Opinión / Televisión. Las cartas sobre la mesa y el valor de los comodines
Habrá que aceptar que nada es lo que era. Que la televisión diáfanamente generalista de otros tiempos ya es sólo un recuerdo. Que la mutación arrojó un nuevo cuadro, cuya conformación varía según necesidades y espasmos. Movimientos de cortísimo plazo que, paradójicamente, empiezan a marcar tendencias y a determinar conductas y hábitos fijos en el tiempo.
Lo vemos sobre todo en un diseño de programación que en los canales abiertos parece refugiarse exclusivamente en el rating medido minuto a minuto. Un veredicto inestable por su propia naturaleza, pero que a la vez fuerza movimientos visibles en el tablero.
La necesidad de certezas mínimas impone sus reglas. Y aquí el requisito básico pasa por maximizar en el menor tiempo posible lo que indican las planillas de audiencia. El resultado está a la vista: como nunca antes, los canales de aire exprimen hasta la última gota del líquido que destilan los ciclos más exitosos. La extraña alquimia televisiva hace que el líquido se convierta en sólido. En la materia prima de horas y horas de programación.
Las variantes se postergan o se reducen a la mínima expresión. De lunes a viernes, las fórmulas exitosas imponen su lógica de tiempo extra large . Tres horas diarias para Este es el show , por El Trece. Casi dos (antes del regreso de Cuestión de peso eran más) para A todo o nada , por el mismo canal. También casi dos, en el caso de Telefé, para el muy rendidor Minuto para ganar.
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América va todavía más lejos. Aquí hay prioridad absoluta y tratamiento preferencial para los escandaletes de la farándula y las miserias del propio mundo televisivo. Pruebas al canto: dos horas y media diarias para Intrusos , otras dos para Infama y 90 minutos adicionales de Medios locos . Y, como si todo esto fuese poco, tenemos un bonus track cotidiano y recargado: la versión 2012 de Animales sueltos, uno de esos programas que al moverse espasmódicamente al influjo de los escándalos y de la respuesta inmediata del rating, tiene una hora más o menos fija de comienzo y otra de final que puede cambiar según las necesidades.
Los comodines del fin de semana también determinan y fijan la agenda televisiva. Alicaído y todo, Gran hermano acapara horas de pantalla en Telefé. Y lo mismo ocurre con su rival directo desde El Trece, Soñando por bailar , que procura sacar el máximo provecho de su circunstancial fortuna.
En el medio están Los Simpson , que funcionan con la lógica de un tratamiento prolongado. El concepto de maratón televisiva, que por definición debería verse como algo excepcional, funciona aquí como regla. Por eso tenemos Simpson a discreción los sábados y los domingos. Telefé les dedica entre ambas jornadas casi siete horas, con un esquema al que sólo le falta imaginar el sueño de un canal propio, resuelto a seguir las 24 horas las andanzas de la familia más famosa de Springfield.
El último comodín está en Canal 7, en este caso mezclando las necesidades políticas con la lógica de una programación. El Fútbol para todos , ahora con el agregado del automovilismo y de otros deportes en la antesala de los Juegos Olímpicos, fija las reglas y extiende su influencia a lo largo y a lo ancho de la grilla diaria, no sólo durante los fines de semana. Eso sí, debe haber un resquicio para no dejar fuera del horario central, y aun en emisiones reducidas, a 6,7,8 , cuya sola existencia desmiente la autoidentificación del canal como TV pública. Nada es lo que era.
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