Teatro. Sobre el islam
No es de hoy, por cierto, el conflicto entre cristianos y musulmanes, cuya culminación en el siglo XVI fue la batalla naval de Lepanto, el 5 de octubre de 1571, cuando la flota cristiana, al mando de don Juan de Austria y del almirante genovés Andrea Doria, venció a la armada turca, conducida por Alí Bajá.
Shakespeare tenía apenas 7 años cuando ocurrió ese acontecimiento, pero la rivalidad entre ambos credos -con implicancias políticas y comerciales que iban más allá del choque religioso- continuó en el tiempo. La mayor potencia europea de la época era España; Inglaterra, por entonces un reino insular distante del vasto escenario del Mediterráneo, donde se jugaba el destino de Occidente, aguardaba astutamente, entre cajas, el momento de protagonizar la historia.
No obstante, en 1600, cuando el Bardo todavía estaba activo y era el autor predilecto de la reina Isabel I, ésta recibió a un embajador de los moros bereberes, del norte de Africa, encargado de interesar a la soberana en una alianza destinada a apoderarse de España con naves inglesas y tropas africanas. Y la compañía de Shakespeare actuó en la corte en la Navidad de ese año, de modo que sin duda el poeta vio en persona a la delegación mora.
Porque (todo esto lo comenta Jonathan Bate, en un muy erudito artículo publicado en The Times Literary Supplement, de Londres, el pasado 19 de octubre) los villanos no eran los árabes en ese momento, sino los turcos. Unidos ambos pueblos por la religión islámica, no lo estaban en absoluto por la política: tan peligrosos eran los piratas turcos que infestaban el Mediterráneo para los moros de Túnez, Argel o Marruecos, como para los europeos. El modelo de representación teatral del conflicto lo habría establecido Christopher Marlowe, exacto contemporáneo de Shakespeare, pero fallecido mucho antes, en su tragedia de "Tamerlán el Grande". Si bien este tremebundo caudillo no era turco sino tártaro, el público no hacía entonces (ni ahora) distinciones tan sutiles. Al final de la tragedia, quienes vencen al invasor no son los cristianos, sino los mahometanos del norte de Africa.
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En "Otelo", editado en 1604, Shakespeare, basándose sobre un relato del italiano Giraldi Cinthio, da a la anécdota varias curiosas vueltas de tuerca. Al ubicar la acción en la isla de Chipre, gobernada por Venecia, introduce, por ejemplo, el peligro turco, ausente en el original. "Valiente Otelo, debemos sin vacilar emplearte contra el otomano, enemigo de todos", dice el Dux al poner al Moro en funciones. Y, para desconcierto del público, que acaso esperaba un villano de piel oscura, Otelo es una buena persona -sólo que víctima de su propia naturaleza ardiente- y, además, se ha convertido al catolicismo al casarse con la europea Desdémona.
"Para Shakespeare y sus contemporáneos -acota Bate-, turcos, árabes y moros, todos representan al Otro islámico, pero no necesariamente homogeneizados en una única imagen de barbarie. La cultura árabe era frecuentemente asociada con la cultura y la civilización, en contraste con la imagen popular del turco, o sarraceno. Un moro podía ayudarte en la guerra contra el turco (o contra el español).
"Cómo se juzgaba a ese Otro islámico, dependía no sólo de estereotipos ideológicos, sino también de las particularidades de las alianzas diplomáticas, en un mundo de superpotencias rivales." Y la mayor perversidad de Yago, concluye, es haber devuelto a Otelo a la condición de musulmán: "En este sentido, cabe que Yago invoque a una Divinidad del Infierno y que Otelo reconozca, al final de la obra, que él mismo está condenado".
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