Tensión en el drama de un castigado
Viendo morir a Gloria. Autora: Judith Thompson. Intérpretes: Mercedes Fraile, Artemia Martínez, Lucía Tomas. Escenografía y vestuario: Jorgelina Herrero Pons. Videoarte y mapping: Silvia Maldini. Iluminación: Verónica Lanza. Música: Cecilia Candia. Asistencia de dirección: Romina Giselle Asat. Traducción y dirección: Pablo D'Elia. Sala: Beckett, Guardia Vieja 3556. Funciones: viernes a las 21. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: muy buena
La dramaturga canadiense Judith Thompson parte de un hecho real a la hora de reconstruir en escena el caso de una joven dueña de cierta rebeldía que, condenada a unos pocos meses de cárcel porque ha cometido unos delitos muy menores, se verá obligada a prolongar su estadía en la prisión debido a un sinnúmero de denuncias que recibirá de sus guardias. Ellos consideran que Gloria, a partir de ciertas actitudes, sobrepasa los límites del respeto, las buenas costumbres y, sobre todo, las normas establecidas.
La historia está narrada por la madre adoptiva de la muchacha, su carcelera y la protagonista. A través de pequeños monólogos que se van alternando el espectador tomará contacto con la realidad de esa madre que busca por todos los medios posibles comprender los motivos que llevan a su hija a participar de situaciones conflictivas que la alejan de su libertad; una guardia cárcel formada con extremo rigor quien antepone las normativas obsoletas y denigrantes del penal antes que sentir conmiseración por las jóvenes que custodia y, finalmente Gloria, una joven frágil a quien el sistema carcelario le va horadando su mundo emocional hasta llevarla a una situación extrema.
Viendo morir a Gloria resulta un alegato conmovedor que pone al descubierto los estrictos mecanismos de un universo carcelario que lleva al extremo las relaciones interpersonales y lo más doloroso es que quien sufre es una adolescente. Los límites en los que se mueven los detenidos y sus custodios resultan tan endebles que los segundos pueden hacer que los códigos de connivencia se modifiquen según sus pretensiones y necesidades de poder. El drama del castigado llega a un estado de tensión que resulta muy difícil de analizar y, lo que es peor, de comprender.
La dramaturgia de Judith Thompson se transforma así en un material de denuncia muy contundente que el joven director Pablo D'Elía lleva a escena con mucho rigor. Se detiene exhaustivamente en el mundo interior de esas mujeres y logra que cada una de ellas exponga su personalidad con una variedad de matices que hace que sus personalidades resuenen con fuerza entre los espectadores.
Las contradicciones de esos personajes, sobre todo en la forma en la que dan cuenta de esos objetivos que persiguen para sostenerse resultan muy contundentes a la hora de comprender a la madre (Mercedes Fraile) y la custodia (Artemia Martínez). Sus interpretaciones adquieren un alto nivel de veracidad. Son muy elocuentes a la hora de plantarse en escena y dejar que el cuerpo vaya dando forma a unos relatos conmovedores que terminan mostrando lo peor de una sociedad del primer mundo.
Es más lineal el personaje de Gloria (Lucía Tomas). Su destino está marcado desde el comienzo pero la joven intérprete sabe aportarle seguridad e intensidad a su recreación.
La escenografía de Jorgelina Herrero Pons logra sintetizar con buena creatividad el ámbito en el que las tres mujeres se mueven. Desde la dirección y la actuación está muy estudiado ese campo espacial en el que los personajes adquieren un importante crecimiento.