Una década que dejó su marca
"El cine oficial de todo el mundo se está quedando sin aliento. Es moralmente corrupto, estéticamente decadente, temáticamente superficial y temperamentalmente aburrido... La propia pericia de su ejecución se ha vuelto una perversión que oculta la falsedad de sus temas, su falta de sensibilidad y su falta de estilo." La declaración no es de ahora: tiene más de cuarenta años y corresponde al segundo párrafo del manifiesto que a fines de septiembre de 1962 selló el nacimiento en Nueva York del New American Cinema Group. Lo formaban veintitrés cineastas independientes reunidos en torno de la revista Film Culture y de su fundador, Jonas Mekas. Un grupo bastante heterogéneo unido "no para hacer dinero sino para hacer películas", hermanado por creencias comunes y por una ira y una impaciencia compartidas, y por eso mismo emparentado con los movimientos renovadores que estaban sacudiendo el letargo creativo del cine industrial en otros rincones del mundo.
Desde el principio, el New American Cinema estuvo vinculado con esa nueva generación de realizadores a la que aludía en las primeras líneas del manifiesto: el free cinema inglés, la nouvelle vague francesa, el joven cine polaco, ruso o italiano. Y también, claro, con los autores que en los Estados Unidos abrían espacio hacia la experimentación formal. El cine, proclamaban, es una expresión personal y que por ello no admite interferencias ni censuras de ninguna naturaleza; de ahí que quisieran precisar en su documento: "No somos una escuela estética que impone a los cineastas su serie de principios vetustos..." Y también que propusieran mecanismos independientes de producción, financiación, realización y distribución, oponiéndose a lo que llamaban el mito hollywoodense del presupuesto: podían hacerse buenos films, negociables internacionalmente invirtiendo de 25.000 a 200.000 dólares, como lo demostraba el más representativo de ese movimiento: "Sombras", de John Cassavetes (1959).
La extraordinaria veracidad de esta historia de amor interracial expuesta con técnicas de improvisación estaba en las antípodas del convencionalismo de Hollywood. Fue quizá la expresión más convincente de ese grupo heterogéneo que produjo obras como "Aleluya las colinas", de Adolfas Mekas; "El calabozo", de Jonas Mekas; "La conexión", de Shirley Clarke, o los films vanguardistas de Stan Brakhage ("Dog Star Man"), además de las más variadas manifestaciones del cine underground, entre las que ocupan lugar destacado las debidas a Andy Warhol, como "Chelsea Girls".
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Era hora de que se rescatara del olvido -como ha hecho ahora la Cinemateca- a estos y otros films del New American Cinema, que nunca estuvieron al alcance de las generaciones más jóvenes y que reflejan la audacia y la creatividad con que aquel espíritu independiente se manifestó a través de films que buscaban nuevos modos de representación. Y es todavía más digna de aplauso la iniciativa porque el ciclo -que se desarrollará hasta el 21 de este mes en la sala Lugones- extiende la mirada para abarcar también a esos otros "iracundos" extranjeros con quienes los cineastas norteamericanos intentaban establecer un diálogo: por eso el programa hace lugar a Pasolini, Polanski, Bellocchio, Glauber Rocha y especialmente Godard, al que Jonas Mekas consideraba "el más libre de todos".
La mención de algunos títulos -"La chinoise", "Pierrot le fou", "Pajarracos y pajaritos", "Dios y el diablo en la tierra del sol", "I pugni in tasca"- alcanza para apreciar el ímpetu contestatario de una época que generó profundos cambios en la estética cinematográfica y dejó una herencia que todavía hoy es posible reconocer. En cuanto al título de la muestra -"Films del color de la sangre"-, no debe conducir a equívocos: proviene del manifiesto del New American Cinema Group, que terminaba diciendo: "No queremos films falsos y pulidos. Los preferimos toscos, ásperos pero vivos. No queremos films rosas, los queremos del color de la sangre".
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