The X-Files: un regreso a los 90
La famosa producción de Chris Carter, que regresa mañana a la pantalla con una nueva temporada, recibió influencias que están más allá de las películas y series que inspiraron a su creador
Algo extraño sucede en el bosque, cubierto por una bruma espesa, brillante y de pronto perforada por el haz cruzado de dos linternas. Los detectives avanzan, cautelosamente, pistola en mano. Enseguida sucede algo más increíble y espeluznante, que te hace saltar del sillón. Y la musiquita, que para varias generaciones se convirtió en la cortina musical de cualquier noticia de misterio.
Estás imágenes, sonidos y sensaciones nos lanzan a la estética de The X-Files , la serie que en los ’90 trastocó el modo de hacer televisión y se burló de las simplificaciones, ya que no era una serie de ciencia ficción, de terror o policial, sino de todo eso junto y más, porque además había un romance demorado entre un creyente y una escéptica.
Su regreso restituye dudas de finales del siglo XX, cuando nos preguntábamos si su paso se parece en algo a lo que representó en los ‘50 la oleada de películas con extraterrestres, casi todas en plan de invasión; si habría que reducir las semejanzas a sus argumentos o asuntos más bien decorativos, como los efectos especiales y el tratamiento visual; o si, además, tenían en común alguna cosa del orden de las preocupaciones sociales de estas décadas cruciales en la creación del imaginario entre seudocientífico y religioso de los ovnis y las conspiraciones, donde "el poder real", una suerte de gobierno paralelo en las sombras, llega a cometer crueldades extremas, como llegar a un acuerdo con otra civilización para colonizar la Tierra, intercambiar seres humanos por súper tecnologías o exterminar poblaciones enteras en experimentos genéticos diabólicos.
Desde 1993 hasta 2002, las aventuras de Fox Mulder ( David Duchovny ) y Dana Scully ( Gillian Anderson ), los agentes especiales a cargo de los expedientes inexplicables del FBI, redirigieron la búsqueda de evidencias de visitantes de otros mundos siguiendo un esquema que le debe mucho a la obra de H.P. Lovecraft, como casi todas las historias de terror paranormal del siglo XX: las escenografías sembradas de paisajes tenebrosos; un protagonista obsesionado por encontrar una verdad oculta que, si la descubre, probablemente enloquecerá; y el legado de Cthulhu, detectable en algunas razas alienígenas retratadas en la serie.
The X-Files echó mano de mitologías disponibles en la cultura alien pop, proyectándolas a nuevos niveles de miedo. Para su criatura, Chris Carter aprovechó intensamente clichés procedentes de la ufología de los ’80, años en que resucitó el incidente Roswell. Este caso, que pasó a la historia como el primer estrellamiento de una nave extraterrestre encubierta por el gobierno de los EE.UU, fue causado por un tren de globos creado para detectar señales de explosiones nucleares en la Unión Soviética y lanzado tres semanas después de la primera noticia sobre platos voladores, el 24 de junio de 1947.
Varias noticias mantuvieron a Roswell en el Top Ten de las Grandes Conspiraciones. Ninguna refutación del mito hizo mella en su credibilidad, confirmando que las buenas conspiraciones salen fortalecidas de las estocadas escépticas. Carter fue original. Reunió las preocupaciones que nutrían a los buscadores de pruebas de la presencia extraterrestre y redescubrió "el poder de la denuncia", siendo la misión de los héroes desnudar los entresijos de una conspiración a través del cuestionamiento de la autoridad y el desafío a los resortes de un poder que trabaja para silenciar "la verdad que está ahí afuera".
DE DÓNDE VIENEN
Hasta mediados del siglo XX los registros culturales alienígenas eran más limitados. Las historias sobre extraterrestres en la Tierra estaban circunscriptas a unos pocos ensayos eruditos, la primera literatura de ciencia ficción popular, las historietas y experiencias excepcionales, como la adaptación radial por Orson Wells de la novela La guerra de los mundos, en 1938. Estas obras requerían de un esfuerzo creativo mayor. Exigían originalidad: nadie había filmado nada parecido a El día que paralizaron a la Tierra hasta 1951, cuando Robert Wise adaptó el cuento corto de Harry Bates El amo ha muerto, publicado en 1940.
El primer desembarco marciano fue un híbrido mesiánico-miliar. Klaatu, el embajador cósmico de Wise, reclamó a los dueños del mundo cesar con las pruebas nucleares. Fue una acción intimidatoria más bien modesta en términos de demostración de fuerzas. Pero su argumento influyó en la ufología más religiosa, expresada en el movimiento de contactados con extraterrestres.
