Sueño hecho realidad
Como aquellos libros de cuentos que, medio siglo atrás, deslumbraban a grandes y chicos con las ilustraciones tridimensionales que de pronto surgían al dar vuelta una página -un castillo, un bosque, un rey en su carroza, la cabaña de la bruja-, así transcurren las algo más de dos horas de este bello espectáculo. Se lo ve, pues, como quien hojea un libro de estampas hermosamente iluminadas; estampas que aquí se animan, además, con vivo sentido del ritmo (salvo algunas canciones que demoran la acción) y un cuidado plástico que evoca eficazmente la atmósfera onírica del cuento.
Las hadas perversas
Porque éste es un cuento de hadas. Sólo que en él las hadas son bastante perversas, maliciosas y empeñadas en dificultar lo más posible las andanzas de los humanos, de sobra conocidas por todo espectador más o menos avisado: de cómo dos jóvenes parejas atenienses (de una Atenas imaginaria y barroca) se extravían de noche en un bosque, donde Oberón y Titania, reyes de las hadas, se disputan la compañía de un pajecito que la reina trajo de la India; de cómo, para solucionar un problema que angustia a los novios, Puck, el duende servidor de Oberón, comete un error mayúsculo, complicando aún más la intriga; de cómo Oberón se venga cruelmente de su mujer, que se ha atrevido a desobedecerlo; de cómo un grupo de rústicos artesanos ensayan en el bosque, esa misma noche, la tragedia que representarán en los festejos de la boda del duque de Atenas, Teseo, con la reina de las amazonas, Hipólita, vencida por él en combate (versión también barroca de un mito griego); de cómo un encantamiento perverso hace enamorar a Titania de un supuesto asno, y de cómo todos los enredos se solucionan, los rústicos se alzan con el premio fijado por el duque, los jóvenes se casan, Titania y Oberón se reconcilian y todo no habrá sido más que un sueño (igual que nuestra vida entera, según Shakespeare).
Maliciosos e ingenuos
En "Shakespeare, nuestro contemporáneo", Jan Kott afirma: "El sueño no es sino una fantasía sexual sobre el tema de la bestialidad. Sin duda, sus criaturas elementales, las hadas y los duendes, responden con entusiasmo a sus impulsos primarios: el frenesí de Titania ante las dotes fálicas de Madeja (Bottom, en el original, un tejedor con veleidades histriónicas) transformado en asno, es más que explícito. También el sexo es lo que básicamente une a Oberón y la reina; y hasta se han hecho versiones en las que Puck era algo más que el asistente de su amo. La inminente boda de Teseo e Hipólita incita el gusto que el Bardo sentía al sembrar sus textos de dobles y triples sentidos, y de bromas bien verdes (castamente expurgadas en las traducciones de Astrana Marín); y tampoco las parejas jóvenes desoyen el llamado de la naturaleza. Pero, con su habilidad para equilibrar opuestos, Shakespeare infunde en esos mismos jóvenes un encanto idílico que se corresponde con la franca sensualidad que emana del mundo de los espíritus: son lujuriosos, pero inocentes.
Nunca ha sido empresa fácil poner en escena este jardín estival. Alicia Zanca, que ya dio muestras de imaginación y originalidad al dirigir "El zoo de cristal" y "Romeo y Julieta" (ambas con singular éxito, en el Regio), ratifica sus dones con este "Sueño...". Ya se comentó el buen ritmo que permite sobrellevar las dos horas y cuarto de duración sin intervalo, aunque algunas canciones (si bien el original también las contiene) parecen innecesarias. Así como, sin desmerecer el trabajo de Catarineu, la presencia de Shakespeare como narrador y sembrador de algunas de sus frases célebres -los consejos de Hamlet a los actores, las reflexiones finales de Próspero- parece innecesaria, la historia se vale por sí misma. Como siempre, los rústicos (encabezados por ese actor fabuloso que es Daniel Casablanca) se ganan al público, al representar la supuesta tragedia de Príamo y Tisbe que, por obra y gracia de su candorosa torpeza, se transforma en el paso de comedia más celebrado de la historia del teatro.
Paola Krum y Joaquín Furriel componen probablemente la pareja más bella que ha interpretado a Titania y Oberón; sus actuaciones son impecables. De los cómicos, ya va hecho el elogio. A Oscar Guzmán le tocó un arduo reemplazo, y si bien su Puck conquista la franca adhesión de la sala, para lograrla insiste en un exceso de morisquetas y meneos. Del grupo joven, se destaca el Lisandro de Gastón Ricaud. Pero el verdadero protagonismo es el del escenario: la escenografía y la ropa, las luces y el despliegue de toda la maquinaria de la Sala Coronado (que, gracias a la devoción de quienes la manejan, sigue siendo la más avanzada y eficaz del país), con sus escotillas, sus trampas, sus planos y paneles deslizables, crean un clima verdaderamente mágico: un sueño, para todas las estaciones, del que el espectador desearía no ser despertado.
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