Un viaje hasta el final
Orquesta del West-Eastern Divan / Dirección: Daniel Barenboim / Solistas: Daniel Barenboim, piano; Michael Barenboim, violín, y Kian Soltani, violonchelo / Obras: Triple concierto para violín, violonchelo y piano en Do mayor Op. 56 de L. v. Beethoven y Pelleas und Melisande Op. 5, de Arnold Schönberg / Festival de Música y Reflexión / Teatro Colón / Nuestra opinión: excelente.
Tratándose del último programa del Festival de Música y Reflexión, la oportunidad invita a recapitular algunos de los aspectos que caracterizaron esta fiesta de la música en el Teatro Colón bajo la forma de Abono Estelar, una fiesta que marca el mayor hito en la agenda clásica, no sólo por la calidad de las interpretaciones, sino también por la extensión del ciclo, la variedad de sus programas y el valor pedagógico de los repertorios; por el símbolo e intención que personifica la prédica de esta orquesta; la intensidad con que vive el público argentino el encuentro de Daniel Barenboim con Martha Argerich, y el sinfín de derivaciones que, como los cristales de un caleidoscopio cuando adquieren inesperadas formas, se reflejan y multiplican en nuestro ávido medio cultural. Quizás a largo plazo sea ése el efecto más profundo y duradero de esta maravillosa celebración artística.
Entre tanto, la presentación del viernes fue una nueva muestra de solidez e inspiración. El Triple concierto (del que suele decirse que se trata de una pieza poco gratificante para los solistas individualmente) contó con Barenboim en su doble función de director y solista, ejecutando el instrumento que él mismo "reinventara", un piano de sonido abierto, ancho, amplísimo que, ubicado con la tapa en diagonal a la platea, sonó con asombrosa transparencia. Reemplazando al violinista anunciado, el concertino Michael Barenboim se mostró solvente, aunque en la expresión (entendible por el cambio) más atado a la partitura que sus colegas. El haber "marcado" la parte del violín, junto con la orquesta, durante la introducción confundió su rol con el conjunto y le restó jerarquía a su posterior entrada. El iraní Kian Soltani desempeñó su línea con notable presencia, expresividad y convicción, por lo que se aprovechó al máximo el timbre del chelo en ese punto que lo acerca a la voz humana, cantando cada una de sus frases con arte y pasión.
La orquesta alcanzó alturas sublimes en Schönberg: con el poema Pelleas und Melisande, compuesto antes de la Gran Guerra, en la juventud del compositor, lejos de la creación dodecafónica, y cerca, en cambio, de la tradición de Strauss y la voluptuosidad de su música.
Como la denominación de poema sinfónico lo indica -una composición cuya estructura sigue un programa de origen literario, en varios tiempos y cambios de carácter, en el Perpetuum de una única línea de principio a fin-, el sabor se encuentra en la capacidad narrativa de la orquesta; en su versatilidad para crear climas y efectos; en la resistencia para sostener compacta una tensión psicológica y dramática de largo aliento; en la flexibilidad para contar una historia con todas sus nuances, para dar sustancia a un tejido de dinámicas imponentes que "florecen", que suben y bajan en oleadas de emoción vibrante.
En ese Perpetuum en el que reinan el misterio y la espectacularidad de los colores sombríos, se realiza esa idea de Barenboim de la música como un viaje hasta el fin. "No es una mera suma de relámpagos y bellos sonidos. El ideal de la música es la unidad y el superador logro de la homogeneidad", explicó el director, en los Conciertos para la Convivencia (esa feliz iniciativa de Claudia Stad y otros entusiastas de fundar un ciclo en una mezquita, una sinagoga y una iglesia católica). "Nos colgamos del primer sonido -ilustró Barenboim- y con la música recorremos juntos un viaje hasta el final." Así, bajo el inspirado cincel de su batuta, la orquesta dio vida hasta el desolado final de la pieza, a esa imagen suya, de modo impactante y conmovedor. Luego, como bis, el Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy, cambió la atmósfera de la despedida a un onírico juego de timbres.
Mientras tanto, aquella imagen del viaje, como en el caleidoscopio que adquiere variadas figuras según los colores que se reflejan en su interior, podrá también apreciarse en la dimensión espiritual que este festival cobró en su actual temporada, cuyos ecos resonarán vívida y profundamente a medida que pase el tiempo.