Un circuito con cortocircuitos
Según la página Alternativa Teatral, durante esta semana que termina, en 15 de las salas de la escena alternativa porteña se están presentando 100 espectáculos; 92 de ellos realizan una única función por semana; 7, dos funciones. Sólo uno, Emilia, se atreve a realizar tres presentaciones. El 57 por ciento de las propuestas se presentan los viernes y sábados. Muchos de los actores o bailarines que actúan en esos trabajos lo hacen en dos obras. A veces, hasta en tres.
Esta particular madeja de producción y exhibición de artes escénicas es una rareza porteña que no se reproduce en otras grandes capitales. En una mirada rápida, podría verse como la confirmación del gran movimiento que se da en la ciudad. O como un gran Tetris en el que cada una de las fichas en continuo movimiento encuentra su encastre perfecto. Pero también cabe pensar que hay rasgos preocupantes en este statu quo naturalizado, que hay inevitables cortocircuitos.
Jueves de la semana pasada, antes de una función en una sala del Abasto. Tal actor se saluda con otro que trabaja en la otra obra que protagoniza la actriz de la obra que está por comenzar. "Estamos todos", comenta una persona de la fila. A cinco cuadras, el lunes se estrenó otra experiencia escénica. El título es una especie de manifiesto: La parodia está de moda y las salas alternativas fomentan el amateurismo. La afirmación tiene un asterisco que advierte que se trata de una obra "sólo para gente de teatro y también de la danza y también para escuelas de espectadores y críticos y periodistas especializados".
Fiel a esa consigna, la noche del estreno asistió una muestra representativa de cada uno de esos recortes. Al comenzar, Lisandro Rodríguez y Martín Seijo, sus creadores, toman lista. No hay "extranjeros", no hay "infiltrados", no hay público anónimo. La consigna de la obra, con su cuota irónica y paródica, alcanza su radicalización extrema.
El trabajo, como tantos otros que pululan por diversas salas, no tiene campaña de prensa tradicional. Se sostiene en esa especie de boca en boca que, de paso, pone en crisis la operatoria y función de los agentes de prensa. En un momento dado toma la palabra Gladys Ravalle, actriz mendocina. En imágenes pregrabadas critica duramente las condiciones artísticas y de producción de estos tiempos. Se trata de una actriz mayor que levanta banderas de un esquema de creación y producción que ya está en desuso.
La gran actividad escénica porteña ha generado una especie de grupo de personas que, alternativamente, cumplen distintos roles. Es lo que el sociólogo Marcelo Urresti, experto en consumo cultural, denomina "prosumidores" (mezcla de productor y consumidor). Decía en 2008: "A la larga, el teatro independiente se va a quedar con un público exclusivamente propio". Decía él en 2010: "Vamos a una tendencia donde estos grupos productores tienden a encerrarse sobre sí mismos".
El año pasado, Rubén Szuchmacher -actor, director de teatro y dueño de una de las salas alternativas tomadas como muestra para esta nota- sostuvo en un reportaje: "Se hace teatro por la cantidad de contactos que una persona tiene en su celular y en el Facebook". En otro momento de la nota, acotaba: "La exacerbación de salas no tiene que ver con la cantidad de teatro que se produce, sino con la necesidad laboral. Son lugares para dar clases, pequeñas pymes que devienen en salas. En casi todas, y me incluyo, se dan clases en las salas, aunque el tema es cómo balancear las dos actividades".
La experiencia escénica de Martín Seijo y Lisandro Rodríguez nació como taller de teatro político en el que se indagaba el vínculo entre creador y espectador. Lo daba Martín en la sala de Lisandro (Elefante Club). Lisandro se anotó. Al principio, eran siete alumnos. A las pocas clases, quedó sólo él. Uno y el otro son los que crearon, dirigen y actúan en La parodia está de moda y las salas alternativas fomentan el amateurismo. ¿El trabajo podría entenderse como una forma de balancear las dos actividades?
Ampliar la mirada
Por necesidad o urgencia, el desafío de sumar público es permanente en cualquier creador. Muchas obras lograron salir del nicho. De hecho, algunas llevan varios años en cartel a fuerza de talento, insistencia, convicción y/o marketing doméstico aprendido a los golpes. Llevan meses o años de funciones, reposiciones y hasta algún cambio de elenco siempre haciendo una función por semana. Llevan mucho tiempo armando y desarmando la escenografía porque, en algunas salas, la función comienza a las 21 y, la siguiente, a las 23.
Trabajar en estas condiciones no es gratuito. Es casi imposible pensar en puestas con complejos mecanismos escenotécnicos. Por eso, espectáculos como los de Mariano Pensotti terminan siendo expulsados del circuito y deben buscar refugio en la escena oficial.
En este circuito de producción y exhibición conviven montajes de intérpretes en formación junto a reconocidos directores, coreógrafos, actores, dramaturgos y bailarines. Aquel circuito vocacional de teatro que era fundamental en otros tiempos dejó de existir. ¿Será señal de los tiempos? El Estado ha favorecido esta situación. Proteatro, el organismo porteño destinado al fomento del teatro no oficial, desde 1999 ha sostenido la postura de darle subsidios a todo. El año pasado se distribuyeron 4.500.000 pesos entre 350 proyectos a un promedio de unos 12.000 pesos para cada uno. La tesitura, con mucho de demagogia, recién ahora está en etapa de reformulación.
Mientras tanto, este extraño cuerpo continúa su marcha. Esta semana, alrededor de mil intérpretes, directores, asistentes, coreógrafos y dueños de salas están trabajando para el aplauso. Y miles de creadores, amigos de amigos y anónimos esperarán el rito de una experiencia escénica en este circuito que tiene sus particularidades, sus exageraciones, sus síntomas vitales y sus cortocircuitos.
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