El adiós del sodero fue con fiesta
Promesas de felicidad eterna para Andrea del Boca, Dady Brieva y el resto de la troupe
Gran final de fiesta con toda la compañía. El cuadro que suele cerrar algunos espectáculos musicales de ribetes clásicos puede también aplicarse al costumbrismo televisivo. Anteanoche, “El sodero de mi vida” concluyó sus múltiples avatares de perfil barrial con un encuentro en el que no faltó ninguno de sus protagonistas (pequeños y grandes, principales y de reparto) y que tuvo lo que se espera de esta clase de historias en las que el tono de comedia predomina: un final feliz.
La historia recuperó en sus tramos finales buena parte de la atracción que había ganado en el arranque, uno de los más fuertes en la trayectoria de Pol-ka, con un promedio de entre 19 y 23 puntos de rating, con picos que llevaron a que, por ejemplo, el capítulo del martes último fuera visto por algo más de 1.130.000 personas, según los datos de la empresa Ibope (los números del episodio final de anteanoche aún no están disponibles). Y para ratificar esa conexión entre principio y final en términos argumentales, el reencuentro final entre la sexóloga y madre soltera Sofía Campos (Andrea del Boca) y el sodero Alberto Muzzopapa (Dady Brieva) tuvo muchos puntos en común con el modo azaroso en el que se conocieron durante el primer capítulo.
Con esa mezcla de azar y destino que suele depararnos la ficción televisiva, las idas y venidas afectivas entre la pareja protagónica concluyeron satisfactoriamente. Y lo mismo ocurrió con el resto de los personajes. Cada uno con su enamoramiento a cuestas, dichosamente resuelto, se encontró con el resto en una sucesión de brindis y saludos finales llena de deseos bienintencionados.
Hipólito, de fiesta
La excusa para asociar en la secuencia final a casi todo el elenco bajo el mismo techo fue el cumpleaños de Hipólito Campos (Alberto Martín), el padre de Sofía. Al pobre le pasó de todo en los últimos capítulos: sufrió un preinfarto, soportó las consecuencias de una supuesta relación equívoca y padeció no pocos distanciamientos familiares. Pero, como el resto, el hombre finalmente celebró su condición de bígamo, fórmula que encontró como el mejor antídoto para enfrentar su proverbial aire donjuanesco.
El de Hipólito fue, sin duda, el personaje al que más jugo le sacó la historia y encontró en el espléndido Martín a su intérprete ideal, compartiendo en el cierre su dicha junto a Elsa (Rita Cortese) e Inés (Graciela Stefani).
No fue éste el único respaldo de la historia. Hubo otros rendimientos actorales dignos de elogio (de la impecable Carola Reyna al aire sincero de Brieva, la frescura de Dolores Fonzi y el siempre confiable oficio de Del Boca) y un respaldo técnico con escasas fisuras, algo habitual en Pol-ka, para equilibrar los inevitables giros de un guión que, como ocurre casi indefectiblemente en este tipo de tiras de largo aliento, a veces se muestran caprichosos. Pero hay que reconocer en Jorge Maestro y Ernesto Korovsky el mérito de haberle dado al relato, hasta el final, ese genuino toque de barrio que en otras historias de raíz similar se fue perdiendo a lo largo de los episodios.
Por todas estas razones, el final no podía desarrollarse en otro lugar que no fuera la sodería Muzzopapa, donde se habló mucho, a lo largo de los últimos minutos del programa, de paz, trabajo y unidad familiar. Un retrato que sirvió seguramente para evocar buenas épocas y soñar un futuro venturoso de una manera sencilla y amable, que puede servir al menos como módica compensación, aunque sea por un rato y con los límites que ofrece la ficción, de la agobiante realidad que soporta un país en crisis.
El llano final de esta historia transcurrió entre los flashes informativos que daban cuenta de los primeros tramos del cacerolazo en Plaza de Mayo: toda una señal de estos tiempos difíciles y de las módicas estrategias que la TV procura para hacernos olvidar por momentos lo duras que son las cosas fuera de la pantalla.
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