Los reality shows no son lo que aparentan
No debe de haber argumento más trajinado para poner en marcha cualquier debate sobre los efectos de la televisión en la sociedad y la cultura contemporánea que los reality shows. El último avatar de esta cadena interminable acaba de aparecer en el semanario Time bajo la forma de una investigación sobre las "mentiras, trucos y engaños" de algunos de los programas más populares del género, hoy sometidos a toda clase de manipulaciones para hacer creer al público que se trata de la más pura televisión verdad, cuando en realidad todo responde a una estrategia premeditada y aplicada a través de un guión bien preciso.
En la nota se cita a Sarah Kozer, una de las participantes de "Joe Millionaire", reality sobre un soltero codiciado por una serie de chicas dispuestas a convertirse en su pareja. Ella dice que los productores del ciclo "falsificaron" una escena en la que se la veía junto al soltero a fin de hacer creer al público que entre ellos había existido allí sexo oral. "Todo no hubiera podido resultar más falso y prefabricado", señaló Kozer.
Otro ejemplo denunciado por sus protagonistas -en este caso un editor que mantuvo en reserva su nombre- tiene que ver con un juego de compaginación de imágenes en "Laguna Beach", un reality de citas emitido por MTV, donde se sugiere un triángulo amoroso en donde jamás hubo escarceo alguno.
Peor dice haberla pasado la morena Omarosa Manigault-Stallworth, convertida en una célebre "villana" en la primera temporada de "El aprendiz", el reality en el que Donald Trump elige entre un grupo de aspirantes a un ejecutivo de su holding. "Desde el primer capítulo me retrataron como una persona severa y hostil. Me pareció shockeante y espantoso. Y eso fue sólo el principio", dijo.
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Los ejemplos podrían multiplicarse en la geografía globalizada en la que se extiende hoy la presencia de los reality shows. Incluso en nuestro país, donde fue notoria la presencia de guionistas en las sombras y no faltaron, en más de un caso, comentarios explícitos sobre supuestas manipulaciones o sesgos orientados hacia una determinada dirección.
Pero, también en estos días, los apologistas del reality show acaban de encontrar a un inesperado defensor: el prestigioso neurobiólogo norteamericano Steven Johnson, en cuyo último y muy comentado libro -"Everything Bad is Good for You: How Popular Culture is Making Us Smarter" ("Todo lo malo es bueno para ti: cómo la cultura popular nos está haciendo más inteligentes")- sostiene que hasta lo peor de la TV ha mejorado. Y lo peor son los reality shows.
Para Johnson, deben rechazarse de plano aquellos programas cuya razón de ser es la humillación ajena. A nadie ayuda ni orienta un show en el que se invita a una persona a acostarse en una urna llena de arañas o insectos peligrosos. Pero cuando estamos frente a reality shows mucho más complejos y preparados, la atracción del programa pasa "por descubrir de qué modo los participantes lograrán moverse de la mejor forma dentro del ambiente que ha sido creado para ellos", según se lo cita en una nota publicada hace una semana en el Corriere della Sera.
La tesis de Johnson no pasa tanto por preguntarnos si hay más o menos realidad en un reality show, sino en el hecho de que los ciclos más elaborados de este género responden a la misma lógica de los videojuegos y nos obligan a ser espectadores más activos, desarrollando nuestra inteligencia emocional. Para este autor, "El aprendiz" es como "Los Soprano", "Lost" o "Desperate Housewives": ejemplos de una TV tan compleja que reclama de nosotros, espectadores, preparación y esfuerzos cognitivos para entender tramas cada vez más y más complejas.