Una difícil decisión
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Descansa / Dramaturgia y dirección: Pilar Ruiz / Intérpretes: Romina Oslé, Susy Figueroa y Verónica Cognioul Hanicq / Escenografía y vestuario: Eliana Itovich / Diseño de luces: Lucia Feijoó / Diseño sonoro: Pedro Donnerstag / Producción: Lugar Otro Estudio Teatral / Sala: La Pausa Teatral, Corrientes 4521 / Funciones: Domingos, a las 20.30 / Duración: 60 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Lucrecia está sentada en el inodoro del baño. Tiene que decidir si completa la dosis con esas otras pastillas que terminarán con su reciente embarazo no deseado. Las tiene cerca, junto al vaso de agua apoyado en el piso de baldosas blancas y negras que delimitan el cuadrilátero donde se debaten tantas mujeres cuando el cuerpo se transforma en ajeno. Nunca la soledad será más infinita.
Del otro lado de la puerta, un límite marcado por el damero, espera la madre que quiere saber cómo está la hija, la futura mamá. Sabe de su estado por una infidencia de la ginecóloga y trae regalitos, una caja de recuerdos "de cuando eras chica". Niega o desconoce cualquier malestar que no pueda controlar ni tiene idea de lo que sucede a un metro de distancia. En un rincón, atrás, la conciencia de Lucrecia aúlla, machaca, pulsa su voz impiadosa, la voz de los otros, de lo que se supone debe ser. La conciencia también es una mujer, que aparece entre sombras rodeada por objetos infantiles y que percute el reiterado mensaje de la obediencia.
En esa escena austera y seca, se desarrolla Descansa, de Pilar Ruiz, la misma de En el fondo (en cartel en Timbre 4), la reconocida obra sobre violencia de género y trata de personas. Ahora se metió con la cuestión tabú por excelencia, el derecho a elegir sobre el propio cuerpo, el derecho a no aceptar la maternidad como destino obligado, el derecho al aborto. Y dramáticamente lo resuelve con esta mujer en el baño (Romina Oslé), presionada por la propia conciencia (Verónica Cognioul Hanicq, la protagonista de En el fondo) y por la madre y su herencia de mandatos (Susy Figueroa). El varón, la pareja, el padre, aparece sólo como cita externa porque en nada cambiaría la solitaria decisión de Lucrecia que exige otra presencia, la del "instinto maternal" que por supuesto no llega porque es una imposición de la cultura y no un deseo profundo de su alma.
Quizá Ruiz, la autora y directora, no tendría que haber puesto en boca de su personaje central, hacia el final de la obra, una serie de declaraciones de principios que no eran necesarias. La tensión entre estos personajes y la lucha interna de Lucrecia, interpretada con sutileza por Oslé, eran elocuentes por sí mismas. Tal vez no pudo evitar dejar lugar a esa explosión después del encierro espacial y mental contenido tanto tiempo en ese pequeño espacio.
Sin embargo, por otro lado, le da otra interesante vuelta al tema. Porque es esa madre que reclama y cuestiona a su hija quien, a la vez, protege y cura a pesar de todo. Por si alguno se confunde, que quede claro que en Descansa no hay ni un ápice en contra de la maternidad sino una mirada valorativa que la rescata como ese gran inmenso amor que se construye, que tiene historia y raíces pero que no es una imposición obligada. Con esa valentía, sin paliativos ni excusas, Ruiz arriesga ideológica y estéticamente con una obra acerca de la mayor de todas las intimidades femeninas, el abismo ante el propio cuerpo.
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