La variante militarista llegó en filmes como La guerra de los mundos (B. Haskin, 1953), Los invasores de Marte (W. C. Menzies, 1953) y La invasión de los ladrones de cuerpos (D. Siegel, 1956). Quizá las realizaciones tempranas más próximas a The X-Files fueron El enigma… de otro mundo (H. Hawks, 1951), donde un equipo, en el que no faltaba un integrante de la USAF, viajaba al Polo Norte a investigar los restos de un platillo estrellado hace 20 millones de años. En La invasión de los hombres platillo (E. Cahn, 1957), unos enanos cabezones inyectaban a sus víctimas alcohol que expulsaban de las yemas de los dedos. El personal militar a cargo aconsejaba "mantener la información en secreto", una idea que ya estaba en los best-sellers sobre platillos voladores del mayor (RE) Donald Keyhoe en 1950.
Los directores abrevaban en pulps y novelas cortas, pero también en las pesadillas paranoicas de una época donde, entre otros miedos, surgía el pánico a perder el control de la tecnología nuclear. Estas películas eran consistentes con su presente, e imaginaban un futuro que encajaba, como señaló J. G. Ballard, con "la aceleración del porvenir". Del otro lado de Hollywood acechaba el comunismo. En el mundo no había una metáfora más fácil de descifrar: la gran amenaza era roja.
LA TRAMA DE LA CONSPIRACIÓN
No cabe duda de que las noticias de platillos voladores, en un complejo proceso de retroalimentación, surgieron y facilitaron el reverdecer de esta nueva narrativa. Parecidas a máquinas del futuro, estas aeronaves no daban pruebas indubitables de su presencia, pero parecían afectar el entorno y eran bien explotados por los medios de difusión, que supieron aprovechar el misterio en cada temporada de sequía informativa.
El mapa de obsesiones incluía una componente conspirativa en la que podían intervenir las grandes potencias o las autoridades militares, que intentaban ocultar una verdad espantosa. ¿Y si venían a conquistar la Tierra? La respuesta estaba cifrada en la amenaza de Klaatu: si alguna vez íbamos a querer unirnos a la confederación de civilizaciones galácticas deberíamos sumarnos a la causa de la paz. En 2001: Una odisea en el espacio (1968), Stanley Kubrick ya había abordado la presencia ancestral e intrusiva de una inteligencia foránea: una raza de antiguos astronautas inseminó la vida en la Tierra, idea difundida por el escritor Erich von Däniken y varios otros antes que él. La misma temática estaba codificada en otras ilusiones paranoicas, como la ejemplificada en la serie Los invasores (L. Cohen, 1967), donde los extraterrestres, si no los delataba algún detalle ridículo, eran indistinguibles de los humanos. O, quince años después, por V, Invasión extraterrestre (K. Johnson, 1983), serie precursora de la moda de los lagartos galácticos gracias a que, en 1953, Jack Arnold cambió los reptiles imaginados por Ray Bradbury en It Came from Outer Space por unos monstruos gelatinosos de un solo ojo que se volvían invisibles o cambiaban de forma.
En los 90, The X-Files dio al concepto de la invasión alienígena una elegante complejidad. Es reconocida como una de las mejores series de todos los tiempos y a ella se le atribuye la creciente fascinación por los ovnis, que alcanzó su pico histórico entre 1996 y 1997, según Matthew Nisbet, investigador de Comunicación en la Universidad Cornell. En esto pudo influir The X-Files, pero también la conmemoración del 50º Aniversario del caso Roswell, matizado por la estridente liberación de un dossier de la USAF, el reciente estreno de la película Día de la Independencia (R. Emmerich, 1996), en cuya primera parte vemos al presidente de los EE.UU. charlar con un alien en Área 51.
El informe militar sobre Roswell, publicado en dos entregas, fue recibido con escepticismo por los interesados. "No confíes en nadie", enseña The X-Files.
ESCEPTICISMO LOSER
Una fuerte innovación argumental de The X-Files fue haber introducido una perspectiva escéptica en la investigación de casos inexplicados: si el signo distintivo de Fox Mulder era su voluntad de creer (el deseo que impulsaba su búsqueda era reencontrar a su hermana desaparecida, a quien creía abducida por extraterrestres), el de Scully era su escepticismo. Ella había sido puesta allí para equilibrar la fuerza: desde una visión científica, Dana debía contrarrestar los arrebatos de credulidad de su compañero y sobrellevar serias contradicciones con lo que el escepticismo debiera ser: a menudo tropezaba con pruebas que un verdadero escéptico no debería rechazar.
