Botineras, ante una riesgosa mutación
Hace casi un mes, al comentar el primer capítulo de Botineras , señalamos desde estas páginas que a partir de ese debut iba a ser difícil "no tentarse con el juego de las semejanzas entre la ficción y la realidad". En aquel jueves 26 de noviembre, dos días después de la presentación de una de las apuestas más fuertes de Telefé en este año, elogiamos, entre otras cosas, el "auspicioso equilibrio entre la comedia, la ironía y la intriga policial" del episodio inaugural. Todo, coronado con una calificación de "muy bueno" que reconocía los méritos de un mancomunado esfuerzo de producción.
Esa fecha aparece hoy mucho más lejana de lo que marca el calendario. Por el errático rumbo que, a partir de allí, tomó la historia, por el cambio rotundo de expectativas -el rating del programa cayó en picada- y por la consecuente decisión de encarar sobre la marcha varios virajes de timón. Aquellas cuatro estrellas que encabezaron nuestro comentario del debut jamás pudieron sostenerse en la continuidad del relato. El veredicto de la audiencia resultó equivalente. Números y comentarios no hicieron más que hablar de una frustración anticipada.
En el medio, la salida de Claudio Villarruel y de Bernarda Llorente complicó todavía más el panorama. Si, como todos los indicios aseguran, a partir del 1° de enero habrá una suerte de relanzamiento, nunca quedará claro si la decisión de lavarle la cara al programa habrá sido el último ejercicio de la pareja renunciante o la primera medida tomada por la nueva conducción artística que encabeza Marisa Badía.
Botineras reclama un enderezamiento. Pero necesita más que eso: una orientación visible, robusta, consistente. El tiempo rápidamente dejó en evidencia la fugacidad del equilibrio alcanzado en el debut, como si todos los esfuerzos en pos de lograr armonía entre los múltiples elementos puestos en juego se hubieran agotado en apenas 60 minutos.
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¿Hacia dónde iba Botineras ? ¿Cuál era su identidad? Nadie podía arriesgar una definición sin entrar en un terreno incómodo y confuso. ¿Un juego satírico inspirado en situaciones con nombres, apellidos y escándalos bien conocidos de la vida real? Nada podría superar lo que muestran los programas vespertinos de chimentos, sobre todo cuando la ficción no está muy convencida de seguir ese camino, como ocurre aquí. ¿Una aventura con toques de intriga y de comedia en dosis proporcionales? Por más que el planteo lo sugiere, la historia no despega y parece detenida siempre en el mismo lugar. ¿Una vuelta de tuerca alrededor de la batalla entre los sexos envuelta con el vistoso y atractivo envoltorio visual de las creaciones de Sebastián Ortega? La pareja central no aparece y sobran las contrafiguras (hay demasiados personajes con visos negativos), sin que ninguna de ella logre destacarse con peso propio, con la probable excepción de Damián de Santo y de Florencia Peña. Ambos saben lucirse, pero pagando un precio muy alto: sus respectivos roles giran todo el tiempo como una noria en el mismo lugar. La historia no despega.
El operativo metamorfosis está en marcha. Al parecer, uno de los primeros en bajarse será Diego Reinhold, cuyo personaje -aún irrelevante- ilustra un hecho clave: la correspondencia estética, narrativa y visual entre Botineras y otras ficciones recientes surgidas de la factoría Underground: Lalola y Los exitosos Pells . Habrá que ver en este caso cómo coexisten de aquí en más los intereses y las expectativas de Underground, Endemol y Telefé. Demasiado para un cambio de rumbo que se presenta a la vez como sorpresivo e inevitable. La paradoja es sólo aparente.
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