Sugar: exhibición de un pasado glorioso
Sugar / Versión y traducción de: Mario Morgan, Fernando Masllorens y Federico González del Pino. libro: Peter Stone / Elenco: Griselda Siciliani, Nicolás Cabré, Federico D’Elía, Roberto Catarineu, Gipsy Bonafina, Leo Trento, Rodrigo Pedreira, Florencia Viterbo, Evangelina Bourbon, Romina Cecchettini, Julia Motiliengo, Pablo Juin, Nicolás Villalba, Ezequiel Carrone, Ariel Juin, Rodolfo Santamarina, Nicolás Tadioli, Ezequiel Carrone, Jésica Abouchain, Santiago Almaraz, Marcelo Amante, Flor Anca, Vicky Barnfather, Nicolás Chávez, Ariel Juin, Mara Moyano, Silvina Tordente / Músicos: Richard Nante, Victor Hugo Gervini, Juan Presas, Fernando Lerman, Pablo Mosteirin, Gaspar Scabuzzo, Gonzalo Fuertes, Antonio Trapanotto / Vestuario: Renata Schussheim / Escenografía: Alberto Negrín / Coreografía: Gustavo Wons / Dirección musical: Gerardo Gardelin / Luces: Mariano Demaría / Producción general: Gustavo Yankelevich / Dirección: Arturo Puig / Teatro: Lola Membrives / Duración: 100 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Al terminar la función de prensa, y con ese ángel que la vuelve absolutamente única en el mundo del espectáculo vernáculo, Susana Giménez subió al escenario no para opacar a los artistas agotados luego de dos horas de función, sino para ponerlos nuevamente en el centro, pero ahora con su venia y amor. E hizo un chiste, que obviamente apuntaba a la prensa, sobre el énfasis en los 30 años que han pasado desde aquel estreno en ese mismo teatro: “Y sí, si yo hiciera este baile hoy caería muerta”, dijo mientras acariciaba el rostro de Siciliani, quien hace de ella 30 años después. Y es cierto, los 30 años han pasado y parte de la picaresca tradicional de esta propuesta (dos hombres travestidos para poder integrar una orquesta de señoritas y las historias de amor que se desencadenen desde ese simulacro) ya no tiene tanta eficacia –recordemos que este texto se estrenó tres años después de finalizada la dictadura más cruel y represiva, en todos los sentidos, de nuestra historia–. Sin embargo el género le permite no hacerse cargo de nada de eso y Puig, como director, toma la buena decisión de profundizar esos anacronismos más que negarlos.
La obra nos ubica en Chicago primero, en Miami luego, siguiendo la trayectoria de una orquesta de señoritas en el año 1929, con enfrentamiento de gangsters incluido. A partir de allí, la trama es una comedia romántica que nos lleva a los sueños de una de sus artistas principales, Sugar Kane, de conocer un millonario que la saque de ese mundo (¡políticas de género abstenerse!). La obsesión con el dinero –y todos sus símbolos– se diluye detrás de la ingenuidad de los personajes, tanto en los ricos como en los pobres, y nada suena tan provocador ni tan obsceno.
Arturo Puig, consciente de esos 30 años y de los modos en los que esa picaresca hoy ya no provoca, optó por realizar ciertos guiños que ponen al público directamente en la trayectoria de esos años. Chistes que remiten directamente a Susana Giménez (un desfile de modas de Siciliani y Cabré que concluye en un giro abrupto de cabezas hacia público al grito de “Shock” –emulando la publicidad que volvió célebre a la Giménez– o el pedido de robar un “cenicero” –objeto que en una obra que tiene como protagonista indirecta a la diva tiene una reminiscencia única y concreta–) o modelos de actuación que apuntan a ciertos códigos televisivos de capocómicos tradicionales colaboran con hacer de esta versión de Sugar una que no niega a su antecesor. Era ésta una decisión para cualquier director que quisiera montarla: negar su pasado, o exhibirlo. El gran acierto de esta producción ha sido exhibirlo (incluyendo en su diseño de producción a la ex protagonista y convirtiendo a uno de sus actores en responsable de la puesta), y el de su director, Puig, hacerlo a través de la parodia.
El mejor ejemplo de esta decisión es tal vez la escena del tren en donde Cabré debe actuar la imposible situación del “macho” imposibilitado de hacer uso de sus atributos ante la belleza descomunal e ingenua de la femme fatale que ignora que “ella” es “él”. ¿Qué código se elige allí? Una suerte de español neutro con una fonética antinatural que refiere inevitablemente a otros textos, televisivos, cinematográficos, más que al mundo.
Griselda Siciliani logra con su Sugar Kane un trabajo consagratorio (talento para el musical, interpretación ingenua óptima, ángel y carisma), al tiempo que D’Elía y Cabré acompañan con enorme solvencia interpretativa (no así en lo estrictamente musical). Y por supuesto que toda la potencia aparece en el escenario cuando Gipsy Bonafina y Roberto Catarineu asoman y le dan todo su talento y prepotencia artística. Impecable dirección musical de Gardelín para un montaje que se luce también en lo presupuestario. Las múltiples capas de decorado de Alberto Negrín, la belleza lumínica de Mariano Demaría y el vestuario de Renata Schussheim acompañan lo que seguramente será un éxito de temporada. Una línea aparte merece el ensamble, ya que es uno de los más correctos y armónicos que se han visto en los últimos años en la avenida Corrientes, mérito, indudablemente, de Gustavo Wons.
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