valeria Lorca, Agustina Cabo, Carolina Solari, Francisco Bereny, Marcos Woinski, Silvina Quintanilla, Diego Hodara y Alejandro Viola / Iluminación: Ariel Del Mastro / Escenografía: Sebastián Sabas / Vestuario: Silvina Falcón / Música: Diego Schissi / Sala: C. C. 25 de Mayo, Triunvirato 4444 / Funciones: jueves a domingos, a las 20, y sábados, a las 20 y a las 22 / Duración: 100 minutos / Nuestra opinión: regular
Era una nena, dulce, divertida y talentosa. Pero sobre todo era inocente. En 1942 tuvo que encerrarse junto a su familia en la buhardilla del edificio de una empresa para esconderse de los nazis. La vida de Anna Frank, se sabe, terminó de la peor manera: muerta en un campo de concentración. Su historia tiene la suficiente contundencia dramática como para conmover a cualquier persona sensible que registre la violencia de los hechos. Por eso es un material que, según como se lo trabaje, puede rozar los golpes bajos y la falsa emoción. La versión teatral de El diario de Anna Frank fue escrita por los periodistas norteamericanos Frances Goodrich y Albert Hackett en la década del 50. En Buenos Aires, la directora Helena Tritek la estrenó en 2008, con la actuación de Vanesa González. Nueve años después, Tritek retoma la misma idea, con una puesta muy parecida y las mismas fórmulas de actuación, para estrenarla en el 25 de Mayo, esta vez con Ángela Torres.
Sin registros del paso del tiempo, esta versión de El diario de Anna Frank es representada como una verdad vacía. Una puesta realista, que oscila entre los relatos de Anna al público contando sus sentimientos y el contexto histórico y el de su familia, mientras los actores parodian ignorarla en escena y se acomodan en la casa, y el avance del conflicto de una manera más formal. Con poco espacio para que el espectador reflexione sobre lo que le muestran, el texto informa situaciones obvias, simplifica los discursos y no deja espacio para las sutilezas. Se llega a decir: "No nos gustan los nazis". De esa misma lógica parten actuaciones evasivas, que le escapan al conflicto y a la emoción verdadera.
Ciertas escenas, como cuando Anna y Peter se esconden en un cubo para eludir el clima opresivo y angustiante en el que viven e imaginan una vida diferente, logran resurgir la teatralidad. Plantean algo que se construye desde otro régimen distinto a las convenciones formales y anacrónicas que predominan en la obra, y que ya no tienen nada que ver con el mundo contemporáneo y las formas de representación.
Ángela Torres interpreta con habilidad un tono inocente, aniñado y rebelde a la vez, y es destacable que su presencia en los escenarios convoque a un público adolescente, que rara vez se acerca al teatro.
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