Un Britten emocionante
Orquesta Sinfónica Nacional / Director: Facundo Agudín / Programa : Réquiem de guerra, de Benjamin Britten / Solistas: Mónica Ferracani, soprano; Philip Salmon, tenor; Víctor Torres, barítono / En la Ballena Azul del Centro Cultural Kirchner / Nuestra opinión: excelente
Ni el hábito hace estrictamente al monje ni un hábitat prescribe los comportamientos de un ser vivo. Pero es indudable que apertura de la Ballena Azul como sede permanente de la actividad de los organismos musicales del Ministerio de Cultura ha significado un mejoramiento sustancial en la vida y en el rendimiento de la Orquesta Sinfónica Nacional y del Coro Polifónico Nacional. Más aún, hasta pareciera que los chicos que integran el Coro Nacional de Niños se han sumado a la fiesta. El viernes 30 pasado, precisamente en La Ballena, los tres organismos se reunieron para una realización admirable del Réquiem de guerra, de Benjamin Britten, obra conmovedora y absolutamente dificultosa. Pero, por supuesto, no fue el lugar en sí mismo el que propició que los dos coros y la orquesta pudieran alcanzar un nivel de excelencia sino las manos maestras y desbatutadas de Facundo Agudín, un joven director argentino que está radicado en Suiza, con intensa actividad en Europa y que, afortunadamente, viene bastante seguido por nuestro país. También hubo tres solistas fantásticos.
No es ocioso recordar que en esta colosal obra de Britten se suman los tradicionales textos en latín de la misa de difuntos, a cargo de la soprano solista y los dos coros, con una selección de poemas en inglés de Wilfred Owen, en las voces de un tenor y un barítono. Es de señalar que Owen fue un poeta inglés muerto a los 25, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial. Más allá de sus abundantes méritos musicales, este Réquiem es una obra profundamente pacifista que funde en un continuo prodigioso los textos propios de una misa de difuntos con nueve poemas que describen de manera tan artística como despojada los horrores de la guerra, las penas de la guerra. Las exigencias que se plantean para su realización, a lo largo de casi noventa minutos, son desmedidas. Sin embargo, todas las dudas sobre los inconvenientes que pudieran sobrevenir fueron aventados en los primeros instantes, cuando Agudín sacó desde el más poderoso pianissimo a una orquesta precisa, un coro afinadísimo, concentrado y exacto y, desde algún lugar no visible, las voces paradisíacas de los chicos.
Mientras se desarrollaba ese Introito, aún antes de que el tenor inglés Philip Salmon comenzara con el primer poema de Owen, Agudín dejó suavemente la batuta sobre su atril -para no tomarla nunca más-, y asumió la dirección de la Sinfónica, el Polifónico y los solistas como si todos juntos no fueran sino un coro de cámara. Sí, un coro de cámara de más de doscientos integrantes. Su tarea fue tan perfecta como artística. Con cómplices, por supuesto. Sin menoscabar la formidable tarea de la orquesta, hay que destacar con todos los elogios las certezas y el gran trabajo del Coro Polifónico. Agudín extrajo de instrumentos y voces una conjunción general extraordinaria. Y junto a ellos, desplegaron todos sus talentos Mónica Ferracani, el mencionado Salmon y Víctor Torres. Sólo por destacar dos momentos gloriosos, podríamos recordar el "Lacrimosa", un momento profundo en el que Britten hace alternar, con maestría, el texto en latín con "Futilidad", poema de Owen cantado por Salmon, y el final del "Libera me", primero con Salmon y Torres cantando "Extraño encuentro", cuando dos enemigos se reconocen y se encuentran en la muerte, y luego con un remate en el cual todos los instrumentos y todas las voces se desvanecen en un Amén profundamente emocionante.
Sin ninguna razón valedera, alguien decidió que por sobre coro y orquesta se ubicara una gigantesca pantalla sobre la cual, a lo largo de toda la obra, se proyectaran imágenes abstractas, bélicas, rurales o humanas, en general. No tuvieron ninguna incidencia ni nada aportaron. Después de todo, lo mejor estaba teniendo lugar por debajo de esa pantalla ya que, sobre el escenario, no dejaban de aflorar las mejores virtudes de Facundo Agudín, los solistas, los coros y la orquesta.
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