Un fascinante juego de espejos sobre la obra de Bach

Es posible que a Bach nunca se le haya pasado por la cabeza, pero en la escritura de cada una de sus cantatas, ligadas al año litúrgico, nos fue dejando también una especie de involuntario diario personal, semejante al de Beethoven con sus sonatas para piano y Schubert con sus canciones. En ese diario, algunas "entradas", aunque todas sentidas, son más íntimas que otras. Las dos que el director argentino Facundo Agudin reunió en Bach Mirror se escuchan casi como un autorretrato de compositor.
Esas cantatas son Vergnügte Ruh, beliebte Seelenlust BWV 170 (Reposo alegre) e Ich habe genug BWV 82 (Tengo suficiente). Bach parece contemplarse a sí mismo en el espejo, es cierto, pero no en cualquier espejo: en el de la finitud. Todo el CD de Agudin está dominado por la sombra de la muerte, por su misterio, por su esperanza.
Podríamos preguntarnos entonces qué encuentra Bach en esa mirada en el espejo. Una parte de la respuesta se escucha en las propias cantatas. Ich habe genug es un ejemplo definitivo de lasitud vital. El movimiento inicial se abre con una doliente melodía en el oboe sobre un acompañamiento de cuerdas que, sin ningún atisbo de casualidad, evoca con nitidez el "Erbarme dich" (Ten piedad de mí) de La Pasión según san Mateo. La lectura de Agudin al frente de la agrupación Musique des Lumières resalta extraordinariamente esa morosidad sin sumarle dramatismo.
No hay en verdad drama en ninguna de las dos cantatas; ni siquiera hay melancolía. El aria "Schlummert ein, ihr matten Augen" (Cierra tus ojos cansados), una de la imaginaciones más hermosas de Bach, se escucha como una auténtica berceuse, una canción de cuna que el bajo-barítono Lisandro Abadie canta con la mayor dulzura imaginable, casi como para convencernos de que la muerte es una amiga que nos consuela o reconcilia. No se luce menos Anna Wall en Vergnügte Ruh?, aunque, tratándose de espejos, ella es el reflejo invertido de Abadie: la oposición complementaria entre la pura exterioridad expresiva y la interioridad más concentrada.

Sobre las traducciones de una lengua a otra, que también son después de todo una variedad de la interpretación, Borges hizo una observación que podría resultar válida para el fundamentalismo historicista: que sacrificar la emoción en el altar de la precisión constituía un error; "el lector quiere sentir algo", concluía Borges. Agudin se acerca Bach tanto con la experiencia de la música de los siglos XX y XXI, que suele frecuentar, como de las prácticas históricamente informadas. Ese estrabismo -el de la utopía de la reconstrucción y el de nuestra fatal contemporaneidad- combina lo mejor de dos mundos. Explica Agudin en las notas del disco: "La Orchestre Musique des Lumières reúne habitantes de mundos que habitualmente no se cruzan, e intenta construir unidad de lenguajes a partir de elementos disímiles". Esta desemejanza se manifiesta en las apasionantes estrías tímbricas y de estilo que dan por resultado un fervor sin atenuantes, que mantiene en vilo de punta a punta a quien escucha.
Otras dos piezas completan el CD: Déploration pour la mort de Johannes Ockeghem "Nimphes des bois", de Josquin des Prés, y Ye Sacred Muses, de William Byrd, homenajes de los alumnos a los maestros muertos, Ockegem en el primer caso, Thomas Tallis en el segundo.
Pero esas dos piezas breves y luctuosas funcionan además en el disco como pórticos para cada una de las cantatas bachianas. Anteriores a Bach, introducen otro reflejo, una luz de sol negro, agudamente melancólica, que contrasta con Bach y completa una vívida meditación sobre el misterio.
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