Una bella sinfonía con la mirada de Dossena y Suárez
Carmencita / Libro: Patricia Suárez / Intérpretes: Graciela Clusó y Diana Kamen / Música: Rony Keselman / Escenografía y vestuario: Nicolás Nanni / Iluminación: Claudio Del Bianco y Martín Paponi / Asistencia y producción ejecutiva: Pablo Scorcelli / Dirección: Mariano Dossena / Sala: teatro Nün, Juan Ramírez de Velazco 419 / Funciones: domingos, a las 19 / Duración: 60 minutos / Nuestra opinión: muy buena.
La muerte de la madre de ambas genera el reencuentro de estas hermanas: Menena (Graciela Clusó) y Rosario (Diana Kamen), quienes sólo entonces, huérfanas, pueden decirse cosas jamás dichas, desnudar secretos familiares, ventilar viejos rencores enterrados por años. El umbral de la casa materna, acertadamente elegida como única escenografía, será el marco de ese encuentro amoroso y brutal.
Carmencita, la obra de Patricia Suárez dirigida por Mariano Dossena, es una historia que versa sobre el amor familiar, la necesidad de sentirse querido, la imposibilidad de reconocerlo y el fantasma de la soledad. "No nos tratemos tan amargamente, Menena; somos dos viejas infelices", dirá la hermana menor, sobre el final.
Tanto desde el texto como desde la puesta, los creadores de esta comedia dramática logran recuperar cierto humor argentino atravesado por dichos populares que encierran una poesía particular. Con una sintonía actoral que vuelve todas las escenas verosímiles, las protagonistas no esquivan temas como el aborto, la diversidad sexual, los numerosos prejuicios que circulan en la sociedad. Y es lo descarnado y lo políticamente incorrecto del texto lo que permite al espectador enfrentarse al pensamiento a veces terrorífico de los personajes y, por la vía del humor incómodo que genera, pensar en cuánto de eso hay en cada uno. De esa identificación nace la tensa risa que inunda la sala del teatro Nün en cada puesta.
Un aspecto atractivo extra de la obra es que Menena y Rosario son diametralmente opuestas: la mayor vive en un estado de infierno permanente; de batón negro, con una postura contracturada y casi siempre cruzada de brazos, cerrada en sí misma, hace saber sin decirlo que su padre no la quiso, que la casó por encargo con un hombre más grande y que eso la dejó frustrada y alejada de sus deseos. Rosario, vestida con ropa moderna, de modales delicados, sí pudo enfrentarse, aunque no con mucho éxito, a la vida y despegar de su familia, irse a vivir a la ciudad; sin embargo, oscila en una permanente ilusión y desilusión que la muestra como alguien frágil, carente de reparo emocional.
Carmencita, quien da nombre a la pieza, como personaje omnipresente, es central en la obra, aunque no se la vea nunca en escena. Menena y Rosario depositan en ella todo lo que tienen para decirse y es a partir de Carmencitadesde quien se cuenta la obra y todo lo sucedido antes de este encuentro esencial para ambas. Como espectador se observa cómo ellas le van otorgando distintas personalidades de acuerdo con la conveniencia de ambas.
Dossena habla de esta obra como "una bella sinfonía pensada para dos actrices". Y no se equivoca: en Carmencita reina la musicalidad del lenguaje, y las hermanas que encarnan Clusó y Kamen son dos notas bien distintas que todo el tiempo interactúan creando melodías con intensidades variadas, con necesarios silencios. Como en una sinfonía, podrían identificarse los cuatro movimientos: si bien la obra tiene tres cuadros, separados por una iluminación cuidada que funde a negro, el cuarto podría ser el final, cuando se avizora el futuro ya sin mentiras. Y parece surgir otro dicho: "La sangre es la sangre".
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