El escepticismo militante le ha reprochado a Carter ejercer "una mala influencia" en el público. En 1995, el CSI (Comité para la Investigación Escéptica) "denunció" que la serie retrataba con más simpatía a los ufólogos que a los escépticos. En junio de 1996, Carter fue invitado a hablar en el Primer Congreso Mundial de Escépticos en la Universidad de Nueva York. En el debate, Neil deGrasse Tyson le cuestionó que, para muchos, la serie "está inspirada en casos reales", una frase que sólo figuró en el episodio piloto y enseguida se retiró. "¿No piensa que su serie es peligrosa para quienes tienen dificultad en separar los hechos de la ficción?", preguntó el astrofísico. "En tal caso el problema no es de la serie si no del espectador. No somos paternalistas y creemos en la inteligencia del público", contestó Carter.
La inexistencia de una dependencia similar en el FBI fue bien aprovechada por otros escépticos. En pleno apogeo de la serie, el periodista Philip Klass invitó a los pretendidos abducidos denunciar su caso ante el FBI. El reclamo no fue escuchado, quizá porque las denuncias falsas constituyen delito.
En verdad varios capítulos muestran el envés de la credulidad. En "José Chung from outer space", de la tercera temporada, la serie se parodia a sí misma exhibiendo cómo las percepciones equívocas y los prejuicios pueden dar forma a misterios de diseño.
Pocos saben cómo, en la nueva temporada, Carter insertará temas afines de la actualidad, como el control social del Estado a partir del nuevo terrorismo, las revelaciones de WikiLeaks y quizá figuras como Julian Assange, quien aludió a la existencia de cables ufológicos, y Edward Snowden, a quien también han pretendido involucrar en el asunto.
Para desazón de quienes están por calzarse sus gorros de aluminio, Assange sólo citó un cablegate asociado con el movimiento raeliano "una secta ovni que tiene una fuerte presencia en Canadá y fue motivo de preocupación para el embajador de Estados Unidos en Canadá", especialmente cuando los raelianos "afirmaban haber clonado un individuo y, fantásticamente, la prensa del mundo se devoró la historia".
UNA REALIDAD DE DISEÑO
The X-Files no fue la primera serie televisiva que se basó en ficciones realistas para crear una mitología propia. Pero ofrece un poderoso ejemplo de cómo una ficción televisiva puede consolidar un sistema de creencias que depende estrechamente de los símbolos provistos por una subcultura, en este caso la subcultura ufológica.
Los signos que puso al alcance del público son más populares que los de Steven Spielberg en Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (1977). Para Neil Dixon, "la gente antes desarrollaba un interés por los ovnis al tener una experiencia personal, al leer la prensa diaria o al ir ascendiendo mediante libros, infrecuentes documentales televisivos, etc. Hoy muchas personas desarrollan su interés primordialmente a través del contacto con los símbolos generales de la ufología". Otras experiencias visuales parte de este imaginario son los "implantes", que presuponen dejar al abducido a merced de una fuerza irresistible. "Ellos" ya habían implantado sus dispositivos en la nuca de los abducidos en Invasores de Marte (1953) y entre los hombres-robot de El Eternauta (H.G. Oesterheld-S. López, 1957). En los ’90, dos cazadores de recompensas galácticos, Derrel Sims y Roger Leir, instalaron la "implantología" en el acervo platillista. Ya son un tópico tradicional en la cultura ovni y en la de las series de ciencia ficción.
The X-Files interpela nuestra imaginación, la confronta con lecturas de la temprana adolescencia y revitaliza su lema: "Quiero creer". No importa que la inmensa mayoría de las abducciones son generadas por hipnólogos aficionados. No interesa que la psicología de los abducidos resulte ser propensa a la fantasía. Ni que Roswell se haya transformado, empujado por la combinación de los medios de difusión y las fuerzas del mercado, en un sitio superpoblado por personas que gastan miles de dólares en chucherías cósmicas y quieren ser extraterrestres. Tampoco nos debemos escandalizar por todos esos espectadores seguros de que las historias de The X-Files están basadas en experiencias reales, porque podemos hacer muy poco para convencer de lo contrario a quienes prefieren la fantasía a la realidad.
La serie que está a punto de iniciar su décima temporada quiere mostrar que el mundo no es, tal vez, como lo pintan los poderosos y alerta sobre cómo la imaginación modela las expectativas y nuestra percepción. Ahora bien, si los vampiros, los monstruos e incluso los alienígenas fuesen reales, reconforta saber que estas comprobaciones fabulosas no causarían el menor cambio en estos productos culturales, que tanto disfrutamos y, algunas veces para bien, otras para mal, alimentan nuestras creencias sociales.
Alejandro Agostinelli