Teatro. Tensión y fuerza en texto provocador
EL ÁNGEL DE LA CULPA
Autor: Marco Antonio de la Parra. Intérpretes: Osmar Núñez y Walter Bruno. Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo. Diseño de luces: Leandra Rodríguez. Música original: Julieta Milea. Asistente de dirección: Andrea Giglio. Dirección: Dora Milea. Teatro: El picadero. Funciones: domingos, a las 18, y lunes, a las 20.30. Duración: 70 minutos.
Nuestra opinión: Muy buena.
Un thriller psicológico, un conmovedor alegato sobre la condición humana, una dura mirada sobre aspectos de una sociedad quebrada. Ésas son algunas de las cualidades de El ángel de la culpa, un texto que el chileno Marco Antonio de la Parra concibió a mediados de la década del 90 y que acaba de estrenarse en El Picadero.
Un detective llega a la escena de un crimen. En esa habitación, pulcramente decorada, un joven, sentado en la cama, espera. Seguramente, es el culpable de la muerte de un hombre mayor.
Las apariencias indican que se trata de un taxi boy que ha descargado su ira contra un supuesto amante. En eso se apoya el investigador para comenzar a develar algo de lo que ha sucedido. El hombre, viejo conocedor de complejas tramas policiales, intenta hacer hablar al muchacho. No lo consigue. Su esfuerzo lo lleva a buscar ejemplos, anécdotas, indicios, que han marcado otros casos similares. En ese intento, y casi sin darse cuenta, comienza a mostrar su interior, dejando claro que es un hombre casi acabado. Su conciencia aflora de manera desmesurada, a veces. Todo se tornará más impactante al final, cuando la verdad aparezca y, entonces, la culpa no recaerá en un solo individuo. Una sociedad ha logrado revertir valores esenciales y eso tiene un precio muy alto.
La directora Dora Milea se detiene en esos personajes intrincados. Los analiza minuciosamente y los recrea construyendo una relación sumamente potente. De esa manera, la tensión se sostiene con fuerza y el ritmo se ajusta naturalmente a ese cruce de emociones que los personajes van desarrollando cada vez con más seguridad.
Si el personaje del detective, Osmar Núñez, se devela a través del relato; el del muchacho, Walter Bruno, lo hace solamente a partir de su corporalidad. Núñez concreta un trabajo apasionado. Es irreverente y sensible a la vez. Es oscuro y, en la búsqueda de la transparencia a la hora de aclarar las circunstancias que lo han llevado hasta allí, humilla y se humilla, y en ese juego crece magníficamente.
El compromiso de Walter Bruno es mucho también. Su personaje no tiene texto, pero su presencia es determinante. Osmar Núñez lo arrastra a su mundo, y así Bruno adquiere una notable y conmovedora presencia.
En un delicado y sutil marco escenográfico de Alejandro Mateo, que se contrapone con la suciedad que transmite la trama, la iluminadora Leandra Rodríguez consigue, con su trabajo, una síntesis estética muy acabada.
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