Una ciudad muy sinfónica
La Usina del Arte posee una superficie de 15.000 metros cuadrados. Ese verdadero palacio pensado para iluminar la ciudad está ubicado a pocos metros del río. Comenzó a construirse en 1914, se terminó en enero de 1916 y entre 1919 y 1921 se le realizaron algunas ampliaciones. En 2000, durante el gobierno de Aníbal Ibarra, se anunció la idea de recuperar al edificio y convertirlo en la Usina de la Música. Doce años después fue inaugurado por el jefe de gobierno Mauricio Macri como Usina del Arte (antes, también se lo llamó Usina de las Ideas). Para su apertura, el 75 por ciento de la obra estaba finalizada.
El Centro Cultural Kirchner posee una superficie de 100.000 metros cuadrados. El ex Palacio de Correos comenzó a construirse en 1889 y se terminó en septiembre de 1928. En 2005, durante el gobierno de Néstor Kirchner, se anunció la idea de instalar allí el Centro Cultural del Bicentenario. Diez años después -las obras comenzaron en 2009- fue inaugurado por la presidenta Cristina Kirchner como Centro Cultural Kirchner (en ese lapso, también se lo llamó Centro Cultural Néstor Kirchner). En la actualidad, según datos oficiales, el 93 por ciento de la obra está finalizada. Desde la reciente apertura, esa gran nave de cemento inició otro viaje.
En ambos centros los espacios más significativos son sus salas sinfónicas. De ese modo, la ciudad saldó una deuda histórica ya que no contaba con un espacio propio para la música clásica. Llamativamente, en apenas tres años, sumó 3000 butacas con dos espacios de fuerte parecido arquitectónico.
La sala de la Usina del Arte tiene capacidad para 1200 personas. El enorme palacio de la luz se abrió como centro multidisciplinario aunque sus dos salas (tanto la sinfónica como la de cámara) no se adapten a propuestas escénicas más alternativas, una deuda todavía pendiente para la ciudad. La del CCK se llama Ballena Azul. Tiene una capacidad de 1750 personas y será (ya lo es) el lugar de residencia de la Orquesta Sinfónica Nacional, que tuvo su primer concierto anteayer.
Los dos tienen un escenario de similares dimensiones (el de la Usina, a lo sumo, tiene mayor ancho de boca) y la acústica de ambas salas estuvo en mano de los ingenieros Gustavo Basso y Rafael Sánchez Quintana. Aunque se trate de salas sinfónicas, los hechos demuestran que en estos espacios diseñados bajo el mandato de exigentes parámetros tienen cabida otro tipo de expresiones musicales que suelen hacerse en otros ámbitos (o ámbitos más en sintonía con el tipo de público que convocan). Así es como La Bomba del Tiempo, Liliana Herrero o Cecilia Todd fueron programadas en el CCK, o en la Usina han convivido la milonga con conciertos de música contemporánea o con el Festival de Fado, que concluyó ayer.
Y la nave va
Desde la perspectiva de la recuperación de edificios históricos de alto valor patrimonial los dos centros culturales son verdaderos lujos para la ciudad. En el imaginario de algunos, podrían haber sido shoppings. Por suerte, eso no sucedió.
El CCK -por su ubicación estratégica, el valor simbólico del edificio, su actual equipamiento, el monto de inversión que demandó la obra y su superficie (como referencia, duplica al Teatro Colón y triplica al Teatro San Martín)- es un verdadero mojón en lo que hace a espacios culturales públicos del país. Bajando por la avenida Corrientes se asemeja a un transatlántico rescatado del olvido que ha vuelto a zarpar.
Claro que, desde el momento en el que se inició este nuevo viaje, el desafío es saber entender el camino artístico que se propone seguir. Los ministros del Ejecutivo nacional Julio De Vido y Teresa Parodi (Planificación y Cultura, respectivamente) encabezaron la presentación del CCK en medio de uno de los tantos espacios mágicos que tiene el viejo Palacio de Correos y Telecomunicaciones. En dicho acto, como en algunos posteriores, fue llamativa la ausencia de la persona o el equipo encargado de reflexionar sobre su contenido, de ponerlo en movimiento. En los últimos meses habían sonado varios nombres como posibles candidatos para asumir ese control de mando clave. Muchos de ellos, con reconocida trayectoria en la gestión de teatros y espacios culturales públicos. Los hechos indican que ninguna de esas ideas prosperó.
En aquella conferencia de prensa, la ministra Parodi dio algunas pistas sobre quiénes son los encargados de diseñar la programación. Habló de un equipo conformado por la curadora Liliana Piñeiro (actual directora de la Casa Nacional del Bicentenario y ex directora del Centro Cultural Recoleta); el barítono Ernesto Bauer, a cargo de la programación de música clásica, y del Instituto Nacional del Teatro, cuyo director ejecutivo es Guillermo Parodi, hijo de la ministra, para la curación de las artes escénicas. De los tres, sólo la primera tiene experiencia en la materia. Por lo pronto, ninguno de sus nombres aparecen mencionados en la información oficial entregada a la prensa o en la página del centro. Ante la consulta de LA NACION, desde Cultura responden que la gestión del CCK está a cargo de ambos ministerios (Planificación y Cultura) a través del Programa Nacional Igualdad Cultural. No hay más detalles ni precisiones. Tampoco las hay en la página de ese programa que, por ejemplo, haga entender el motivo por el cual Planificación, ministerio de vital importancia en lo que se refiere a la obra de infraestructura, esté involucrado en los contenidos artísticos.
En el material entregado a la prensa se traza una gráfica comparativa con otros seis centros culturales del mundo (Pompidou, de París; Barbican Center, de Londres; Centro Neimeyer, de Áviles (España); Lincoln Center, de Nueva York; Tokyo International Center, de Tokyo, y Centro Cultural San Paulo, de San Pablo). En las páginas de esos centros aparecen detallados sus objetivos, los responsables de llevar a cabo esos objetivos, la estructura organizativa y el modo en que los artistas pueden vincularse con la institución para formar parte de ese vital entramado.
Del jueves al domingo de la semana pasada el Centro Cultural Kirchner fue visitado por 28.828 personas. Es una buena noticia. Pero podría haber más porque, pasado el entusiasmo inicial, no es un dato menor saber quién se encargará de fijarle el rumbo a ese enorme transatlántico cuyo control de mandos parece estar ubicado en la sala La Cúpula del último piso, allí desde donde se abren infinidad de horizontes.
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